sábado, 22 de agosto de 2015

¿También vosotros os queréis marchar? (21 Tiempo Ordinario - B (Juan 6,60-69) 23 de agosto 2015)

Las dos lecturas de hoy nos piden que tomemos una decisión  en un momento particularmente difícil. Ante el espectáculo de tanta gente que abandona: Y nosotros ¿qué queremos hacer?


1ª lectura: En un momento capital de la constitución del pueblo de Dios, después de la salida de Egipto, de la travesía del desierto, de la entrada en la Tierra Prometida. Josué reúne a las 12 tribus de Israel: ¿A quién queréis servir: a los dioses de Egipto que os esclavizaron; a los dioses de la tierra que habéis ocupado: baales y astartés que se veneran con orgías y sexo sagrado…; o al Dios de nuestros padres Abraham, Isaac, Jacob, Moisés?

Josué se define valientemente: Yo y mi casa estamos bien decididos: ¡serviremos al Señor! El pueblo respondió: También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios, que nos ha acompañado siempre! ¡No cambiaremos al Dios de nuestros padres por una caterva de dioses extranjeros!

Y el Pueblo de Israel firmó un Pacto con su Dios, la Antigua Alianza.- Es importante que hoy también nos sepamos definir ante las generaciones jóvenes: Escoged a qué Dios queréis servir, que yo serviré al Dios de nuestros padres!

2ª lectura: Otro momento determinante: “Muchos discípulos de Jesús dijeron: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Desde entonces, muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Entonces Jesús nos pregunta lo que dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”

Pregunta de tremenda actualidad. Todos tenemos parientes, amigos, conocidos, personajes públicos y privados que abandonan:  “¿También vosotros queréis marcharos?”

Aclaremos porqué la gente siente la tentación de abandonar. En tiempo de Josué, la Biblia lo dice claramente: “En Egipto no éramos libres, pero teníamos las cebollas y los ajos y las ollas de carne seguras. Ahora nos han sacado al desierto, a luchar con riesgo y penalidades por la libertad”. Tienen miedo a la libertad adulta y responsable.

En el Evangelio, conclusión del capítulo 6 de Jn proclamado en estos meses de verano: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Disputaban  los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”.

Durante mucho tiempo la respuesta que se daba era contra los protestantes: La dificultad está en la falta de fe en la eucaristía. Hay que creer que comulgamos el cuerpo de Cristo. Pero hoy descubrimos un sentido más profundo: “El espíritu es quien da la vida; la carne no sirve de nada”. Tampoco basta con comulgar la hostia consagrada si no vivimos del Espíritu de Jesús. “Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”.

J.A. Pagola escribe: “«Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen». Es cierto. Jesús introduce en quienes le siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican vida; el programa que propone puede generar un movimiento capaz de orientar el mundo hacia una vida más digna y plena.  La verdadera crisis en el interior del cristianismo siempre es esta: ¿creemos o no creemos en Jesús?¿Quiénes se echan atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su espíritu y su vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?¿Qué queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús, acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?

La respuesta de Pedro es ejemplar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Los que se quedan, lo han de hacer por Jesús. Solo por Jesús. Por nada más. Se comprometen con él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie más.
Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida”.

X. Pikaza insiste en otro aspecto: “ Necesario es el pan de trigo que los hombres han de compartir, necesaria la justicia para que ellos vivan sin matarse. Necesaria, por tanto, es también la eucaristía de pan y vino, por la que ellos reciben, regalan y comparten los bienes materiales (y en especial la comida) como signo del Dios que es Comunión en Cristo.

 Pero más necesario es el pan de la carne humana, la misma vida que se da y recibe de un modo gratuito. El hombre es el único viviente conocido que puede regalar su vida, viviendo de esa forma en unidad de amor con otros, el único que puede dar su sangre, siendo así sangre de los otros.
Comer la carne de Cristo y beber su sangre significa convertir la propia vida en alimento para los demás”.


¿Vivimos la comunión con Dios? ¿Nos lleva a comulgar con nuestros hermanos hasta dar la vida bocado a bocado?  

sábado, 1 de agosto de 2015

Un cristianismo en salida permanente (18 Domingo TO, ciclo B: Ex 16 y Jn 6,24-35)

Primera lectura: La experiencia del maná

El pueblo protesta porque Moisés lo ha sacado al desierto. En Egipto no gozaban de libertad, pero tenían aseguradas las ollas de carne, las cebollas y el pan aunque fuera duro. Prefiere la esclavitud a la libertad con sus riesgos.

Entonces  Moisés le ofrece la experiencia del maná. Alimento poco substancioso, pero que salva el mínimo vital. Provisional, no se puede almacenar ni congelar.  Exige ser compartido con los niños y ancianos. Seguramente sería una resina segregada por algunos arbustos de la península del Sinaí, al contraste entre las temperaturas bajo cero de la noche y el calor sofocante del día. Como si dijéramos: Sobrevivieron con bellotas  y bayas del bosque, con moras de torrente, con la humedad almacenada de los cactus. Pero fue providencial, verdadero don del cielo.

Después del concilio Vaticano II (50 años ya) hemos tenido la experiencia de perder las seguridades (el miedo al pecado, se deja todo a la conciencia de c/u). Añoramos aquellas iglesias llenas, cuando subíamos al santuario entre el tumulto de la gente.

Papa Francisco repite que “el cristiano tiene que estar siempre en éxodo permanente”. Aprender a vivir de la Palabra de Dios, que es espiritual. Cristianismo adulto y responsable que no se mueve por miedo al castigo, sino por un amor comprometido. Vivir en actitud de eucaristía, de comunión, de acción de gracias, de compartir gratis lo que gratis recibimos.

Evangelio: Un cristianismo más post-conciliar

“Me buscáis, no porque habéis visto signos (porque habéis tenido un proceso espiritual que os haya llevado a creer), sino porque comisteis hasta saciaros (por el interés del provecho y del beneficio materiales y espirituales que os reporta la fe)”.

“Trabajad por el alimento que perdura”. “Y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Que creáis en Jesús, el Enviado”.

“¡Señor, danos siempre de este pan!” “Yo soy el pan de vida, el que cree en mí no pasará hambre, no morirá para siempre”.

No hace mucho me pidieron que dijera a un adolescente cómo tenía que orar para conseguir lo que pedía. Contesté que lo que Dios quiere es que no perdamos la confianza, aunque parezca que no nos otorga lo que pedimos.

Vivir la fe en salida de nosotros mismos (de nuestros intereses) hacia Dios y hacia los demás (especialmente hacia los pequeños y necesitados).

Vivir a la intemperie (tiempos adversos). Crecer en la fe (en nuestra adhesión personal a Jesús, aunque no lo veamos claro). “No lo hemos visto, pero creemos en Él”.

Vivir del sacramento de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, del Compromiso con el hermano. Del Espíritu más que de la Ley. Apostar por un cristianismo post-conciliar.