jueves, 29 de abril de 2010

Memòries i Records del P. Bartomeu Pericàs (5)


Amor a la Liturgia

Y ahora con temor me atrevo a leer ante vosotros algunas páginas del libro de mi vida. Empiezo con unas palabras de Pablo VI en el discurso de clausura del 2º período del Concilio Vaticano II el día 4 de Diciembre de 1963, fecha en la que se promulgaba la Constitución sobre Liturgia Sacrosanctum Concilium: “La Liturgia es la primera escuela de nuestra vida espiritual”. Con mucha antelación y antes de que el Papa pronunciara estas palabras, yo entré como alumno en esta escuela. El amor a la Liturgia tiene sus raíces en los años de mi infancia. Nunca me olvidaré de la honda impresión que sentí el primer año de mi estancia en Lluc, cuando tenía 9 años y oí cantar por primera vez la “sequentia” de Corpus Christi Lauda Sion Salvatorem.

Durante los años de mi formación intenté siempre con mayor interés frecuentar aquella escuela de espiritualidad. De aquellos años pasados en el vetusto monasterio de Santa Maria de La Real me atrevo a destacar estos episodios: Para seguir el camino cuaresmal en concordancia con el Misal Romano tenía en mi habitación un plano de Roma con indicación de las iglesias estacionales que visitaba espiritualmente todos los días en el rezo de las Letanías de los Santos.

En aquellos años de mutismo en el altar, deseoso de unirme en lo posible al sacerdote celebrante y en la imposibilidad de disponer de un “misalito”, me ingenié con un viejo Liber ususalis al que tuve que añadir escritas a máquina las páginas con los textos que faltaban en dicho libro.

Pero un buen día descubrí en un cuarto trastero un Missale Romanum de no muy grandes dimensiones que tuve que limpiar del polvo y del moho. Al día siguiente me dirigí fervoroso y contento a la celebración de la misa. Para tener un poco más de luz, me situé cerca del púlpito donde un estudiante desgranaba puntos de meditación para entretener devotamente a los asistentes y, cuando me encontraba en el momento más intenso de mi participación, pasó por mi lado el Superior de la Comunidad que se dirigía al confesionario y con una mano me cerró el libro y con la otra me señaló el púlpito indicándome que aquello era lo más importante al mismo tiempo que decía:”la meditación, la meditación”.

Cuando en 1933 conmemoramos el Primer Centenario del Nacimiento del P. Fundador con un acto literario-musical en el que cada uno escogió un tema de su especialidad, relacionado con el homenajeado, un servidor prefirió “El P. Fundador y la Liturgia”.

Y no sólo me contentaba en fomentar aquel natural instinto espiritual de amor a la Liturgia, sino que disponiendo de los medios que tenía a mi alcance, incrementé mi formación en la materia. Creo que dos libros me sirvieron de pedagogos: L'Année Liturgique, de Própero Gueranger y Liber Sacramentorum del Bto. Ildefonso Schuster del que todavía conservo muchas páginas copiadas a mano. También aproveché otras publicaciones como algún libro de Pius Parsch, alguna revista proveniente de Silos o de Montserrat y Le Livre de la Prière antique de Cabrol que encontré en la biblioteca de La Real.

A medida que adelantaba pasos hacia el sacerdocio, se incrementaba más mi deseo e interés. Con la ordenación de Subdiácono recibí jubiloso la entrega del Breviario que acepté no como onus (carga), sino como gaudium (psalterium meum gaudium meum de San Agustín: mi salterio es mi gozo). Conservo un cuaderno de notas ascético-litúrgicas sobre el oficio divino que escribí cuando era subdiácono.

Llegó por fin el suspirado día de mi ordenación sacerdotal que recibí de manos de nuestro venerado Obispo P. Juan Perelló. Al tener que escoger un texto emblemático que figurara en la estampas-recordatorio, mi elección se fijó en dos: uno tomado del salterio: Domine dilexi decoreem domus tuae “He amado, Señor, la belleza de tu casa” y el otro contenido en el Misal: Respice Domine nostram propitius servitutem “Mira complacido, Señor, nuestro humilde servicio); ambos inspirados en el mismo ideal.

Al primero quise darle un sentido más amplio. El “decorem domus tuae” me recordaba primeramente mi interés por una celebración litúrgica digna no exenta de una moderada solemnidad en un templo que en su simplicidad fuera artístico y limpio. Pero además la palabra domus me recordaba a la Santa Madre Iglesia, pueblo de Dios y Comunidad de bautizados que quería “bella, sin mancha ni arruga”.

El amor a la Liturgia me lleva a un gran amor a la Iglesia. Siempre me ha interesado su Historia, su Teología, sus Instituciones, sus Santos y las noticias de su vida de cada día; las buenas para alegrarme y las malas para dolerme y orar por Ella.La servitutem del segundo texto es precisamente lo que los griegos llaman Liturgia, esto es, el ministerio sacerdotal.

Los primeros meses de mi recién estrenado sacerdocio los viví en Sóller y me acuerdo con cuánto gozo celebraba la Eucaristía sobre un noble altar de piedra consagrado.

Este amor a la Iglesia hizo que desde muy joven me interesara por todo lo relacionado con el Ecumenismo. Los santos Cecilio, Metodio y Josafat hace tiempo que figuran en el Santoral de mis preferencias. Sobre todo durante mis años de vida romana pude fomentar esta santa afición con lecturas, participación a conferencias y visitas a lugares.

Conservo recuerdos de hechos que me quedaron marcados para siempre. Las visitas a Santa Sofía, al Patriarcado Ortodoxo de Constantinopla y al Centro Ecuménico de las Iglesias en Ginebra, la asistencia al traslado de los restos de San Josafat a la Basílica de San Pedro, el Funeral del Cardenal S. Lipiy en Santa Sofía de Roma y la visita a la Santa Montaña de Athos.

En los mismos inicios del ministerio sacerdotal quise comunicar a otros mi amor a la Liturgia. Durante el año 1939 mensualmente escribí un articulo en una sección encabezada con el rótulo “Hojas del Calendario Litúrgico” y en 1940 escribí también mensualmente “Páginas Litúrgicas”. A estos escritos siguieron otros en la misma revista.

En el mismo año 1939, estando de Sacrista en la Iglesia de los Sagrados Corazones de Palma, conseguí que la misa mensual de la Asociación de los SS. Corazones, que en aquellas fechas estaba muy floreciente, fuera una misa participada con homilía y algunas partes recitadas por la Asamblea. Para el acceso procesional a la Comunión el P. Miquel Cerdà musicó el Salmo (34) 33 con esta antífona que cantaba todo el pueblo: “Gustate et videte quoniam suavis est Dominus; beatus vir qui sperat in eo”.


Durante los años dedicados a la predicación de misiones populares y de Ejercicios, a la tradicional explicación de la misa hecha según una interpretación mística y devota, intenté darle un contenido histórico, litúrgico y bíblico. Para fomentar la piedad litúrgica entre grupos reducidos, ordené un “Oracional Litúrgico” con textos sacados de los libros oficiales y traducidos a la lengua vulgar.

El 23 de Enero de 1954, en sustitución del P. Joan Horrach, inicié mi ministerio como párroco en la parroquia de San Pedro Pasqual. Al frente de ella estuve unos 17 años en dos etapas diferentes. En la segunda vi surgir desde los cimientos hasta la cubierta la nueva iglesia parroquial que para mí fue como un alumbramiento con no pocos dolores de parto, pero también con las alegrías del nacimiento.

Desde el principio cuidé con mimo las celebraciones litúrgicas de la Eucaristía y de los otros Sacramentos. Conseguí que la misa parroquial fuera muy participada. Se hacía, en época preconciliar, en un altar cara al pueblo. El celebrante estaba rodeado de 12 monaguillos. Las lecturas y la homilía se hacían en un ambón y las partes más significativas iban precedidas de moniciones. Para facilitar las intervenciones de la Asamblea editamos una hojas en cartulina resistente. Un coro dirigido por el vicario, el P. Jaume Palou, era responsable de las partes cantadas. También se introdujeron ornamentos de nueva y elegante factura confeccionados en un taller montado por señoras y señoritas de la Parroquia.

Con motivo de la inauguración de unas nuevas aulas de la escuela y del Hogar parroquial, vino a la Parroquia el Obispo auxiliar, D. Jacinto Argaya, y quedó tan prendado de nuestra misa que, en una asamblea del clero valenciano en el que se trataba de hacer participar más a los fieles en las celebraciones, puso nuestra Parroquia como modelo.

Otro testimonio laudatorio de aquellas misas podría ser este fragmento de una carta que a raíz de la muerte del P. Palou, me escribió una señora valenciana, madre de familia numerosa, que raya los 90 años: “Yo jamás olvidaré aquella época tan feliz en aquella sencilla parroquia, tan viva, acogedora, instructiva y alegre. Allí acudíamos los domingos, la familia a oír la Santa Misa con sus magníficas homilías que siempre nos sabían a poco (perdón por la inmodestia). Qué tranquilidad de vida, sin coche, sin chalet, sin viajes fin de semana. Sabíamos dónde ir. Nunca preguntábamos ¿A dónde vamos? Siempre a la parroquia...”

Creo que en las 7 parroquias con las que durante mi ministerio estuve ligado, también dejé marcada alguna impronta de amor a la Liturgia. Recuerdo que cuando partí para Cuba, me llevé 5 casullas nuevas y la letra y la música de la Misa participada del P. Arrondo para dignificar y hacer vivas las celebraciones.

En Roma asistí día a día a la edificación del nuevo templo parroquial de Nuestra Señora de Fátima en la que pude influir en su digna y artística decoración y ver coronada la obra con la solemne dedicación.

Finalmente durante los 16 años como Sacrista estuve encargado del culto de la Basílica de Lluc. Uno de los cuidados más solícitos fue todo lo referente al culto y a su digna y participada celebración.


Termino con dos anécdotas que tienen un sentido contrapuesto y las dos están en relación con éste que ha sido uno de los ideales de mi vida de sacerdote y religioso. En uno de los encuentros de Pastoral de Santuarios saludé a un sacerdote de la Diócesis de Vic que resultó ser el Vicario general. Ni yo le conocía ni él me conocía a mí. En el transcurso de la conversación me dijo que, siendo aspirante a A. católica, asistía a un Círculo de Estudios en el que un tal P. Pericàs les explicaba la misa y, fruto de aquellas charlas empezó a entender lo que era la misa y algunas de las ideas allí aprendidas todavía le perduran.

En la iglesia provisional de San Andrés Avelino, cuando entraron en vigor las reformas litúrgicas del Vaticano II, un servidor había preparado muy bien mi intervención para explicarles con lenguaje sencillo y lo más inteligible posible los cambios que les podían parecer a ellos novedades. En lo más vivo de mi intervención y cuando creía haberme ganado la atención del auditorio, de repente, se levanta una mujer que estaba situada en el centro de la Asamblea y se dirigió tranquilamente a encender una vela a San Antonio de Padua, situado cerca de la puerta de entrada. Confieso que me sentí confuso y desorientado.

Dos importantes documentos del Magisterio eclesial fueron la Encíclica Mediator Dei, de Pio XII y la Constitución Conciliar Sacrosanctum Concilium. Además de animarme a proseguir el camino emprendido, sirvieron para enriquecer el depósito de enseñanzas y conocimientos que, año tras año había ido atesorando.

Y aunque humano y pecador haya tenido momentos de entibiamiento de mi fervor primitivo, he procurado siempre mantener el ritmo hasta el día de hoy. Continúo haciendo de la Liturgia uno de los puntales de mi vida espiritual, intentando que sea para mí culmen et fons (cumbre y fuente). Las diversas etapas del año litúrgico tienen para mí mucha significación.

Leo con delectación revistas, libros y escritos relacionados con la Liturgia. Me sirvo de elementos gráficos, iconos y estampas, música gregoriana y oriental para ambientarme en los tiempos fuertes y en las Festividades más importantes. Siguiendo una tradición que arranca desde los años de Escolasticado, sigo durante la Cuaresma mi visita espiritual a las iglesias estacionales con el rezo de la Letanía de Todos los Santos.

En cuanto a la Liturgia de las Horas, además de las Laudes y la Hora media comunitarias, rezo Vísperas, Completas y el Oficio de la Lectura, usando el doble ciclo para darle más variedad. Incluso mis prácticas de piedad individual, por ejemplo, el Rosario, en el que el anuncio de los 20 misterios es un ensamblaje de textos bíblicos y litúrgicos.

P. Bartomeu Pericàs Alemany, mss.cc.


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