sábado, 22 de septiembre de 2012

El niño en el centro (Dom 25 B Sab 2,17-20; Stgo 3,16-4,3; Mc 9, 33-37)


Jesús dice: Vamos a Jerusalén para entregar la vida, de manera que los niños y los pobres puedan vivir. Sus discípulos, en cambio, piensan y dicen: Vamos a Jerusalén para ver cómo podemos mandar; lógicamente, entre ellos surge la disputa por saber quién será el primero.
El proyecto  de Jesús es un camino de liberación para la humanidad (Eu-angelio= Buena Noticia). El proyecto de sus discípulos es una disputa por  ocupar los primeros puestos (Kak-angelio= Muy mala Noticia).
Jesús resuelve el tema de un modo teórico, pero sobre todo de un modo práctico. Éste es un evangelio tierno y emocionante… pero debe sonar como dinamita en un mundo como el nuestro donde cada día mueren más de 50.000 niños de hambre, porque nosotros (los grandes) seguimos discutiendo sobre quiénes son los primeros. En una sociedad donde los niños sufren toda clase de abusos.

9, 35. Principio general: hacerse los últimos
“Y sentándose llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser primero, sea último de todos y servidor de todos”.
El apòstol Santiago nos ha explicado cómo funciona nuestra Sociedad opresora: “¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros? ¿No es acaso de los deseos de placer? Codiciáis lo que no podéis tenir; y acabáis asesinando. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo; así que lucháis y peleáis”.
Jesús no quiere introducir un pequeño correctivo en la estructura de la sociedad dominante (judía o cristiana), sino que expone un proyecto totalmente distinto de “evangelio”.
Quien quiera ser primero (prôtos)...  Jesús no rechaza ese deseo, ni todos los deseos, como ha querido cierto tipo de budismo, sino que lo reconoce y acepta, como algo que pertenece a la misma entraña de la vida humana, pero necesita y quiere “reconvertirlo”, es decir, invertir du dirección.
Por eso quiere que sus servidores sepan ponerse al final, para acompañar y ayudar desde allí a los otros (especialmente a los perdedores del mundo), superando la lógica del mando, que está implícita en otros modelos de mesianismo.

9, 36-37. Gesto simbólico y enseñanza conclusiva
"Luego tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: 37 Pues quien acoja a uno de los niños como estos éstos en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino a Aquel que me ha enviado".
1. Autoridad: Sus discípulos buscan el lugar de honor, pero ese lugar (el centro) está ocupado, pues Jesús ha colocado allí a un niño (paidion, niño o niña), en pie, como signo de autoridad, en medio del corro.
2. Amor: En contra del poder que buscan sus discípulos, el primer gesto de Jesús es la ternura, el abrazo que el ofrece a los niños, para que pueden vivir y crecer con ternura. Lo que importa no es tomar el poder, ni ser primeros, sino que los niños puedan vivir, siendo en realidad “primeros”, los más importantes, precisamente porque son los más pequeño.
3. Enseñanza. Ser último y servidor es saber amar a los niños, es decir, hacerse grande y primero en amor. En este momento, Jesús no enseña desde la cátedra (ni desde un trono político), sino desde su abrazo con el niño, con quien se identifica él mismo y con quien identifica al mismo Dios.

La iglesia ha de mostrarse, según eso, como ámbito materno, casa donde los niños encuentran acogida, siendo honrados, respetados y queridos. Ella no es (no debería ser) un grupo dominado por sabios ancianos (una gerontocracia), ni una sociedad dirigida por sacerdotes poderosos o influyentes, un sindicato de burócratas sacrales, funcionarios que escalan paso a paso los peldaños de su gran pirámide de influjos, poderes, competencias (y también incompetencias). Si los niños son el centro de la comunidad, es evidente que en ella han de tener un lugar especial las mujeres, pero no como subordinadas a los varones, sino como creadoras de nueva humanidad, en la línea de Jesús .
Su forma de abrazar a un niño rompe los modelos del varón mediterráneo y judío, educado para el sexo y honor, la autoridad y trabajo. Él aparece así de un modo distinto, y hasta escandaloso, como mesías de ternura que no sólo abraza a los niños en grupo sino que propone ese gesto como signo de identidad de su discipulado y reino .
Frente a unos discípulos patriarcalistas (Pedro y sus Doce, en el comienzo de la Iglesia), que, a juicio de Marcos, buscaban el dominio (ser grandes, conquistar con decisión los primeros puestos) ha elevado aquí Jesús el modelo de una iglesia que es familia, hogar materno al servicio de los más pequeños.
Resumen del comentario de Mc de X. Pikaza

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