Querido Daniel:
Las exequias empezaron poco antes de las seis. Jaume hizo una introducción. Ricard Terrades, el director de la escolanía, cantó el salmo 23. Leímos una epístola y compartimos las oraciones. Después del padrenuestro, fuimos llevando a Pere en procesión al cementerio. El féretro lo portábamos familiares y congregantes, y algunos amigos, turnándonos, porque ya sabes que se hace cuesta arriba; además, muchos lo querían llevar. Cantábamos a cada paso “Dolç cor de Jesús, siau mon amor, dolç cor de María, siau ma salvació”. En la explanada del mirador, junto al pozo de los ermitaños, dejamos el féretro en ese altar gigante que es la roca de esa explanada. Leímos la carta de la Delegación del Plata, y le impusimos el poncho que le habíais regalado, mientras cantábamos, Mario Quintrilef guitarra en mano, la zamba de la esperanza.
Luego subimos hasta el cementerio, ya sólo los familiares y congregantes. Pudimos abrir de nuevo el féretro para darle el último adiós. Luego tuvimos que esperar un poco: había tantos coches en la entrada, que los de la funeraria no podían llegar. Lo pusimos en el nicho de arriba a la derecha. Cuando lo subíamos, cayó la llave del ataúd, y yo la recogí, no sé si por instinto de posesión, de guardar el cuerpo de Pere…
La gente se fue yendo. Yo me sentía feliz de que, al final, Pere pudiera estar en Sant Honorat (aunque no era él, sólo su cadáver, pero yo todavía no lo entendía).
A la noche me vinieron pensamientos. ¿Viste que estuvimos tan pendientes de su cuerpo todo este tiempo? (dándole de comer, acariciándolo, limpiándole, velándolo mientras el se esforzaba en seguir respirando durante los últimos días…). Me vino la idea de pensar: “pobre, lo hemos dejado allá solo, con tanto frío”… y es que hasta este momento no lo habíamos dejado solo ni de día ni de noche…
Esta mañana, en la oración en silencio, me vino a la memoria el relato de la resurrección en Juan:
“ Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas, y vio además que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó”. (Jn 20,3-8).
Y es que el sepulcro de Pere también estaba vacío. Él no estaba. Dentro sólo estaba la sábana que lo había envuelto su humanidad durante su vida terrena. Bonita reliquia, tejida desde las entrañas de su madre, que había vivido y amado, que se había desgastado y se había dejado acariciar… Pero Él no está. El está unido al cuerpo del resucitado de Jesús. ¿Sabes? Es como ese Jesús resucitado, que está en el frontón del portal de la Gloria de la catedral de La Plata: su cuerpo está formado por la multitud de fieles que han muerto en el Señor.
Pere ya no es sólo nuestro, es de todos. Por eso, cuando contemplo el paisaje desde Sant Honorat, este monte tan querido, la llanura que se extiende a nuestros pies… cuando contemplo el mar, la isla de Cabrera, el cielo azul que nos envuelve… Ahí está Pere, formando parte de esta humanidad resucitada de Jesús que abarca el universo entero. Por eso es que también está presente, entre vosotros, en esas calles de barro que tantas veces pisó, junto a las familias del barrio y junto a sus pobres, por los que dio la vida.
Y es por eso, que esta mañana volví al sepulcro, a contemplar esta reliquia, y a dejarme inundar por esta presencia, junto al Resucitado, que es como la luz de estos días de primavera: lo
ilumina todo y, sin que la veamos, hace que veamos hermosas y bellas todas las cosas. Y me desprendí de esta llave que había robado: se la puse bajo los pies de la imagen de la Virgen de Lluc, la que hemos dejado en el cementerio, para que sea ella que guarde esta reliquia (pues ya no es nuestra) hasta la Pascua definitiva.
Querido Daniel: seguro que me he dejado muchos detalles, muchas vivencias por contar, muchos rostros por describir. Seguramente amigos comunes, cuando hablen contigo, o cuando te escriban, te podrán contar más cosas, más detalles, más anécdotas…
Recibe un fuerte abrazo de hermano y amigo. Unidos en la oración.
Vicenç (Sant Honorat 4 junio 2013)