Por lo que atañe a nuestro carisma, es
importante que reflexionemos sobre este evangelio que nos presenta una antropologia
del corazón. Resumo del comentario de Mc de X. Pikaza y que pueden encontrar en
http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2012/08/30/dom-02-09-12.
Dejar que brote en nosotros el buen
corazón, ésa es la tarea esencial del evangelio. El riesgo del pecado será un
corazón malo del que brotan envidias, asesinatos, perversidades... Se basa en dos principios: Principio de
universalidad: todos los humanos pueden y deben compartir la comida mesiánica. Y
Principio de interioridad: La pureza verdadera brota y se mantiene a nivel de
corazón (cf. 7, 21).
Esos principios expresan la más honda
aportación del evangelio. Lo que aquí se pone en juego no son unas verdades
teóricas sino el bien de los pobres (hambrientos, enfermos). Jesús no ha
comenzado discutiendo teorías sobre lo puro o impuro sino curando a los
enfermos, ofreciendo comida a los hambrientos... Para defender sus curaciones,
para mantener su proyecto de pan compartido, expone ahora su visión de la
pureza interior, superando el nivel particular de escribas y fariseos y
remontándose al principio de lo humano, a los mandatos primordiales de Gen 1 .
Los cristianos del siglo XXI hemos
superado en general el tema de la “pureza” de las comidas (comer puerco, sangre,
carne o pescado), pero la cuestión de fondo continúa, pues hombres y mujeres nos
seguimos separando por la comida (si comemos o no, qué comemos y con quién
comemos), en un plano económico y social, y esto sólo puede resolverse desde la
pureza interior (que nos capacite para compartir bienes y alimentos, vida y
futuro, en fraternidad con todo el mundo). A ese nivel se unen interioridad
(buen corazón) y exterioridad comunitaria (mesa compartida), creando iglesia
universal. Entendida así, esta discusión de Marcos
7 es un reflejo y compendio de todo el evangelio. Éstos son los núcleos de su
argumento:
1. Interioridad. El mensaje de Jesús va
más allá de las normas de presbíteros o ancianos (7, 5), y de esa forma supera
(no necesita los) los sistemas de seguridad que ha establecido un tipo de
judaísmo legal, especialmente en el plano de familia y mesa. Lógicamente, las
leyes sagradas como tales pasan a segundo plano, y así lo muestra de forma
sorprendente la palabra sobre el korbán (dones del templo) y los padres (7,
5-13). En su literalidad, esa palabra podrían aceptarla otros maestros judíos.
Pero es nueva la fuerza que recibe y el trasfondo donde se sitúa, relativizando
no sólo la liturgia del templo, sino también las tradiciones de fariseos y
algunos escribas, poniendo a los hombres y mujeres ante su propia interioridad,
libremente.
2. Corazón. La interioridad mesiánica va
unida a la libertad personal: no es lo externo (exôthen: 7, 15.18) lo que
mancha al ser humano, sino aquello que brota de dentro (esôthen: 7, 21).
Asumiendo la más honda tradición profética de Israel, como auténtico judío,
Jesús ha situado a los hombres ante la verdad (o riesgo de mentira) de su
propio corazón. Sólo partiendo de esa fuente puede edificarse la familia
mesiánica, no entendida ya en clave de poder (imposición de los presbíteros)
sino de reciprocidad de dones y servicios: Dios mismo aparece así como garante
de la vida (ayuda) que se ha de ofrecer a los padres necesitados, a quienes los
hijos deben acompañar y ayudar, por encima de toda ley social o religiosa (7,
9-13).
3. Universalidad. Todos los principios
de vinculación externa (comida o raza, poder o prestigio) acaban siendo
parciales y separan a unos grupos de otros. Sólo la pureza de corazón vincula
por igual a todos los humanos, en fraternidad de familia y mesa, es decir, de
comunión humana. En este plano, la “religión” de Jesús viene a entenderse como
“religión humana”, en el sentido estricto de la palabra; no aparece como
práctica especial de un grupo aislado, sino como experiencia y (exigencia) de
apertura humana y comunión, desde unos pensamientos abiertos al encuentro entre
todos los seres humano. Éste es el nuevo shema (¡escuchad!) de Jesús, formulado
en 7, 14.
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