En estos días en que el
año da sus primeros pasos, hago mi oración como una receta culinaria de “olla
vieja”. Quiero decir, con los restos de lo
que me he llevado a la boca y al corazón en esta Navidad y en otras Navidades pasadas.
Me inclino ante el Niño
sentado en su sillita, que contempla una anciana: “¡Nunca había visto a un Niño
tan mono!”, me dice sonriendo, le saca una foto. Es su manera de adorar y de invitarme a
contemplar lo que ella admira con sus ojos expertos.
En el principio era la
Palabra. Dios busca comunicarse desde siempre, Dios Trinitario y Comunicativo.
Todo lo crea con su Palabra. Dios tiene un Plan de Salvación. Ha creado al
hombre y a la mujer, los únicos con los que puede conversar. Y también nosotros
debemos comunicarnos más en el diá-logo y superar los monó-logos.
Nosotros somos bendecidos porque nos ha hecho hijos e hijas, no esclavos, y nos hace participar de su herencia. Si Dios está con nosotros, ¿quién nos podrá dañar?
Su Palabra era Vida, no vacía
ni banal. Su Palabra era Luz de los hombres, otro nombre de la Verdad. Todo el
que busca la Verdad pertenece a Su Reino. Estamos llamados a acoger la Luz, a
dejarnos transformar por su resplandor y vencer a las tinieblas que quieren
invadirlo todo.
La Palabra se hizo carne
y puso su tienda entre nosotros. Se llamará Emmanuel, Dios-con-nosotros, Dios
que acampa en nuestro mismo campamento y atraviesa con nosotros el desierto. Se ha hecho carne en un Niño, se manifiesta en
la impotencia y en la debilidad de los pequeños. Junto al Dios Omni-potente,
invoquémosle con el atributo de Dios Omni-impotente, débil hasta el extremo. El
signo que se da a los humildes es el que guió a los pastores, que encontraríamos
a un Niño fajado, en un pesebre, sin poderse mover.
Los hay que predican a un
Dios sin carne y sin cruz, Dios conocido por la razón, pero no encarnado.
Nuestro Dios es el crucificado en un madero. Lo reconoceremos en las heridas de
los pies y de las manos, sobre todo en la del costado. No nos hemos de
avergonzar de la carne de Dios, de mostrarle ternura, como él hacía: acariciando
sus arrugas y curando sus llagas.
Nuestro Dios apacienta en
un mismo rebaño al león y al cordero. Reina como un Niño desde su inocencia,
su pureza y sobre todo su bondad. No le hemos de temer a la revolución de la
ternura.
Nuestro Niño juega con la
bola del mundo, como si fuera una pelotita; con las virutas del taller de su
padre, el carpintero. Sentado en su silla, levanta su manita para reclamarnos
atención. Va creciendo, con el poder del Espíritu de Dios. Defendámoslo de todo
peligro, que nos está encomendado.
Dejémosle crecer. Pero no olvidemos nunca que la
historia del Dios hecho Hombre empieza en el vientre de María, sobre las pajas del establo,
en la sillita chica de nuestros niños y que se explica en la bienaventuranza de
los puros de corazón. Hagámonos niños, pequeños servidores de todos, para
entrar en su Reino.
Foto: Niño Jesús sentado de nuestra iglesia de Palma.