miércoles, 23 de junio de 2010

El Fuego de Dios: Carta a los jóvenes (3)


(Hemos empezado a distribuir paquetes de ejemplares de "El Fuego de Dios" hacia todas las direcciones. Nos han servido generosamente de mensajeros: Josep y Joan para las comunidades de la península y Argentina, Manel y Florentino para Barcelona, Santiago para Navarra, Manolo para Valencia, Carlos para Madrid... Cati Mir para Dominicana...

El lunes, celebrando la memoria de san Luis Gonzaga, me acordaba del sermón que dirigió el P. Joaquim con este motivo a sus queridos jóvenes ("lluisos") en Bunyola el 8 de julio de 1877, y que yo he transpuesto al género epistolar. La semana pasada la leímos en la reunión de laicos de La Real, y volvíamos a constatar que su propuesta de oración-penitencia-obediencia - aunque venga envuelta en un lenguaje decimonónico-preconciliar-, sigue siendo básica para cualquier itinerario básico de formación cristiana. Creo que es un acierto la traducción actualizada que nos propone: comunicación continua de alta fidelidad, gimnasio y ejercicio para mantenerse en forma, disponibilidad para misiones de riesgo en primera línea... ¿Por qué no nos animamos a presentar la propuesta del P. Joaquim a nuestros Jóvenes?)


CARTA A LOS JÓVENES

“Confidite, ego vici mundum. Tened confianza, yo vencí al mundo” (Juan, 16,33).

La Providencia de Dios ha dispuesto, queridos jóvenes, que os dirija hoy la palabra, en mi edad madura. Hoy y no hace 10 años, porque, fundado sobre la base de la experiencia adquirida, comprendo mejor que vuestro corazón es un misterio, misterio que yo ni siquiera había imaginado que existiera.

Muchas son y variadas las tentaciones del corazón juvenil, mas todas las reduzco a tres que llamo principales: la de amar, la de gozar y la de sobresalir.

Figuraos sino a un joven lanzado en brazos de esta pasión a la edad de catorce o quince años, cuando se le acaba de descorrer el misterioso velo que iba encubriendo su pueril mirada. ¿Cuál juzgáis es su primer pensamiento en edad tan peligrosa? El de emanciparse, sustraerse a toda autoridad. Vedle, ¡qué extraña agitación, qué altiva frente! ¡Cómo serpenteando el cuerpo con ridículos meneos se pasea por los lugares de mayor publicidad para ser visto y amado! ¡Qué tristes naufragios se pueden contar en esa prematura tempestad de las pasiones! Contemplad al que da al traste con todo, entregándose en brazos del mundo que al principio se lo hace ver todo de color de rosa, cual los encantados palacios de las mil y una noche para hundirle pronto en la mendicidad y en la vileza. Y a cuántos se ha visto, lejos de la casa paterna, darse a la vida lujuriosa; se tiene noticia de que van mendigando un mendrugo de pan faltándoles tal vez lo que no al hijo pródigo, ¡la bellota de los cerdos para saciar su hambre! Ah, pobre juventud, y ¡a dónde te conduce la inexperiencia! ¡Cómo se te vuelven tiranos esas dos simpáticas pasiones: del amor y del goce, de amar y gozar!

Os decía también que existe en el corazón del joven otra tendencia, otra loca pasión, la pasión de sobresalir entre sus compañeros para captarse la admiración del público que lo observa. Vedlos a esos jóvenes… Vedlos qué pagados están de sí mismos, cuán adictos a su parecer, cómo ambicionan los primeros puestos, cómo huyen de la sujeción y la obediencia; vedles de cuánta discusión son ya ellos la causa. Sí, tantos trastornos, tantas revoluciones, tantas guerras, tantas herejías, todo, todo en una palabra ha tenido principio en ese deseo desmedido, en esa loca pasión de gloria que incesantemente arde, se ceba y se desarrolla en el corazón del joven.

Preguntémosle ahora a Luís Gonzaga, un joven santo, modelo de la juventud. Tú, esforzado adalid, venciste al mundo, ¿quién lo duda? Di, pues, a nuestros jóvenes de qué armas te serviste para alcanzar tan completa victoria. Amados jóvenes, oíd las palabras que os dirige vuestro patrono: No temáis, tened confianza, que yo vencí al mundo.


Y lo vencí por medio de tres armas poderosas, que pueden pareceros anacrónicas y ridículas: la oración, la mortificación y la obediencia. No penséis que son las flechas de una tribu contra el láser de la guerra de las galaxias. Tienen un secreto escondido que deberéis descubrir…

Sin la oración, seréis como el soldado que pierde la comunicación con el Alto Mando y con los compañeros de cuadrilla. Jamás triunfareis de vuestros enemigos, inútiles serán vuestros propósitos, sin ejecución vuestras resoluciones, vanas todas vuestras empresas.

La mortificación puede traducirse por el duro entrenamiento de los atletas. Un joven tan delicado como Luís, podía pasar días y más días ayunando. Dominaba sus sentidos (sus ojos, el oído, los labios, sus manos). Se hizo un fuerte y aguerrido atleta. Qué contraste entre el joven Gonzaga y el joven de nuestros días; el uno inocente, de continuo dado al dominio del cuerpo y de la mente, el otro, entregado al sensualismo.

La obediencia tiene otro nombre: disponibilidad para realizar el Plan salvador, entrega hasta la muerte para las misiones más arriesgadas, presente en la frontera que nadie se atreve a cruzar. Luís obedeció, puede decirse, como su Jesús, hasta la muerte...

¡Alerta! Esa voz de alerta que os dirige desde arriba vuestro patrono, suene siempre en vuestro oído, hijos míos. No temáis en vuestras luchas, no seáis en los combates cobardes. Tened confianza que yo vencí al mundo y lo vencí con la oración, con la mortificación y con la obediencia, medios de que también vosotros os habéis de valer para triunfar de tan cruel tirano.

Vuestro amigo,

Joaquim Rosselló i Ferrà, presbítero


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