Los Hechos de los
Apóstoles son una de las lecturas bíblicas escogidas para el tiempo de Pascua[1].
El nacimiento y progreso de las comunidades primitivas son una prueba de que
Cristo vive y sigue siendo un referente para medir la salud de la Iglesia de
hoy.
"La memoria de la
Iglesia de los orígenes, y la descripción de la vida según los Hechos de los
Apóstoles en particular, se puede decir que ha sido siempre, a través de la
historia de la Iglesia, un modelo, un ejemplo, un ideal, un mito tal vez. Sobre
todo en los períodos críticos, en los cambios determinantes, la posibilidad de
un retorno al principio, a los orígenes, la idea de una reforma en referencia a
l’ecclesiae primitivae forma, se ha
propuesto una y otra vez con un vigor siempre renovado... Los textos de Hechos
han servido de estímulo, provocación y principio de crisis” (P. C. Bori[2]).
El P. Joaquim
Rosselló lo usaba en su predicación misionera y en su espiritualidad popular.
1. El espejo de los primeros cristianos
El P. Joaquim se escandaliza del fuerte contraste
existente entre la comunidad primitiva y los cristianos de su tiempo (finales
del s.XIX): “¿Qué dirían los fieles de los primitivos tiempos de la Iglesia, aquellos
celosísimos discípulos del crucificado, cuya vida era de desprendimiento, vida
de mortificación, vida fortalecida con la cotidiana recepción de los
Sacramentos, pues que según se desprende de los Hechos de los Apóstoles: "Quotidie
perseverabant in fractione panis"[3] (Cada día tomaban por
alimento la Sagrada Eucaristía)?
¿Qué dirían si volviesen a ese mundo y asomaran por unos momentos su
cabeza, y viesen a los cristianos de nuestros días, cambiados los más en unos
locos, representando escenas a cual más repugnantes a la modestia cristiana,
llevando una vida no de Cristo‑Jesús cual debe ser, según San Pablo[4] la vida
de todo verdadero discípulo de tan buen maestro, sino la vida propia de un
pagano, hasta el punto de levantar altares a la profanidad, a la inmodestia, al
desenfreno de todas las pasiones?”[5
El Fundador, sin miedo a caer en el anacronismo, llega
a afirmar que los apóstoles son “los primeros devotos del Corazón de Jesús” y
que en esta fuente bebían su fortaleza: “¿Qué dirían aquellos afortunadísimos fieles, cuyo único refugio en sus
aflicciones y peligros tanto del alma como del cuerpo, no era otro que el amor
de Jesús y de su Inmaculada Madre María, en cuyos amantes Corazones hallaban
luego amparo y calor? ¡Ahí desearon sin duda, por no ver tanta inmoralidad y
desatino en ideas y en costumbres, cerrar de nuevo sus ojos y volver cada cual
a su respectivo descanso”[6].
Y lo explica
de esta manera: “Siendo así que la devoción del Corazón de Jesús consiste en
honrar su amor, en desagraviar su amor no correspondido… podemos decir que esta
devoción es tan antigua como la Iglesia que comienza en los Apóstoles, pues
ellos fueron los primeros adoradores del Sagrado Corazón de Jesús, los primeros
reparadores”.
No hizo falta
que Dios la revelara en aquel tiempo como forma de devoción, pues los
auténticos cristianos tomaban partido por un Dios que es Amor. Lo probaban en
su “amor de verdad”, en su alegría –aquel gozo del Evangelio que nos recuerda
el papa Francisco en la Evangelii Gaudium – y que no les abandonaba ni siquiera
en el martirio:
“Dios no
reveló esta devoción en los primeros siglos de la Iglesia, cuando los
cristianos primitivos amaban de verdad, rebosantes de caridad con Dios y con el
prójimo. Prueba es la alegría con que
padecían por Él los más atroces tormentos, que según el sagrado texto
"ibant gaudentes a conspectu" etc...”[7] . “Los cristianos de
la primitiva Iglesia en frente de tantos tormentos, a vista de tan crueles
martirios hubiesen sido sin duda desfallecido, a no asirse a esas áncoras
salvadoras, aún en las más horribles tempestades del proceloso mar de este
mundo, de allí sacaban ellos aquella invencible fortaleza y constancia, que
tanto pondera el Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles cuando dice: que
con alegría se presentaban delante de los tiranos, unos para ser azotados,
otros quemados, estos zambullidos dentro de helados estanques, descuartizados,
muertos: "Ibant gaudentes a conspectu concilii..."[8].
Otra muestra
de que ya vivían “como si hubieran empezado a resucitar”, es que superaron las
diferencias y no “había pobres entre ellos”: “Prueba, lo que nos dice el
Espíritu Santo de aquellos primeros fieles, que era tal la unión de su corazón
con la caridad, que "erant cor unum et anima una"[9].
Ahora sí que
necesitamos esta respuesta del amor de Dios para la vejez del mundo, cuando el
fuego parece que iba a extinguirse por completo[10]:
“Tuvo que ser en estos últimos tiempos, en esta tristísima época que
atravesamos, en la cual -a excepción de un reducido número de almas- la
mayoría ni siquiera saben lo que es amor
de Dios y amor al hermano”[11].
2. Aplicado
a cada estamento de la Iglesia
Modelo para todos
los cristianos: Lo predica en las Misiones Populares y lo recomienda en lo que
se han llamado sus “Piadosos Ejercicios para el mes de Junio”.
Refiere este modelo
de modo especial para la vida consagrada: Así escribe a las capuchinas: “Les aseguro
que si todas no formarais más que un solo corazón y una sola alma, por la
caridad fraternal y por el incendio del divino amor, ese claustro sería un cielo
en la tierra”[12].
Lo juzga de tanta importancia
que lo deja en testamento a su Congregación de Misioneros de los Sagrados
Corazones, en su última exhortación:
“Sufrid mutuamente vuestros defectos que, como no
ignoráis, ninguno de los hombres está exento de ellos. Y, el que diga y crea
que no tiene faltas, que no reconoce en sí pecado, “Mendax est”, dice el
Evangelista en una de sus Canónicas, miente, no dice verdad[13].
Perdonaos también las injurias, y eso, con facilidad;
extinguiendo en vuestro corazón toda remanencia de antipatía contra el que os
ofendió. Y, como los primitivos cristianos, sea tan estrecho el lazo de
caridad que os una que, como de ellos, puedan decir también de vosotros los que
os traten, (sirviéndose de aquella hermosa frase del Espíritu Santo): “Erant cor unum et anima una”[14].
En estos religiosos, no hay sino un solo corazón y una sola alma”[15].
“Así llegamos al mandamiento del amor, que tiene como
modelo a los Sagrados Corazones que nos aman. Hasta el Fundador proponía como
imagen del amor mutuo la representación de los Sagrados Corazones, que
figuraban en el escudo que llevaban los congregantes[16].
Una representación que imitaba el medallón de la bóveda del coro de la ermita
de Sant Honorat, que le inspiró el título de la Congregación… Este valor
misionero del amor, ya declarado por Jesús, aparece como multiplicador de la
primera comunidad, que tenía un solo corazón y una sola alma. Gracias a su
testimonio feliz Dios iba aumentando el número de los creyentes (Hch 2,47:
Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo; y el Señor agregaba
cada día a la comunidad a los que quería salvar)”[17].
[1] Cf. Diego Sabogal, “Hechos de los Apóstoles en perspectiva
post-pascual” en http://cristoeseltema.blogspot.com.es/2016/04/hechos-de-los-apostoles-en-perspectiva.html
[2] Chiesa primitiva. L’immagine della Comunità delle origini nella storia
della Chiesa antica. Paideia. Brescia, 1974.
[5] Piadosos Ejercicios, día 12.
[6] L.c.
[8] Piadosos Ejercicios día 22.
[10] Piadosos Ejercicios, día 13.
[11] Sermón 31.
[12] Carta 15/08/1890.
[13] 1Jn 1,10.
[14] Hch 4,32.
[15] Notas referentes a la Congregación, XVIII.
[16] Como insígnia sobre el pecho, del lado del corazón.
[17] J. Amengual Batle, “Meditación sobre la Fundación”, 70.
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