Las dos lecturas de hoy nos piden que
tomemos una decisión en un momento
particularmente difícil. Ante el espectáculo de tanta gente que abandona: Y
nosotros ¿qué queremos hacer?
1ª lectura: En un momento capital de
la constitución del pueblo de Dios, después de la salida de Egipto, de la
travesía del desierto, de la entrada en la Tierra Prometida. Josué reúne a las
12 tribus de Israel: ¿A quién queréis servir: a los dioses de Egipto que os
esclavizaron; a los dioses de la tierra que habéis ocupado: baales y astartés
que se veneran con orgías y sexo sagrado…; o al Dios de nuestros padres
Abraham, Isaac, Jacob, Moisés?
Josué se define valientemente: Yo y mi
casa estamos bien decididos: ¡serviremos al Señor! El pueblo respondió: También
nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios, que nos ha acompañado siempre!
¡No cambiaremos al Dios de nuestros padres por una caterva de dioses
extranjeros!
Y el Pueblo de Israel firmó un Pacto con
su Dios, la Antigua Alianza.- Es importante que hoy también nos sepamos definir
ante las generaciones jóvenes: Escoged a qué Dios queréis servir, que yo serviré al Dios
de nuestros padres!
2ª lectura: Otro momento determinante:
“Muchos discípulos de Jesús dijeron: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede
hacerle caso? Desde entonces, muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron
a ir con él”. Entonces Jesús nos pregunta lo que dijo a los Doce: “¿También
vosotros queréis marcharos?”
Pregunta de tremenda actualidad. Todos
tenemos parientes, amigos, conocidos, personajes públicos y privados que
abandonan: “¿También vosotros queréis
marcharos?”
Aclaremos porqué la gente siente la
tentación de abandonar. En tiempo de Josué, la Biblia lo dice claramente: “En
Egipto no éramos libres, pero teníamos las cebollas y los ajos y las ollas de
carne seguras. Ahora nos han sacado al desierto, a luchar con riesgo y
penalidades por la libertad”. Tienen miedo a la libertad adulta y responsable.
En el Evangelio, conclusión del
capítulo 6 de Jn proclamado en estos meses de verano: “Yo soy el pan vivo
bajado del cielo. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne? El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él”.
Durante mucho tiempo la respuesta que
se daba era contra los protestantes: La dificultad está en la falta de fe en la
eucaristía. Hay que creer que comulgamos el cuerpo de Cristo. Pero hoy descubrimos un sentido más
profundo: “El espíritu es quien da la vida; la carne no sirve de nada”. Tampoco
basta con comulgar la hostia consagrada si no vivimos del Espíritu de Jesús.
“Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”.
J.A. Pagola escribe: “«Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y,
con todo, algunos de vosotros no creen». Es cierto. Jesús introduce en quienes
le siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican vida; el programa que
propone puede generar un movimiento capaz de orientar el mundo hacia una vida
más digna y plena. La verdadera crisis en el interior del
cristianismo siempre es esta: ¿creemos o no creemos en Jesús?¿Quiénes se
echan atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su espíritu y su
vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?¿Qué queremos
nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús, acogiendo su
espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?
La respuesta de Pedro es ejemplar:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Los que se quedan, lo han de hacer por Jesús. Solo por Jesús. Por nada más. Se
comprometen con él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie
más.
Por muy dolorosa que nos parezca, la
crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o
pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y
mujeres que vivimos de sus palabras de vida”.
X. Pikaza
insiste en otro aspecto: “ Necesario es el pan de trigo que los hombres han de
compartir, necesaria la justicia para que ellos vivan sin matarse. Necesaria, por tanto, es también la eucaristía de pan y vino,
por la que ellos reciben, regalan y comparten los bienes materiales (y en
especial la comida) como signo del Dios que es Comunión en Cristo.
Pero más necesario es el pan de la carne
humana, la misma vida que se da y recibe de
un modo gratuito. El hombre es el único viviente conocido que puede regalar su
vida, viviendo de esa forma en unidad de amor con otros, el único que puede dar
su sangre, siendo así sangre de los otros.
Comer la carne de Cristo y beber su
sangre significa convertir la propia vida en alimento para los demás”.
¿Vivimos la
comunión con Dios? ¿Nos lleva a comulgar con nuestros hermanos hasta dar la
vida bocado a bocado?