lunes, 7 de septiembre de 2009

CARTA A MI AMIGA DIGNA, QUE SE SIENTE PROBADA EN EL CRISOL

Nurys me hizo saber que la familia está abatida porque José Genelio ha muerto de un infarto. “Mami es una mujer de mucha fe, pero está muy sensible, no parece ella. Sólo repite que se está probando el oro al fuego con ella”.

Hablamos por teléfono y dejo que te desahogues un poco: “Ay, Jaime, quién lo había de decir que Dios me lo arrebatara tan pronto de la mano… Un hombre tan bueno conmigo… Yo sé que tú me comprendes porque Juan y tú son los hermanos mayores de esta familia”.

Improviso las primeras palabras que me vienen a la mente, pero me saben a poco. Ahora te escribo esta carta más serena y reflexionada para que puedan leerla en la celebración de los 9 días. Estoy seguro que ustedes “no se desesperarán como la gente sin esperanza” (1 Tes 4, 13). Que sabrán aprovechar todos los recursos que tienen a mano.

El consuelo de tener una familia bien unida
que no te dejan sola, las hermanas Apolinario, la familia Durán, tanta gente del barrio…. Una familia de fe. Recuerdo el último encuentro bajo la guanábana del patio, donde nos sentábamos buscando el fresco de la noche. Tú que no dejabas de afanar como Marta, atendiendo a tantas cosas, y José que no hallaba qué hacer para contentarme. Aquel mofongo que preparas como nadie, con mucho ajo y el chicharrón de puerco bien majados, y la presidente de compaña… Nada de esto pude probar este año a causa de mi dieta. Ya ves, las guanábanas maduran –unas antes, otras después- (y… ¡plaf!, ya cayó Genelio), pero dan jugo para una buena batida que refresca el espíritu. Me viene a la mente aquel dicho de Jesús para ustedes que proceden de Las Uvas: “Yo soy la vid y mi Padre el viñador, y poda los sarmientos que dan fruto para que den más fruto” (Jn 15, 1-2). Pues ya ves, ahora en tu casa es tiempo de poda y de cosecha. Espero que esta muerte sirva para unir a la familia y para que los jóvenes maduren más. Hay que definirse, dejar el mariposeo, que el tiempo corre y la muerte llega como un ladrón. Que nos encuentre con la lámpara prendida porque el ladrón es el Novio que esperamos, nuestro Amado Jesucristo.

La fuerza que da la Palabra de Dios
Palabra que escuchamos proclamar en la misa y nos llega directa al corazón. “Ánimo, sé valiente”, y Consuelo –tan menuda, pero con una fe grande-, te dice: “Digna, hoy la lectura fue para ti”. La Palabra que te espera siempre, cuando la casa está en reposo, y puedes sentarte un rato en la habitación con el aire prendido, abrir tu vieja Biblia –amiga que te ha acompañado tantos años, en tantos encuentros, con manchas de sudor o lágrimas saladas o gotas de lluvia del trópico- y buscar aquellos versos que se hacen vida ante tus ojos medio miopes. “Déjame recordar…” Tú eres una mujer de fe, que siempre añoraste aquella noche –ya hace más de 30 años- en que subimos al Monumento, después de la vigilia pascual, a proclamar el aleluya con una bandera. Tu hija Nurys me repite: “Esto es lo que nos enseñaron ustedes desde pequeños, la resurrección. Siempre los recordaré por esa defensa que ustedes proclaman de Jesús resucitado. Les aseguro que no me inspira vestirme tan negro. Quiero blanco, quiero paz para papi en la casa del Padre”. ¡Qué lindo! Se me hace un nudo en la garganta y tengo que colgar el teléfono porque me suben los sollozos… ¡Ojalá fuera cierto eso de que nosotros, en nuestra vida, hemos sido “defensores de la resurrección del Señor”! Sus humildes testigos en un mundo sin esperanza.

La confianza puesta en los Sagrados Corazones
“Estas son heridas que cicatrizan, pero no se curan nunca…”, me dices. Renueva tu confianza en el Corazón de Jesús, tú que siempre fuiste devota de su Corazón abierto por la lanza amarga, pero abierto sobre todo por la donación y la entrega: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. “Corazón de Jesús, en ti confío”. Confíale el espíritu de tu esposo, que fue un hombre que creyó siempre en Dios y profundamente humano con el prójimo. Está bien que reces por él, que no tuvo tiempo de pedir perdón, pero sin obsesiones. “¿Quién es el siervo bueno y fiel a quien Dios puso al frente de su casa para darles la comida a su tiempo?” (Mt 24, 45). Fue Genelio. La misma gente dice que tu marido nunca le cerró la mano o el corazón a un necesitado. Confía en aquellas palabras de 1 Juan 3,16-24, y que caerían muy bien como lectura de la misa de nueve días: “En esto hemos conocido lo que es el amor (antes andábamos perdidos): en que él dio su vida por nosotros (fue el primero en pasar lo que es la muerte). Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano… En esto conoceremos que somos de la verdad… en caso de que nos condene nuestra conciencia (y me gusta más traducir “nuestro corazón” que nuestra conciencia), pues Dios es mayor que nuestro corazón… Queridos, éste es su mandamiento: que creamos en el Señor Jesús y que nos amemos unos a otros como una verdadera familia, para esto nos dio su Espíritu”. Para que esto se cumpla les acompaña el espíritu de José Genelio Durán. Para esto existen los Laicos Misioneros de los Sagrados Corazones. Un abrazo muy fuerte para ti, para Nurys, Danelys, Albania, Pancho, Kiki, Jordani, Juan Manuel y toda la familia... Unidos en el Señor no hay distancia.

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