1.
“Cristo Nos lleva a María porque no quiere que caminemos
sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del
Evangelio” (EG, 285). En la homilía de hoy he leído los párrafos que el papa
Francisco dedica a Santa María, al final de su exhortación “Evangelii Gaudium”.
“Ella es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús…
Ella es la esclavita del Padre… Ella es la amiga siempre atenta… Ella es la del
corazón abierto… Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos…
Ella es la misionera…” (EG, 286). Yo no sé cómo sentirán estas palabras los
amigos y amigas que han dejado nuestra Iglesia Católica. A muchos de ellos, que
probablemente antes no se significaban en la comunidad, ahora se proclaman enamorados
y enamoradas del mismo Jesucristo. Me pregunto cuáles serán las razones de que
hayan tenido que alejarse de la Iglesia que los engendró en la fe. Si ahora no
sabrán qué hacer con la figura de María Madre, la que decimos nosotros que mantiene
el calor de hogar dentro de la Iglesia católica. Y también me alegro de que
ahora los siento más cercanos en la nueva familia de Jesús.
2.
Me llegaban estos pensamientos a la mente cuando anoche
venía de la Catedral de Palma de participar en “el Misteri de la Selva”. Un
drama medieval sobre la asunción de María. Cuando en adviento empieza la
historia de María de Nazaret, y voy pisando la alfombra de hojas otoñales, vengo
de celebrar el último misterio glorioso, su coronación en el cielo, de manos de
su Hijo, en el coro que describe el Apocalipsis.
El “Misteri de la Selva” (Camp de Tarragona) es una “representació de
l’Assumpció de Madona Santa Maria” del siglo XIV. Escrito en un catalán
medieval espléndido, cantado sin acompañamiento musical con melodías
gregorianas o polifónicas llenas de unción. De la misma época en que los
antiguos gremios levantaban la seo de Mallorca a orillas del mediterráneo y el
maestro Ramon Llull componía sus versos trovadorescos para cantar el amor
divino. Más de un centenar de personajes, la mayoría jóvenes, con sus vestes
litúrgicas: Las casullas rojas y verdes,
las albas, las estolas moradas, las capuchas puestas o quitadas, los cirios
prendidos, el incensario… escenificaban
el icono de todo un Pueblo sacerdotal. Ángeles y apóstoles, santos y coros que
entonaban alabanzas, los lavados en la sangre del Cordero.
3. “Hay un estilo
mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que
miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del
cariño… Ella es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia…
Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás,
es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización” (EG, 288).
Nuestra Señora (“Nostra Dona”, María) llena de dulzura, muere de añoranza
de su Hijo, con la autoridad de matriarca en la primera comunidad apostólica.
Dialogando con el ángel, recibiendo en su mano la palma bajada del cielo (“el
ram polit”), durmiéndose serenamente en el lecho que será llevado en procesión,
su delicado despertar en brazos de Jesús. No me sentí cómodo del todo con el
festejo de su coronación, en el paso de madre a reina proclamada. Ocupando su
sitio a la derecha del Hijo, con la corona real en la frente, distinguida y un
poco distante. Tal vez será por esto que la obra acaba con una proclama real que
ella hace a todo el pueblo, prometiendo su constante protección. Hierática,
como las imágenes de los presbiterios románicos y góticos. Pero todos nos
sentimos arropados en la misma comunión
de los santos pidiéndole a la “Marededéu i mare nostra” refugio y refrigerio (“algun
refreschament”) para el camino.
Una buena celebración del misterio de María, desde el anverso y el reverso,
desde la íntima experiencia inicial de su fe (anunciación) que no podemos
penetrar, hasta la resurrección y la exaltación (glorificación en la comunión
de los santos) que nos atrevemos a esperar.
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