viernes, 31 de agosto de 2012

Lo que importa es el corazón (Dom 22 ciclo B. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23)






Por lo que atañe a nuestro carisma, es importante que reflexionemos sobre este evangelio que nos presenta una antropologia del corazón. Resumo del comentario de Mc de X. Pikaza y que pueden encontrar en http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2012/08/30/dom-02-09-12.

Dejar que brote en nosotros el buen corazón, ésa es la tarea esencial del evangelio. El riesgo del pecado será un corazón malo del que brotan envidias, asesinatos, perversidades... Se basa en dos principios: Principio de universalidad: todos los humanos pueden y deben compartir la comida mesiánica. Y Principio de interioridad: La pureza verdadera brota y se mantiene a nivel de corazón (cf. 7, 21).

Esos principios expresan la más honda aportación del evangelio. Lo que aquí se pone en juego no son unas verdades teóricas sino el bien de los pobres (hambrientos, enfermos). Jesús no ha comenzado discutiendo teorías sobre lo puro o impuro sino curando a los enfermos, ofreciendo comida a los hambrientos... Para defender sus curaciones, para mantener su proyecto de pan compartido, expone ahora su visión de la pureza interior, superando el nivel particular de escribas y fariseos y remontándose al principio de lo humano, a los mandatos primordiales de Gen 1 .

Los cristianos del siglo XXI hemos superado en general el tema de la “pureza” de las comidas (comer puerco, sangre, carne o pescado), pero la cuestión de fondo continúa, pues hombres y mujeres nos seguimos separando por la comida (si comemos o no, qué comemos y con quién comemos), en un plano económico y social, y esto sólo puede resolverse desde la pureza interior (que nos capacite para compartir bienes y alimentos, vida y futuro, en fraternidad con todo el mundo). A ese nivel se unen interioridad (buen corazón) y exterioridad comunitaria (mesa compartida), creando iglesia universal. Entendida así, esta discusión de Marcos 7 es un reflejo y compendio de todo el evangelio. Éstos son los núcleos de su argumento:

1. Interioridad. El mensaje de Jesús va más allá de las normas de presbíteros o ancianos (7, 5), y de esa forma supera (no necesita los) los sistemas de seguridad que ha establecido un tipo de judaísmo legal, especialmente en el plano de familia y mesa. Lógicamente, las leyes sagradas como tales pasan a segundo plano, y así lo muestra de forma sorprendente la palabra sobre el korbán (dones del templo) y los padres (7, 5-13). En su literalidad, esa palabra podrían aceptarla otros maestros judíos. Pero es nueva la fuerza que recibe y el trasfondo donde se sitúa, relativizando no sólo la liturgia del templo, sino también las tradiciones de fariseos y algunos escribas, poniendo a los hombres y mujeres ante su propia interioridad, libremente.

2. Corazón. La interioridad mesiánica va unida a la libertad personal: no es lo externo (exôthen: 7, 15.18) lo que mancha al ser humano, sino aquello que brota de dentro (esôthen: 7, 21). Asumiendo la más honda tradición profética de Israel, como auténtico judío, Jesús ha situado a los hombres ante la verdad (o riesgo de mentira) de su propio corazón. Sólo partiendo de esa fuente puede edificarse la familia mesiánica, no entendida ya en clave de poder (imposición de los presbíteros) sino de reciprocidad de dones y servicios: Dios mismo aparece así como garante de la vida (ayuda) que se ha de ofrecer a los padres necesitados, a quienes los hijos deben acompañar y ayudar, por encima de toda ley social o religiosa (7, 9-13).

3. Universalidad. Todos los principios de vinculación externa (comida o raza, poder o prestigio) acaban siendo parciales y separan a unos grupos de otros. Sólo la pureza de corazón vincula por igual a todos los humanos, en fraternidad de familia y mesa, es decir, de comunión humana. En este plano, la “religión” de Jesús viene a entenderse como “religión humana”, en el sentido estricto de la palabra; no aparece como práctica especial de un grupo aislado, sino como experiencia y (exigencia) de apertura humana y comunión, desde unos pensamientos abiertos al encuentro entre todos los seres humano. Éste es el nuevo shema (¡escuchad!) de Jesús, formulado en 7, 14.


viernes, 24 de agosto de 2012

¿Estamos en la higuera, sobre, bajo o fuera de la higuera?


Celebramos hoy, 24 de Setiembre, a San Bartolomé, en medio de una rabiosa canícula. Me entretengo leyendo el evangelio de Jn  1,45-51 que lo identifica con Natanael e imaginado el frescor de la sombra de una higuera. 


Es un amigo de Felipe escéptico:  «¿De Nazaret puede haber cosa buena?».  Jesús lo piropea: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Natanael se soprende: «¿De qué me conoces?».Y Jesús da una respuesta desconcertante: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».

¿Debajo de qué higuera? Y esta higuera ¿se refiere sólo a Nata, como un hecho puntual, o también a nosotros?

No deberíamos “estar en la higuera”: frase coloquial como “estar en la parra”, “en Babia”, “en la luna”, “en las nubes”, que significa = no enterarse de nada.

No tapemos nuestras vergüenzas “con hojas de higuera”. San Agustin piensa en el pecado que sufrimos todos:  “Cristo te ve en tu tiniebla y ¿no te verá en su luz? ¿Qué significa entonces: Te vi cuando estabas bajo la higuera? ¿Qué quiere decir o qué significa eso? Recuerda el pecado original en quien todos nacimos. Nada más pecar, se hizo una faja de hojas de higuera, significando en tales hojas el prurito de la libido, producido por su pecado...  Quien vino a ti sin el prurito de las hojas de higuera, te vio cuando estabas bajo la higuera. Disponte para ver en sublimidad a quien te vio en misericordia” (Sermón 69).

No nos durmamos siquiera en la modorra de una siesta permanente. El profeta Miqueas, por ejemplo, describía la Paz de los tiempos mesiánicos:  “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas... Se sentará cada uno bajo su parra y su higuera, sin sobresaltos” (Miq 4, 4).

San Gregorio Palamás introduce una interpretación más sicológica “No sabemos a qué episodio hacía alusión Jesús. ¿Acaso Natanael se había retirado debajo de la higuera, en un momento de oración o de meditación, o de tentación y de lucha interna; o quizás en un estado de pecado y de arrepentimiento? Lo que es cierto, es que la sombra de la higuera marca un momento decisivo en la vida de Natanael. Jesús, en ese momento de decisión, estaba invisiblemente presente, tal como está presente en el debate al que nos entregamos cada uno de nosotros, debajo de nuestra higuera. (Debajo de otra higuera, cuatro siglos más tarde, Agustín escuchará una voz diciéndole: “Tolle, lege”, “Toma y lee”. Este llamado decidirá su conversión. Hay higueras estériles que Jesús maldice, cuando, por sus hojas, ilusionan (Cf. Mt 21:19). Hay higueras excepcionalmente fértiles, que Jesús bendice; Natanael y Agustín son sus frutos). El llamado de Jesús - sea dirigido a Natanael o a cada uno de nosotros - tiene raíces secretas y profundas en lo que nuestra vida tiene como más íntimo. “Cuando estabas debajo de la higuera…”

Interpretación que inspira a Benedicto XVI: “No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael. Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel" (Jn 1, 49). En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús”.

Me gusta el resumen  de  Roberto Ruano en su comentario a la lectura de la fiesta del apòstol: “Cuando Dios interviene, llama al hombre a abandonar la planta junto a la que se ha establecido. El árbol no debe nunca convertirse en refugio o descanso prolongado. La mirada de Dios desanida siempre a alguien encaramado al sicomoro (Zaqueo), escondido en la espesura de un árbol (Adán y Eva), adormecido bajo la sombra de una higuera familiar (Natanael). Jesús promete grandes coses para los que se fían de Él: “ver el cielo abierto” ¡A nosotros también!”.