YAHWEH de McNichols |
Hoy hacemos memoria de un Moisés venido a
menos,
que pastoreaba el rebaño de su suegro
sacerdote y ganadero.
Atravesando el desierto, también él se
elevó subiendo
al macizo de Sin, la montaña del dios
madianita y de la diosa lunar.
Allá tuvo la experiencia trascendente de
una zarza en llamas
y preguntó quién es Dios y cuál es su
Nombre escondido,
el
Nombre que no se podría ni siquiera pronunciar.
No es un Nombre estático (como el Eterno,
el Todopoderoso, el Justísimo...),
sino el Nombre que se revela en un
dinamismo encarnado
del que ha visto la opresión del pueblo y
conoce muy bien sus sufrimientos.
“Yo soy YAVÉ” (el que “ja-vé”, ya viene,
como decís los mallorquines,
vosotros tan lentos y remolones, indecisos cuando urge re-accionar).
Para Mí todos sois iguales: Los galileos,
zelotes radicales,
y los jerosolimitanos de la capital
orgullosa. “Yo Soy el que soy”,
Quien escucha el clamor del oprimido y
baja a intervenir,
se corona de espinas como Jesús, en el
pretorio,
porque la zarza espinosa es mi lugar teofánico
predilecto,
símbolo de humildad, de pequeñez y de
sangre.
Pero yo también prendo el fuego del amor y
del cambio,
el
Fuego del Espíritu que arderá sin
consumirse.
Quien descubre mi Presencia
se descalza para tomar contacto directo
con la tierra sagrada
y sentirse enviado al Egipto –de ayer y de
hoy- que es el imperio
de los faraones inclementes, de los pilatos
que mezclan
la sangre de víctimas humanas con la de los animales,
de los que no lloran la muerte de los
obreros
aplastados por la torre.
¿Pensáis que eran
más culpables que
vosotros, vosotras, la gente de esta
generación?
Todos necesitáis un corazón nuevo. Sois
higueras estériles
en terreno baldío. Y me gustaría que
alguien de vosotros
tuviera la caridad de interceder, el valor
de comprometerse
a cavar, a abonar el árbol que ha dado
cobijo a vuestra casa
en los años de la escasez y el hambre.