1.
Alianza
de Abrahán
La 1ª lectura del Gn convoca a todos los
creyentes a vivir la Alianza de Abrahán:
Los patriarcas y matriarcas son un “símbolo” perenne (Hbr 11,19) de todos
los que caminan en presencia del Señor.
“Abrahán es todo aquel que, en nombre de
su fe en Dios y por causa de su amor a la vida, se levanta contra toda una
situación de injusticia y de maldición, creada por los hombres, y que, para
cambiar esta situación está dispuesto a abandonarlo todo, a cambiar lo cierto
por lo incierto, lo seguro por lo inseguro, lo conocido por lo desconocido, el
presente por el futuro” (C. Mesters, Abrahán
y Sara, 18-19).
Es el patriarca de las tres religiones del
Libro (judíos, cristianos y musulmanes). Una familia confrontada que pelea por
la herencia paterna, pero que adoran al mismo Dios, y que se sienten llamados a
obedecerlo incluso en los momentos de desgracia, cuando parece que nos arrancan
lo que más amamos.
Pablo nos llama a reforzar nuestra profunda confianza
en Dios: “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” Rm 8, 32.
2.
La
Transfiguración.
Marcos nos presenta el relato de la
Transfiguración que brilla hasta cegar. Parece que coincide con la fiesta judía
de los Tabernáculos, es decir, de la plenitud del descanso futuro del Pueblo y
de la derrota de los adversarios. Los exegetas profesionales leen este pasaje desde una
perspectiva de Pascua cristiana, como anticipación de una experiencia pascual o
de Cristo que vuelve en su parusía. Los
cristianos griegos han reinterpretado este pasaje como el Icono
por antonomasia, el primero que han de hacer los pintores antes de atreverse
con el Icono de la Trinidad. La Iglesia Católica lo ha aplicado a la vida de los consagrados,
sobre todo de los religiosos contemplativos, como un lugar de encuentro con el Dios
de Jesús en la montaña.
Resumimos el comentario de X. Pikaza: Para entender
bien el Evangelio de Marcos, hay que ver la
escena formando parte de un tríptico con tres cuadros:
– El primer
cuadro muestra a Jesús con tres discípulos, sobre la montaña sagrada, en contacto con dos personajes
(Moisés y Elías) que expresan la esperanza escatológica: Dios mismo dice: “Este
es mi Hijo amado, escuchadlo!” (9, 7).
– El cuadro central muestra a Jesús bajando de la
montaña, dialogando
con los tres discípulos sobre el sentido de la resurrección y la exigencia de
la entrega de la vida (9, 9-13).
– El último cuadro presenta a Jesús en el llano, donde estaban los otros discípulos con el gentío,
incapaces de curar/liberar al sordomudo hasta que él viene y lo hace (Mc 9,
14-29). Este relato de transfiguración constituye así un compendio de su vida,
como los restantes momentos de su biografía mesiánica: cada uno expresa y
explicita la totalidad de su misterio mesiánico.
Es un icono pascual. El Jesús transfigurado es imposible sin la pascua y
parusía. Por eso, el texto sólo se entiende cuando Jesús resucita de los
muertos (cf. Mc 9, 9); salva cuando ha dado la vida a favor de los pobres y
excluidos y, en especial, de los niños. Se compenden las figuras de Moisés (la
verdadera ley) y de Elías (la esperanza profética).
Es también un icono de nuestra iglesia peregrina. Esta es la ruptura entre una oración sin vida (los
de arriba se despreocupan del niño) y un esfuerzo humano sin oración (los
discípulos de abajo quieren curarle pero no lo consiguen).
Jesús, une cielo y tierra, contemplación y acción
liberadora, en gesto que Mc vincula con su muerte. Hijo de Dios, hermano de
los hombres, nos indica el camino de la subida a la montaña de Jerusalén, hasta
dar la vida. “Todo es posible para el
que cree”.
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