miércoles, 25 de junio de 2014

La oración del Corazón de Jesús (Mt 11,25-30)

El tiempo  pascual acaba con un conjunto de fiestas que son como las trenzas de una guirnalda: Pascua de Resurrección, Pentecostés del Espíritu, Santísima Trinidad, Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, Sagrados Corazones de Jesús y de María.


El pasaje que leemos hoy se ha descrito como  “la perla” del evangelio de Mt.   Y nosotros, como aquel mercader de la parábola que encontró una perla fina, la tomamos ahora en las manos, la llevamos al taller del orfebre para que la valore y veamos cuánto estamos decididos a pagar por adquirirla.

El primer destello de luz que nos fascina es el resplandor que baja de la Trinidad de Dios. Jesús siente un estremecimiento (“con el júbilo del Espíritu Santo”, Lc 10,21) e irrumpe en alabanzas (“¡te alabo, Padre!”, Mt). Una experiencia espiritual de la plena compenetración con el Padre (su Abbá querido y reverenciado) que lo envía y que le entrega todo al que se ha hecho Humano para que salve a los hombres. ¿Sintió también Jesús una profunda soledad, la incomprensión del que sabe que “nadie conoce al Hijo sino el Padre”? ¡Y cómo podría resistirlo si no experimentara, al mismo tiempo, la fuerza vivificadora del Espíritu de que habla Pablo y que es el “corazón de la Trinidad”!… Ese Espíritu que resucitó a Jesús, y que Juan vería brotando del costado abierto por la lanza, derramando su vida sobre la humanidad como un río que nace desde el Santuario abierto, ya sin velos. 


¡Atentos!, estamos en el momento mágico de asomarnos al pozo sin fondo de la oración de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho Hombre. ¿Cómo se situaba Jesús Cara a Cara con su Abbá? ¿Qué clase de oración brotaba de su corazón más íntimo? ¿Qué principio dinámico lo movería a obrar y actuar?    
           
Un gozo jubiloso, fruto de su experiencia de la paternidad de Dios, infundido por el Espíritu, es el secreto del Hijo del Rey. ¿Por qué no se da en toda la historia de las apariciones y revelaciones teofánicas ningún mensaje tan sencillo y optimista como éste? “¡Bendito seas, Abbá/Padre celestial, yo te alabo porque has ocultado estos misterios a sabios y entendidos y se los has revelado a la gente sencilla. Tu maravillosa predilección por los pequeños, los sencillos iletrados, mi pueblo humilde… Te doy gracias por mi sentimiento filial de que nadie me conoce como Tú. La certeza de que me equipas con todo lo necesario para que lleve a cabo la misión que me has confiado”.

Una contemplación profunda que se convierte después en acción: La llamada del Maestro de Justicia a entrar en su escuela desde las puertas de la ciudad por donde se arrastra la gente con sus grandes fardos. Las manos del Taumaturgo que sana toda clase de heridas. El poder del Liberador que desata los grilletes que no dejan levantar cabeza: “Venid a mí todos los abatidos, las personas agobiadas por los mecanismos de exclusión social y religiosa, y les propongo cambiar el yugo de sus dependencias por otro yugo y otra carga: el yugo de la libertad puesta al servicio de los demás, la vida entregada gratuitamente. Aprended de mí que soy bondadoso y humilde de corazón, pues mi programa es: “honestidad personal y capacidad de diálogo y tolerancia” (La Biblia de nuestro Pueblo).

Hemos llegado a la “vena y fuente del sacrosanto evangelio, síntesis de todo el misterio de Cristo” (Bullinger). “Una especie de sumario de su cristología ética o su ética cristológica. Revelación, salvación y conocimiento de Dios acontecen en la vida, en la praxis concreta y no antes de ella ni junto a ella. La gracia y la praxis van unidas en él, como fondo y forma de la misma realidad” (U. Luz).

¿Hubo ninguna persona sencilla y humilde que se identificara tan cordialmente con esa revelación de Jesús como su Madre María? Ellos dos vivieron la Alianza Nueva profetizada por los profetas, escrita en sus Corazones de carne. Por esto la espiritualidad de sus Corazones traspasados por la Pasión de Dios, Pasión del Reino,  se convierte en Evangelio (Buena Noticia) para todos los heridos y traspasados.
Bendigamos nosotros también la misericordia del Padre que nos hace entrar en la Alianza de los Corazones de Jesús y de María. Ellos brindan esperanza a nuestros corazones heridos y nos comprometen al servicio de los traspasados de nuestro momento histórico.