Celebramos hoy, 24 de Setiembre, a San Bartolomé, en medio de una rabiosa canícula. Me entretengo leyendo el evangelio de Jn 1,45-51 que lo identifica con Natanael e imaginado el frescor de la sombra de una higuera.
Es un
amigo de Felipe escéptico: «¿De Nazaret
puede haber cosa buena?». Jesús lo
piropea: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Natanael
se soprende: «¿De qué me conoces?».Y Jesús da una respuesta desconcertante:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
¿Debajo de qué higuera? Y esta higuera ¿se
refiere sólo a Nata, como un hecho puntual, o también a nosotros?
No deberíamos “estar en la higuera”: frase coloquial
como “estar en la parra”, “en Babia”, “en la luna”, “en las nubes”, que
significa = no enterarse de nada.
No tapemos nuestras vergüenzas “con hojas de
higuera”. San Agustin piensa en el pecado que sufrimos todos: “Cristo te ve en tu tiniebla y ¿no te verá en
su luz? ¿Qué significa entonces: Te vi cuando estabas bajo la higuera? ¿Qué
quiere decir o qué significa eso? Recuerda el pecado original en quien todos
nacimos. Nada más pecar, se hizo una faja de hojas de higuera, significando en
tales hojas el prurito de la libido, producido por su pecado... Quien vino a ti sin el prurito de las hojas de
higuera, te vio cuando estabas bajo la higuera. Disponte para ver en sublimidad
a quien te vio en misericordia” (Sermón 69).
No nos durmamos siquiera en la modorra de una
siesta permanente. El profeta Miqueas, por ejemplo, describía la Paz de los
tiempos mesiánicos: “De las espadas forjarán
arados; de las lanzas, podaderas... Se sentará cada uno bajo su parra y su
higuera, sin sobresaltos” (Miq 4, 4).
San Gregorio Palamás introduce una interpretación
más sicológica “No sabemos a qué episodio hacía alusión Jesús. ¿Acaso Natanael
se había retirado debajo de la higuera, en un momento de oración o de
meditación, o de tentación y de lucha interna; o quizás en un estado de pecado
y de arrepentimiento? Lo que es cierto, es que la sombra de la higuera marca un
momento decisivo en la vida de Natanael. Jesús, en ese momento de decisión,
estaba invisiblemente presente, tal como está presente en el debate al que nos
entregamos cada uno de nosotros, debajo de nuestra higuera. (Debajo de otra
higuera, cuatro siglos más tarde, Agustín escuchará una voz diciéndole: “Tolle,
lege”, “Toma y lee”. Este llamado decidirá su conversión. Hay higueras
estériles que Jesús maldice, cuando, por sus hojas, ilusionan (Cf. Mt 21:19).
Hay higueras excepcionalmente fértiles, que Jesús bendice; Natanael y Agustín
son sus frutos). El llamado de Jesús - sea dirigido a Natanael o a cada uno de
nosotros - tiene raíces secretas y profundas en lo que nuestra vida tiene como
más íntimo. “Cuando estabas debajo de la higuera…”
Interpretación que inspira a Benedicto XVI: “No
sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un
momento decisivo en la vida de Natanael. Él se siente tocado en el corazón por
estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este
hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre
puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y
hermosa, diciendo: "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de
Israel" (Jn 1, 49). En ella se da un primer e importante paso en el
itinerario de adhesión a Jesús”.
Me gusta el resumen de Roberto
Ruano en su comentario a la lectura de la fiesta del apòstol: “Cuando Dios
interviene, llama al hombre a abandonar la planta junto a la que se ha
establecido. El árbol no debe nunca convertirse en refugio o descanso
prolongado. La mirada de Dios desanida siempre a alguien encaramado al sicomoro
(Zaqueo), escondido en la espesura de un árbol (Adán y Eva), adormecido bajo la
sombra de una higuera familiar (Natanael). Jesús promete grandes coses para los
que se fían de Él: “ver el cielo abierto” ¡A nosotros también!”.
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