(Fragmento de la homilía de la Fiesta Litúrgica de los Mártires del Coll en la Catedral de Palma, 21. 7. 13)
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Esta bella
historia (de Marta y María) de acogida y de servicio a Jesús en los pobres es una constante en la
historia de la Iglesia, gracias a tantos seguidores fieles de Jesús. Al convocar
el Año de la Fe el Papa Benedicto XVI nos recordaba no sólo la vida de fe de
María y de los Apóstoles sino también la de tantos hombres y mujeres que a lo
largo de la historia han dado testimonio de su fe de los modos más diversos. Para
recordar a los hijos predilectos de la Iglesia de Mallorca, ilustres por su
testimonio de fe, hemos querido reunir sus nombres en un Memorial de los Santos
y Beatos. Ahí figuran como frutos preciosos del árbol de la vida.
Hoy celebramos
la fiesta de los beatos mártires del Coll de Barcelona: Simón Reynés, Miguel
Pons, Francisco Mayol y Pablo Noguera, Misioneros de los Sagrados Corazones y
las Hermanas Franciscanas Hijas de la Misericordia Catalina Caldés y Micaela
Rullán. Servían a una de las parroquias más pobres de Barcelona, en un barrio
de los alrededores de la ciudad; las religiosas se dedicaban a la educación de
los niños y al cuidado de los enfermos. Queremos agradecer que el Vicario
General de los Misioneros haya venido a concelebrar esta eucaristía con
nosotros, así como que un nutrido grupo de Franciscanas se haya sumado a esta
celebración.
¿Por qué es
importante recordarlos? Porque con su vida el Señor nos brinda un ejemplo. Ciertamente
seguimos a Jesús, el único Maestro y Señor. Pero hay muchas maneras de seguirlo,
porque cada uno tiene su temperamento y carácter. A lo largo de la historia nos
encontramos con una gran riqueza de maneras de vivir el evangelio, según las
diferentes épocas y culturas. Los santos nos ofrecen cada uno un itinerario
concreto y humano. Ellos nos explican el evangelio, a veces con instrucciones,
pero siempre con su vida. Ellos son los que mantienen la santidad en la
Iglesia, son los grandes teólogos, porque han comprendido y vivido el evangelio.
Tienen la autoridad del testimonio, la autoridad de haber ido tras las huellas
del Crucificado Resucitado, entregándole su vida por amor y en servicio a los
demás.
Necesitamos
modelos, porque los ejemplos atraen, porque nuestra identidad se forja no tanto
con ideas sino identificándonos con alguien que vive el ideal evangélico,
viendo prácticamente como se vive.
Necesitamos
recordarlos para que conozcamos la familia a la que pertenecemos, para ver en
la práctica nuestro estilo de vida, para tomar conciencia de la tradición que
nos mantiene y de la que somos continuadores. Conocer nuestra estirpe nos da
raíces. Con ellos nos sentimos acompañados, orientados y alentados en nuestro
seguimiento de Jesús. Con ellos nos sentimos arropados y sostenidos. Porque son
una ayuda, un espaldarazo a seguir; en ellos vemos que es posible vivir el
ideal evangélico.
Y son unos
intercesores, con los que nos podemos sentir unidos. Con ellos vivimos la
“comunión de los santos”. La intercesión es compartir lo más importante en
nuestra gran comunidad de vida que formamos todos los cristianos, tanto los
presentes esparcidos por todo el orbe de la tierra, como con los del pasado. Es
muy bello sentirse acompañado en lo más íntimo e importante de nuestra vida,
nuestra fe. Interceder es orar para que se cumpla la voluntad de salvación que
Dios tiene para la humanidad y para cada uno de nosotros. Los podemos invocar
para que nos acompañen en nuestro camino, nos den su aliento.
Después de la
misa iremos a rezar ante el Memorial, en un acto de recuerdo y de veneración. A
ello os invitamos a todos, especialmente en los días dedicados al recuerdo de
alguno de ellos.