sábado, 5 de diciembre de 2009

Sermón del P. Joaquim Rosselló sobre la Inmaculada



En este mes de diciembre, cuando celebramos el Centenario del óbito de nuestro Fundador, continuaré proponiendo la lectura de algunos textos suyos menos conocidos, que considero inspiradores. Hoy propongo uno de sus temas preferidos de predicación, el misterio de la Inmaculada Concepción. Expurgado de algunos “excursus” típicos del catolicismo restauracionista decimonónico, nos deja un esquema muy consistente. Sus sentimientos a la hora de predicar nos recuerdan los de algunos profetas bíblicos, que pueden cuestionarnos positivamente. La contemplación de la utopía de Dios, representada en la Purísima y en el icono de los Sagrados Corazones unidos, nos sigue estimulando. Sus “moralidades” tocan temas siempre necesitados de actualización. El punto 1º está tomado del Sermón 29 [Sermón sobre la Inmaculada Concepción]; el 2º, del Sermón 28 (Novena de la Purísima predicada en Selva) 1894 y de los (Piadosos Ejercicios, día 1º, Punto 2º); el 3º, de la (Novena predicada en Selva) ya citada.

1. El predicador ante el misterio: Fecit mihi magna qui potens est (Lc 1, 49)

“Un gozo inexplicable inunda mi corazón desde el momento que me considero constituido en este lugar santo para formar una guirnalda, para tejer una corona de alabanza, para predicar las glorias de la Inmaculada….

Ay, queridos hermanos, mi mente se nubla, mi lengua tartamudea, mi corazón late apresuradamente, y no sé como proseguir anunciándoos las grandezas del misterio de la Inmaculada Concepción.

Divino Señor, iluminad mi entendimiento, Vos que sois la luz verdadera que viniste a este mundo para iluminar a todo el que viene a este mundo (cfr. Jn 1,9). Poned palabras en mi boca, Vos que sois Palabra eterna del Padre y Sabiduría infinita. Espíritu Divino, encended mi corazón en amor a esta celestial Señora. Y a Vos, ¿qué os voy a decir a Vos, oh Virgen Inmaculada, si se trata de vuestra misma persona? Seguro que no me negaréis vuestra intercesión. Ave María”.


2. Contemplación de la visión celestial: Signum magnum apparuit in coelo (Ap 12).

2.1 “María, la obra más perfecta que saliera de las manos de Dios, por verse libre de toda culpa desde el primer instante de su Concepción y enriquecida con toda clase de perfecciones...”

“Apareció en el cielo una señal” (Ap 12,1). Aquel grande evangelista, a quien por la altura y elevación de sus conceptos se le da el nombre de Águila, el Evangelista S. Juan, estando en altísima contemplación, se le apareció en el cielo una gran señal, la cual era una mujer, una Señora, vestida de sol, que ceñía su cabeza con una corona de estrellas, y que la luna le servía por peana de sus pies. Atónito quedó el santo Evangelista, y más cuando Dios le reveló lo que figuraba, lo que simbolizaba esta mujer que era la Iglesia, que era también según opinión de los SS. PP. nuestra Inmaculada reina.
¡Oh, sí! qué hermosa sería María ya en el primer instante de su ser al aparecer delante de Dios y de sus ángeles vestida del sol de la gracia, porque más brillante que el sol fue la gracia santificante en su purísima alma. Qué graciosa delante de los ángeles, que les obliga a preguntarse unos a otros: “Quién es ésta, escogida como el sol, más hermosa que la luna” (Electa ut sol, pulchra ut luna Ct 6,9). ¡Qué majestuosa con la corona de doce estrellas y sirviéndole de peana de sus pies la misma luna! ¡Ah!, desde luego el Padre la proclamaría su hija, el hijo la elegiría por su madre, el Espíritu Santo por su templo, por su santuario, por su paloma, por su esposa... Desde luego, los ángeles la escogieron y proclamaron por su Reina, resolviéndose más tarde (a) inspirar a los hombres que la tomaran por su Reina y por su Madre. ¡Oh! y qué hermosa fue María con la gracia de su Concepción Inmaculada, qué hermosa al aparecer revestida y adornada de todas las virtudes, que cual rutilante corona de estrellas hermoseaban su augusta frente”.

2.2 El icono del Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María unidos
“En la creación de esas dos obras magníficas, en que tanto resplandece la gracia y el poder divinos, puede decirse, que Dios agota en cierta manera todos los recursos de su poder y sabiduría infinitos. Pues que siendo omnipotente e infinitamente sabio, dice el Angélico Doctor, no pudo crear una humanidad y por lo mismo un corazón más perfecto que el Corazón de Jesucristo, por razón de la unión hipostática con la persona del verbo, ni un alma más pura y santa, ni un corazón más noble y grande a excepción del de Jesús, que el de la Inmaculada María, que le prestó su sangre.
¿Qué extraño que se llenaran de estupor todos los espíritus celestiales al serles revelada la magnificencia y la grandeza de estas dos excelentísimas obras de la sabiduría y poder divinos? ¿Cómo no exclamar al ver a María tan pura y sin mancha, tan unida su corazón con el corazón de Dios, al que comunicó su sangre y vida? ¿Quién es ésta, que sube del desierto apoyada sobre el brazo de su amado, hermosa cual la luna, escogida como el sol, temible a sus enemigos como un ejército puesto en orden de batalla? Quae est ista? ( Ct 8,5). ¿Cómo no llamarla el mismo Dios hermosa dos veces: Quam pulchra es! Quam pulchra es! (Ct 4,1), y tras convidarla a ser coronada: Veni de Libano, soror mea, sponsa. Veni de Libano coronaberis (Ct 4,8). Sí, muy justo es el estupor de esos espíritus celestiales, al lanzar sus miradas sobre esas dos magníficas obras de la omnipotencia y sabidurías divinas. Justo, muy puesto en razón que al fijarse en el tiernecito Corazón de Jesús apenas su nacimiento, bajasen todos a adorarle: Et adorent eum omnes angeli eius (Sl 96,7; Hb 1,6) , y que el Padre tuviese ya en este corazón desde aquel instante mismo su complacencias: In quo mihi bene complacui (Mt 3,17). Porque no hay ni puede haber obras más perfectas ni más excelentes, ni que más correspondiesen a los deseos y querer de su Creador, que esos dos Sacratísimos Corazones.
Admiremos, pues, y adoremos a esos clarísimos soles radiantes siempre de esplendor y hermosura, a esos focos de grandeza y de amor que tienen suspensos hasta los mismos serafines”

2.3 La belleza del alma, imagen de Dios
“Hermanos, luego de derramar sobre nuestra alma el agua regeneradora del Sto. Bautismo, el germen de todas las virtudes se ingirió también en ella.
Oh y qué hermosa es un alma que está en gracia; es tan bella y agraciada, cuánto fea la pone el pecado al tener la desgracia de caer en él”.


3. “Moralidad”: Como por contraste o a contraluz

3.1 “Asunto moral: una mirada sobre nuestra alma engreída ya desde el principio por la culpa original y horriblemente afeada por innumerables pecados actuales. Una mirada sobre nosotros mismos... Peso de su gravedad medido por la santidad de Dios; malicia, por ir directamente contra su grandeza, por oponerse a sus beneficios, por ser el pecado actual una renovación de la Crucifixión de J.C.: Rursum crucifigentes etc. (Rm 6, 6).
Excitación, propósitos, súplica: Culpa rubet vultus meus, suplicante parce Deus...

3.2 “Presentar una pintura de la sociedad actual, doctrinas modernas, corrupción de costumbres, emancipación de Dios... Río impetuoso que saliendo de madre lo va devastando todo y empujando a la sociedad actual al horroroso cataclismo de devorarse los hombres, hecho peores que las fieras, unos a otros.
Remedio para tanto mal: volver a Dios por María, en quien Dios se complace, ya por verla libre de toda culpa, desde el primer instante de su ser, ya por considerarla adornada de todas las virtudes...”

3.3 “Moralidad: Tal debe ser nuestro agradecimiento a Dios por los beneficios recibidos y principalmente por el de la gracia recibida ya en el sacramento del bautismo, ya en el de la confesión. “Amar a Dios de todo corazón”, primer precepto.

3.4 Moralidad: Tales deben ser también los cánticos en que debe prorrumpir nuestra lengua a vista de los favores que recibimos del Señor, principalmente a vista de los inestimables favores de la paciencia, de la bondad, de la misericordia que ha usado (ante la) indiferencia en el negocio de nuestra salvación… Qué bondad, qué misericordia. ¡Oh, sí! Digno es Dios de que empleemos con María nuestra lengua en su alabanza por tanto favor, por tanta gracia...”

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