viernes, 27 de agosto de 2010

El Fuego de Dios: Neo sacerdote (5)


El 21 de marzo de 1858, poco antes de cumplir los 25 años, Joaquim Rosselló fue consagrado sacerdote al servicio de la Iglesia de Mallorca.

Estaba cursando el IIIº de Teología, le faltaban cuatro años para terminar la carrera. Desde entonces alternó sus estudios en el Seminario con el rezo coral que le exigía su beneficio en la parroquia de Santa Cruz y con el fogoso apostolado de un sacerdocio recién estrenado.


Primeros años de apostolado

Joaquim Rosselló no fue lo que llamaba el pueblo mallorquín un “capellà de carrera curta” (sacerdotes que abreviaban sus estudios en 3 cursos de Humanidades, 1 de Filosofía y 2 de Dogmática y Moral).

No fue un "capellà de missa i olla" (que pasaban de la misa a la mesa, del mal rezar al buen yantar).

Ni cabe tampoco en los tipos descritos por el Archiduque Luis Salvador, alguno de cuyos especímenes hemos conocido todavía: Campesinos de sotana raída, trabajando su huerta o recogiendo la comida de alguna familia amiga, con la cesta; o ciudadanos desocupados, entreteniéndose en largos paseos con el breviario bajo el brazo.


Fue un apóstol creativo y moderno:

La devoción al Corazón de Cristo, todavía poco conocida en Mallorca, ya había arraigado en su interior, y fue su primera arma de apostolado. Miembro del grupo informal del Hermano Gregorio Trigueros, popularizó la práctica de los primeros viernes, la hora santa, la fiesta litúrgica, etc. Reunió a muchos en una Cofradía del Sagrado Corazón.

Desde 1855 pertenecía a la Escuela de Cristo, una Hermandad de santificación para eclesiásticos y laicos de espíritu fuerte. Se reunían los jueves en la iglesia del Temple para orar, escuchar una plática espiritual y disciplinarse ante la presencia del Crucificado, motivados por el pensamiento de la muerte. Siendo aún joven sacerdote, fue elegido por seis veces consecutivas Presidente de la Hermandad.

La catequesis infantil le proporcionaba un gozo particular, pero los jóvenes eran sus predilectos. “El P. Rosselló era más amigo de los jóvenes que de los de más edad si cabe”, declarará Arnau Mir Solivellas en el Proceso de Beatificación. Un año después de su ordenación, asociado con Josep Nadal (“barbero, fervoroso y entusiasta católico”) y algunos curas jóvenes, importarán desde la parroquia de Gràcia (hoy integrada en Barcelona), la Corte Angélica de San Luís Gonzaga. "Una de aquellas piadosas Asociaciones que, acomodadas al espíritu y circunstancias de la época, tiende al santo y laudable objeto de regenerar a la juventud por medio de una educación, a la vez social y religiosa”. La propagaron por las parroquias foráneas de Mallorca con el nombre de “Los Luíses” (Lluïssos), y nuestro novel sacerdote se significó tanto que recibió el apodo de “Luis de los tiempos modernos”. Más tarde, cuando los jesuitas se estabilizaron, acabarían absorbidos por las Congregaciones Marianas.

A mitades del s. XIX, la diócesis contaba con unos 700 presbíteros. Se comprendre que con un número tan amplio y por la falta de medios de transporte, la familiaridad se redujera a los compañeros de curso y a los que habitaban en una misma comarca. La mayoría de ellos vivía de su beneficio, ajenos a la tarea pastoral. En las parroquias la predicación estaba en manos de los párrocos.

En ese mundo, D. Ximet rompió sus primeras lanzas en lo que sería después la tónica de su apostolado: Estrechar las relaciones entre los presbíteros y desarrollar un sacerdocio más misioneros, dedicado a la predicación de misiones populares.

El P. Josep Amengual, postulador de su Causa de Beatificación, dice que hizo el tránsito “de un ideal de santidad presbiteral polarizado por el culto al ideal del presbítero pastor". "El ideal del párroco y de los vicarios, durante el s. XIX, sufrió un fuerte desplazamiento. En efecto, comencemos por observar como el ideal de la misión que inspiraba a los obispos, durante siglos se precisaba en esta fórmula: augmentum Cultus Diuini, reformationem & correctionem morum, & uberiorem securioremque salutem Animarum. Esta frase se repitió durante siglos, en las relaciones (de los obispos a la Santa Sede) para las visitas ad limina. El ideal del obispo se centraba en procurar “el aumento del culto divino, la reforma y la corrección de las costumbres y la más abundante y segura salvación de las almas”. En tiempos de la Cristiandad el culto era central, y el obispo debía garantizarlo y fomentarlo, además de promover su calidad y esplendor. Lo raro era que alguien dijera que no creía. Se controlaba la asistencia a la misa dominical y festiva, así como la confesión y comunión pascual. Así se aseguraba la escucha de unos doscientos treinta sermones al año, cuya calidad y comprensión variaba mucho. Es cierto que las mencionadas relaciones, a veces, pocas, aluden a la catequesis para los rudos y a alguna misión popular. Sin embargo, esta vertiente evangelizadora era la que procuraban (no el clero diocesano, sino) los jesuitas, capuchinos, paúles, redentoristas, etc., y en el s. XIX, atrajo apasionadamente al P. Joaquim Rosselló i Ferrà.

Es sólo en la segunda mitad del s. XIX cuando la santidad sacerdotal, todavía centrada en promover el esplendor del culto, progresivamente, todavía no teológicamente, el ministerio va apareciendo como primordial y comienza a ser valorado como forma de santificación. Surge un nuevo modelo de presbítero diocesano”.


Actualización

El obispo de Mallorca, D. Jesús Murgui Soriano, en la homilía de conclusión del Centenario del Fundador (2009) e inicio del Año Sacerdotal de la Iglesia, glosaba así esta figura presbiteral “¡Qué grande fue su vivencia del sacerdocio y qué bien supo entender en qué consiste la entrega y la oblación! Y lo hizo, podríamos decir, en distintos "estados" sacerdotales. Primero, como miembro del clero diocesano, luego en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, después en la vida de retiro y soledad y, finalmente, en la fundación de una nueva familia religiosa, precisamente de clérigos regulares, destinada a promover la santificación sacerdotal en comunidades predicadoras, evangelizadoras, misioneras, que felizmente han podido llegar a tierras de primera evangelización, donde tienen hoy el florecimiento de vocaciones".


Don Jesús Murgui insistió en algunos temas que le parecían particularmente actuales:

  • El espíritu contemplativo: "Debemos predicar lo que primero hemos conocido y aprendido en la intimidad de los Corazones de Jesús y de María. Y eso quiere decir, que debemos cultivar, dedicar tiempo a la oración, a la contemplación, a la amistad con Dios, al trato de amistad con Aquellos que son fuente de nuestra actuación y compromiso. El Padre Joaquím Rosselló fue una gran alma contemplativa, amante de la soledad "sonora" de San Juan de la Cruz, llena de Dios, y justamente por eso pudo ser una gran alma apostólica, un misionero atento y comprometido con la caridad, con las necesidades del prójimo y un sabio y prudente director espiritual”.
  • El acompañamiento espiritual y el ministerio de la reconciliación: "Es importante, hermanos, redescubrir el ministerio del acompañamiento espiritual, tan ligado, aunque indirectamente, al de la confesión. Su Congregación ha destacado en él. En muchos ámbitos eclesiales se está redescubriendo. Es una gran ayuda para el discernimiento vocacional, y suele ser uno de los caminos ordinariamente de gran ayuda para la santificación en cualquier estado o situación de seguimiento del Señor. No digamos nada del ministerio de la Reconciliación, don del Señor para ahuyentar el pecado, curar tantas llagas espirituales y ayudar a crear la humanidad nueva, redimida por Jesucristo, la que su gracia y su perdón, su Espíritu, hacen posible. Seamos, queridos misioneros, los "embajadores de Cristo para la reconciliación" que quería San Pablo, los ministros de la misericordia del Corazón de Jesús que quería su fundador".
  • La vocación misionera y la centralidad de la Sagrada Escritura: "Prosigamos en la tarea evangelizadora, misionera, llenos de caridad y compromiso con la humanidad, especialmente en tiempos de crisis, deseosos de predicar alimentados de la Palabra de Dios, bebiendo del agua pura de nuestra fe católica: en la misma Sagrada Escritura, así como en la Liturgia, los escritos de los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia. Es ilustrativo al respecto como uno de los biógrafos del Siervo de Dios, el P. Thomàs, recoge que rezando el Oficio en compañía de los primeros misioneros les hacía fijar en pasajes de los Santos Padres adecuados para la predicación".

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