"Sé que no tienen papeles, pero tienen hambre".
El éxodo es la lectura que me resuena con más eco este domingo. Moisés sorprendido por un fuego que arde sin consumirse. La experiencia espiritual del Señor que baja en humildad, a la corona de espinas de zarzas y vallas alambradas.
"He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos... Esto dirás a mi pueblo: Yo soy el que no se tapa la cara, el que no se olvida, el que Ya-Viene a intervenir, a liberar".
"Así como desde un punto de vista trinitario-absoluto hay que decir que "en el principio estaba la palabra" (Jn 1,1) a través de la cual surgió la creación (Gn 1,1), así desde un punto de vista histórico-salvífico hay que decir que "en el principio estaba la misericordia hacia las víctimas". Yo soy la Misericordia Liberadora" (Jon Sobrino).
Me impacta el testimonio, tan caliente, del arzobispo de Tánger, el franciscano Santiago Agrelo. Me recuerdan las palabras, con olor a muerte anunciada del arzobispo de San Salvador Oscar Romero: "Les suplico, les ordeno, les mando... dejen de matar". Me pregunto si seré capaz de leerlas en mi celebración dominical. Si mi asamblea será capaz de digerirlas.
"Si no os convertís, todos pereceréis lo
mismo". Nuestra sociedad española que esta semana votará la investidura de un nuevo presidente que todavía no tiene los votos. Nuestra Iglesia que camina a medio gas, sin el tono que parecía exigir el Jubileo de la Misericordia. "Pensáis que sois mejores? Os digo que no!".
2. Testimonio de Santiago Agrelo Martínez, Arzobispo de
Tánger
"En los alrededores de Ceuta hay emigrantes. No sé cuántos son. Sé que
son seres humanos. Sé que no tienen papeles, pero tienen hambre. Sé que no
están autorizados a estar donde están, pero tienen derecho a buscarse un futuro
para sí mismos y para sus familias. Sé que las autoridades de las naciones los
consideran una amenaza, aunque la realidad es que las autoridades son una
amenaza para ellos.
El lunes les llevamos alimentos. El martes nos
llaman para informar que las fuerzas del orden (ellos dicen "la
policía") se los han quitado. ¿Qué dirían ustedes de una sociedad que
persiguiese a hombres, mujeres y niños vulnerables e indefensos -a los que
leyes inicuas han hecho ilegales, irregulares, clandestinos-, los acosase como
si fuesen alimañas, los persiguiera como si fuesen criminales, los golpease
como no se permitiría hacer con los animales, y los cercase para rendirlos por
hambre? Se diría que esa sociedad se había deshumanizado, corrompido,
embrutecido, envilecido, degenerado.
Pues lo que no hace la sociedad marroquí,
acogedora y humana, se nos dice que lo hacen agentes uniformados, miembros de
fuerzas del orden del Estado, que entran en el bosque de Beliones, no para
apartar de la frontera -de una maldita frontera que Dios no hizo ni quiso ni
quiere-, a unos emigrantes, sino para apropiarse de los pocos alimentos que los
emigrantes han recibido para subsistir.
¿Qué nombre te das a ti mismo, tú, agente de
la autoridad, si te has llevado a tu cuartel o a tu casa lo que un hermano tuyo
necesita para vivir? ¿Te has divertido? ¿Te has escondido para que nadie te
viese? ¿Es lo que te han mandado hacer? ¿Lo has hecho por propia iniciativa?
¿Crees que no habrás de dar cuenta al único Dios?
Por si lo hubieses olvidado, te recuerdo lo
que dice el Señor de todos, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de
Jesús de Nazaret, el Dios de Mohamed: "He visto la opresión de mi pueblo,
he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy
a bajar a librarlos". Te lo recuerdo por si quieres tener piedad de ti
mismo, pues si comes el pan que has quitado a los pobres, estás comiendo tu
propia condenación, estás comiendo el bocado que mete en tu cuerpo a Satanás.
Se lo recuerdo al soldado y al oficial que lo
manda, al político que fija las normas y a los gobiernos que las ejecutan: Dios
ve al opresor y al oprimido, y toma partido por el oprimido.
Tal vez pienses que puedes honrar a Dios y
despreciar a los pobres. Un día comparecerás ante él y descubrirás aterrorizado
que los pobres eran tan dignos de respeto como Dios. Aquel día, el Rey, el
único Rey, el hermano de los pequeños a quienes hoy robamos el pan, lo creáis o
no, nos juzgará y nos condenará, y de nada servirá que le llamemos
"Señor", pues sólo se recordará el pan que le hemos dado o le hemos
negado.
"Si no os convertís, todos pereceréis lo
mismo". A nadie le pediré que se convierta a Dios. Podéis tranquilamente
no creer en él. No se os pedirá cuenta de semejante ignorancia. Pero estamos
perdidos si no nos convertimos a los pobres. Entonces nuestra suerte estará entre
los malditos".