miércoles, 9 de abril de 2014

Lázaro, el hombre que murió dos veces (1-2)


Propongo para esta 5ª Semana de Cuaresma una bella lectura del sacerdote escritor  José Luis Martín Descalzo. 

1. El misterio de Lázaro

Detengámonos para preguntarnos por el misterio de esta alma, el más agudo misterio de cuantos existan. ¿Qué experimentó Lázaro? ¿Qué significaron para él esos cuatro días... dónde, dónde? ¿Qué fue para él la vida y cómo cruzó los años después de su regreso? Desgraciadamente nadie responderá a estas preguntas. Escritores, poetas, han girado sobre esta misteriosa existencia, pero sólo pueden ofrecernos sus imaginaciones o aplicar a Lázaro lo que ellos piensan de la vida y de la muerte.

Luis Cernuda nos contará, por ejemplo, que a Lázaro no le gustó resucitar. Que al oír la llamada de Jesús:

"hundió la frente sobre el polvo
al sentir la pereza de la muerte.
Quiso cerrar los ojos,
buscar la vasta sombra",
–y que, forzado por aquella voz que le arrastraba–
"sintió de nuevo el sueño, la locura
y el error de estar vivo",
–y tuvo que pedirle al Profeta–
"fuerza para llevar la vida nuevamente",
–aunque, al menos descubriera que, en adelante,
debería vivir trabajando–
"no por mi vida ni mi espíritu,
mas por una verdad en aquellos ojos
entrevista ahora".

Hermoso, sí, pero ¿quién nos lo certifica? Para Jorge Guillén, al contrario, Lázaro no se encontró nada a gusto muerto. Se encontró harapiento despojo de un pasado, siendo ya, no Lázaro, sino ex-Lázaro, en un fatal naufragio oscuro. Por eso, cuando Jesús le resucite, le pedirá que le deje aquí, en la pequeña y dulce tierra de los hombres, y que su cielo no sea otra cosa que una pequeña Betania, en una gloria terrena. De nuevo, poesía, sólo poesía.

En realidad nada sabemos de lo que atravesó antes, durante y después, por el alma de Lázaro. ¿Murió, realmente, o sólo estuvo suspendida su vida en aquellos cuatro días? ¿Su «segunda» vida fue, en realidad, una «segunda vida», o una prolongación de la anterior? ¿Añadió Cristo «un codo más» a su existencia? ¿Y cómo fue ese añadido? Las leyendas han tejido este segundo «trozo» de vida de Lázaro, hasta hacerle algunas obispo de Lyon muchos años más tarde. Pero sólo son leyendas. Tal vez lo único que sabemos -que tenemos derecho a suponer- es que Lázaro comenzó a vivir «de veras» ahora que sabía lo que la muerte era. Es decir, que vivió como los hombres todos deberían hacerlo si se sintieran resucitar cada mañana.

        
                                               

2. La verdadera vida 


Lo que sí podemos hacer nosotros -aunque San Juan no lo haga expresamente- es leer esta página a la luz de todo el resto de su evangelio. Para empezar descubriendo que el concepto de «vida» y el de «vida eterna» son dos de las ideas claves de todo el cuarto evangelio y dominan todo el cuadro que éste da de la salvación obrada por Cristo. Como comenta Wikenhauser la noción de «vida» en Juan corresponde en importancia a la de «reino de Dios» en los sinópticos. 21 veces aparece en este evangelio la palabra «vida», 15 las palabras «vida eterna».

Según Juan, Jesús es siempre depositario y dispensador de la vida. Hablando de sí mismo dice que vive, es decir, que posee la vida (6, 57; 14, 19), que tiene la vida en sí mismo (5, 26), que es la vida (11, 25, 14, 6). Antes de la encarnación la vida estaba en él (1, 4), él era la palabra de vida, en él está la vida que nosotros hemos recibido de Dios. Por eso él es la resurrección y la vida (11, 25), el camino, la verdad y la vida (14, 6). Por eso se designa a sí mismo como el pan de vida (6, 35-48), como luz de la vida (8, 12), como aquel que da el agua viva (4, 10-11; 7, 38), el pan vivo (6, 51). Sus palabras son espíritu y vida (6, 63), palabras de vida eterna (6, 68), porque vivifican, dispensan la vida. El vino al mundo para darle la vida (6, 33; 10, 10). El comunica la vida a los hombres de acuerdo con la voluntad divina y por encargo de Dios (17, 2); Dios les da vida a través de él (1 Jn 5, 11).

Dios es el Padre que vive (6, 57). Él es el único que originalmente posee la vida y Él quien la comunica. No hay otra vida que la que Dios posee. Los hombres tienen vida en el Hijo, en su nombre (3, 15; 20, 31). Y esta vida que el Hijo comunica a los hombres es mucho más que la vida natural, es la vida trascendente del mundo superior, la vida eterna, un bien en orden a la salvación, o, para ser más exactos, es la salvación misma, la condición de quien está salvado. Los hombres realmente vienen al mundo privados de vida, creen vivir pero están muertos, están en la muerte, y lo están mientras no reciban vida de Jesús.

A la luz de todo esto, ¿podemos entender mejor lo sucedido a Lázaro? ¿No será su resurrección, además de un milagro, un paradigma de todo el pensamiento de Jesús sobre la vida y la muerte? ¿No tiene o puede tener todo hombre dos vidas, una primera y mortal, y una segunda que se produce en su encuentro con Cristo? ¿No es todo creyente un Lázaro... que tal vez ignora que lo es? ¡Ah si todos vivieran su «segunda y verdadera vida» como debió de vivirla Lázaro!

Pero evidentemente la resurrección del hermano de Marta y María fue sólo un ensayo. Y tal vez no debiéramos ni siquiera llamarla resurrección. Hay teólogos que prefieren hablar de «resucitación», para diferenciarla de la verdadera, la de Jesús. Porque el Lázaro de Betania volvió a morir años o meses después de su primer «regreso». La segunda vida, o el segundo trozo de su vida, no comportaba la inmortalidad, que es la sustancia de la resurrección. En Jesús, la segunda vida fue la eterna, la inmortal, la interminable. En Lázaro, hay que repetirlo, sólo hubo un anuncio, un ensayo. En todo caso el verdadero y más profundo milagro de aquel día, más que la misma recuperación de la vida terrena, fue el encuentro de Lázaro con Cristo. Un milagro, una fortuna, que cualquier creyente puede encontrar. (continuará)

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