sábado, 10 de julio de 2010

El Fuego de Dios: La barca y el pajarillo (4)

1. El joven Ximet Rosselló

A nuestro joven protagonista lo llamaban “Ximet” (diminutivo cariñoso de Joaquim en mallorquín), pues llevaba el nombre del señor de la noble familia Gual de Torrella, del “carrer de sant Jaume”, cerca de la Plaza de la Reina, donde servían sus padres. Cuando yo era seminarista, empinábamos la cabeza hacia un ventanuco trasero de la casona donde imaginábamos que harían su vida los criados.

Es curioso como, en su madurez, el P. Joaquim encaraba aquella “adolescencia, edad prohibida” y la “juventud, divino tesoro, tú te vas para no volver”, sin complejos ni nostalgias. Nos dejó escrito en sus Notas: “La época más peligrosa para un joven, debemos confesarlo, es aquella en que se dedica a los estudios, o tal vez a aprender algún arte u oficio. Pocos son los que en época tan azarosa no naufraguen en el tempestuoso y bravo mar de este mundo”.

Palma vive de cara al mediterráneo, y las barcas de pesca no amarraban lejos del Borne. Así que le resulta espontánea la comparación de la juventud con una travesía por mar: “Las causas principales de estos naufragios suelen ser la inexperiencia propia de esa edad, el roce de compañeros malos y corrompidos, la violencia y el empuje de las pasiones que comienzan a querer explotar, máxime la de la lujuria; la lectura de novelas amorosas e impuras, libros de texto, que los dan muy malos a veces en ciertas aulas, y explicaciones de profesores saturados de impiedad, que existen por desgracia en nuestros días en las universidades de Europa”.

En unos años en que el analfabetismo masculino llegaba al menos al 75%, Ximet tuvo el privilegio de cursar sus estudios primarios, probablemente en la misma barriada de sant Jaume donde vivía.

“En ninguna época de mi vida, cual en la de mis estudios, (puede que) sintiese mayor fervor y devoción en el servicio de Dios”. ¿A qué se debe tal rareza? A la “gracia, que juzgo recibí del bondadoso Corazón de Jesús en aquella mi tierna edad, antes que naufragara”. Y fue la buena amistad de D. Gregorio Trigueros (un lego jesuita exclaustrado, que residía en su misma calle) que supuso su “áncora de salvación”, “su cuidadoso Ayo o Tutor”.

“A ese buen amigo y a su estrecha y perseverante amistad juzgo deber, después de Dios, el que en mi edad juvenil (sin reparo a lo que pudiesen decir mis compañeros de estudios), frecuentara tanto los sacramentos, mayormente el de la Eucaristía, que recibía casi todos los días previo permiso de mi confesor. A él la perseverancia en la meditación cotidiana, que nunca dejé por mucho que tuviese que hacer y lecciones que aprender… A él el no gustar de leer novelas, de cuyas lecturas veía tan engolosinados a muchos de mis condiscípulos... A él por último el huir siempre de jóvenes disipados e impúdicos”.

A los 14 años manifestaba su inclinación al sacerdocio, pero D. Gabriel Rosselló (que cobraba un sueldo de 2 a 3 libras mensuales, equivalentes a algo menos de 10 ptas.) no podía dar carrera a ninguno de sus hijos. Ximet trabajó durante año y medio, primero en una chocolatería y luego de carpintero. Hasta que a los 16 años consiguió una beca, probablemente del señor de la casa, D. Joaquim Gual, que le permitió emprender sus estudios en el seminario, en régimen externo, como los alumnos pobres.

Sus acompañantes espirituales, en un tiempo de resabios jansenistas, lo educaron con la imagen de un Dios amoroso y providente, que guía nuestra vida. El buen hermano Gregorio, que se esforzaba por introducir esta nueva devoción en Mallorca, lo llamaba “devoción del Corazón de Jesús”. Y soñaba con la instalación de un Instituto de los Sagrados Corazones de Jesús y de María en Mallorca. “Añadiendo además, que, si llegaba a instalarse recorriendo… los pueblos de esta Isla, pronto se verían muchos isleños encendidos en el fuego de la divina caridad”.


2. “El san Luis de los tiempos modernos”

Así lo apodaba la gente, recién ordenado sacerdote, ¿por qué?... Antiguamente nos decían que era debido a su modestia angelical, exponente de una pureza eximia como la de San Luis Gonzaga. Nuevos estudios corrigen hoy esta imagen, y dicen ahora que fue por su dedicación preferente a la juventud, pastoral que se acogía al patronazgo del jesuita que murió antes de los 24 años, patrono de la juventud católica.

El P. Joaquim sintió siempre una preferencia por los jóvenes, a los que consideraba capaces de dar respuestas muy radicales:

“Te hallarás tan vez en la edad de veinte a treinta años, de cuarenta y más años; y ¿qué has hecho, que algo valga delante de Dios? ¿En qué obras has correspondido a las finezas de amor que recibiste de los Sagrados Corazones, desde que comenzaste a existir hasta estos críticos momentos en que respiras y vives? ¿Qué trabajos, qué sacrificios, qué es lo que has venido a emprender por ellos para darles muestras de que los amas? ¿No ha sido y es tu vida un entretejido de frivolidades? ¿En qué pasaste los años de tu infancia y puerilidad? ¿Te confundes de solo confesarlo? ¿En qué los de tu juventud? ¿Te ruborizas, al verlos manchados en tantos excesos lúbricos?” (PE Día 5º, 2º).

Voy a aportar un sencillo ejemplo tomado de su libro Piadosos Ejercicios para Junio, sobre el tema de la verdadera amistad y el amor auténtico.

“Persuadíos que no hay amor igual al que nos profesan los Sagrados Corazones de Jesús y de María… El amor que nada emprende, que nada sufre, que en nada se sacrifica por el objeto amado, no puede llamarse amor, decía San Agustín… Recorred, si os place, la carrera de ambas vidas, cual nos la marca el Santo Evangelio y vais a quedar completamente convencidos de la solidez de su amor, y de que esos dos Sagrados Corazones nos aman; no como nos ama el mundo que nada se sacrifica y sí mas bien, hace tantas víctimas cuantos son los que le siguen; sino con un amor verdadero…” (PE, día 6º).

“Creed, no a quien os halaga, sino aquel que os habla con sinceridad de amigo para vuestro bien, aunque alguna vez os amargue. Creed a Jesús cuyo Corazón de amigo os ama tanto que no tan sólo no ha engañado jamás a nadie, sino que ha hecho felices a cuantos han oído su voz y han seguido su palabra. Creedle, aunque os diga: "Si queréis venir en pos de mí, negaos a vosotros mismos, tomad vuestra cruz y seguidme" (Mt 16,24), porque estas palabras de sí tan duras, entrañan el germen de una felicidad eterna, de una gloria imperecedera.

No hay en el Santo Evangelio promesa alguna, de las que Jesucristo hacía a cuantos deseaban seguirle, que no vaya sellada del amor de su Corazón, y del deseo de nuestro bien. No halaga el Divino Jesús con el fin de atraer en pos de sí a la gente, como lo hace el mundo, y lo hacen regularmente los falsos amigos; pero dejaba sentir asimismo en sus palabras un no sé que de atractivo, que arrebataba a cuantos le oían.

Sus promesas iban por lo común acompañadas de ciertas asperidades que en nada quería ocultar, antes bien manifestarlas para que así fuese más meritorio el sacrificio de abandonarlo todo por seguirle: "Quien no lo renuncia todo, decía, no puede ser mi discípulo" (Lc 14,33); "Vosotros os entristeceréis y el mundo se alegrará, mas vendrá tiempo en que vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Mt 16,24); "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?" (Jn 16,20) decía a los hijos del Zebedeo; que le pedían los primeros asientos en su reino (Mt 20,22; Mc 10,38). Y a Pedro: "Mira que Satanás te zarandeará como trigo, pero no faltará tu fe. Non deficiet fides tua”(Lc 22,32). "Vosotros que todo lo habéis dejado por mí, recibiréis ciento por uno y después la vida eterna. Centuplum accipietis” (Mt 19,29). Estas son, almas cristianas, las promesas que por la misma razón que no nos halagan, tienen carácter de ser verdaderas; promesas que se ve bien claro que proceden de un corazón enamorado de las almas, de un corazón en nada doble o fingido, antes leal y sincero, de un corazón que para que fuesen los premios más sólidos y duraderos quería antes cimentarlos en la dura e incutible piedra de sacrificio… ¡Cuántos jóvenes que por su talento y condiciones prometían mucho y abortaron por haberse dejado seducir, ora por las promesas, ora por los placeres, ora también por las adulaciones de este mundo seductor!” (PE, día 7º).

Y el P. Joaquim, con un mínimo de poesía y un máximo de celo, aduce el ejemplo del joven novicio, “a quien el mundo ya por su hermosura, ya por su talento, ya por las muchas condiciones que le favorecían, acariciaba sobremanera”. Asomado en cierta ocasión en una de las ventanas del noviciado, pensaba en lo feliz que sería si lograra salir del convento y gozar de libertad. En eso observa a cierto pajarillo escapado de su jaula, saltando de tejado en tejado, hasta que le embiste un gavilán y lo destroza, viniendo cabalmente a caer sobre el alféizar de su ventana un pedazo de sus alitas… Y concluye con este propósito: “No más, Corazones Sacratísimos, no más dejarnos seducir por el mundo y sus halagos; en adelante vosotros seréis los únicos dueños de nuestro corazón y el blanco de todos sus afectos”.

El joven Ximet no se sintió jamás enjaulado, sino libre como un pájaro que sube más allá de las nubes.


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