viernes, 27 de febrero de 2015

El Icono de la Transfiguración (Dom II De Cuaresma Gn 22; Rm 8,31b-34; Mc 9,2-10)

                                                      1.      Alianza de Abrahán

La 1ª lectura del Gn convoca a todos los creyentes a vivir la Alianza de Abrahán: Los patriarcas y matriarcas son un “símbolo” perenne (Hbr 11,19) de todos los que caminan en presencia del Señor. 

“Abrahán es todo aquel que, en nombre de su fe en Dios y por causa de su amor a la vida, se levanta contra toda una situación de injusticia y de maldición, creada por los hombres, y que, para cambiar esta situación está dispuesto a abandonarlo todo, a cambiar lo cierto por lo incierto, lo seguro por lo inseguro, lo conocido por lo desconocido, el presente por el futuro” (C. Mesters, Abrahán y Sara, 18-19).  

Es el patriarca de las tres religiones del Libro (judíos, cristianos y musulmanes). Una familia confrontada que pelea por la herencia paterna, pero que adoran al mismo Dios, y que se sienten llamados a obedecerlo incluso en los momentos de desgracia, cuando parece que nos arrancan lo que más amamos.

Pablo nos llama a reforzar nuestra profunda confianza en Dios: “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?”  Rm 8, 32.

2.      La Transfiguración.

Marcos nos presenta el relato de la Transfiguración que brilla hasta cegar. Parece que coincide con la fiesta judía de los Tabernáculos, es decir, de la plenitud del descanso futuro del Pueblo y de la derrota de los adversarios. Los exegetas  profesionales leen este pasaje desde una perspectiva de Pascua cristiana, como anticipación de una experiencia pascual o de Cristo que vuelve en su parusía.  Los cristianos griegos han reinterpretado este pasaje como el Icono por antonomasia, el primero que han de hacer los pintores antes de atreverse con el Icono de la Trinidad. La Iglesia Católica lo ha aplicado a la vida de los consagrados, sobre todo de los religiosos contemplativos, como un lugar de encuentro con el Dios de Jesús en la montaña.

Resumimos el comentario de X. Pikaza: Para entender bien el Evangelio de Marcos, hay que ver la escena formando parte de un tríptico con tres cuadros:  

– El primer cuadro muestra a Jesús con tres discípulos, sobre la montaña sagrada, en contacto con dos personajes (Moisés y Elías) que expresan la esperanza escatológica: Dios mismo dice: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo!” (9, 7).
– El cuadro central muestra a Jesús bajando de la montaña, dialogando con los tres discípulos sobre el sentido de la resurrección y la exigencia de la entrega de la vida (9, 9-13).

– El último cuadro presenta a Jesús en el llano, donde estaban los otros discípulos con el gentío, incapaces de curar/liberar al sordomudo hasta que él viene y lo hace (Mc 9, 14-29). Este relato de transfiguración constituye así un compendio de su vida, como los restantes momentos de su biografía mesiánica: cada uno expresa y explicita la totalidad de su misterio mesiánico.
Es un icono pascual. El Jesús transfigurado es imposible sin la pascua y parusía. Por eso, el texto sólo se entiende cuando Jesús resucita de los muertos (cf. Mc 9, 9); salva cuando ha dado la vida a favor de los pobres y excluidos y, en especial, de los niños. Se compenden las figuras de Moisés (la verdadera ley) y de Elías (la esperanza profética).  

Es también un icono de nuestra iglesia peregrina. Esta es la ruptura entre una oración sin vida (los de arriba se despreocupan del niño) y un esfuerzo humano sin oración (los discípulos de abajo quieren curarle pero no lo consiguen). 

Jesús, une cielo y tierra, contemplación y acción liberadora, en gesto que Mc vincula con su muerte. Hijo de Dios, hermano de los hombres, nos indica el camino de la subida a la montaña de Jerusalén, hasta dar la vida.  “Todo es posible para el que cree”.

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