En medio de los calores de agosto tenemos el gusto de saludar al teólogo argentino Carlos M. Galli, quien nos deja un ejemplar del libro que ha coordinado, junto a Víctor M. Fernández:
Eros y Agape (Comentario a la encíclica
Dios es amor, DCE. San Pablo. Buenos Aires, 2008).
Galli muestra como los dos últimos papas han vuelto a poner en el centro de la teo-logía teo-logal el tema de Dios y del amor. De modo que supone “una innovación en la continuidad mediante el empleo de palabras y conceptos enriquecedores” (10). Motivado por su actualidad y por la relación con nuestro carisma, dedicaré los dos próximos blogs a resumir este estudio.
El joven J. Ratzinger publicó su
Introducción al Cristianismo (traducida y editada por Sígueme 1969, IAC), que O. González de Cardedal califica de “una de las mejores realizaciones de la teología contemporánea... y tal vez su mejor obra”. En ella ya empleaba el lenguaje joánico para explicar como Dios, en Cristo, se revela como
Logos y
Agape.
El hombre es logos del Logos Creador: “El hombre puede pensar porque su propio
logos, su propia razón, es
logos del logos, pensamiento del pensador, del espíritu creador que impregna el ser” (IAC 40). “
Yo creo en ti, Jesús de Nazaret, como inteligencia Logos del mundo y de mi vida” (IAC 57-58).
Ratzinger está convencido, y lo ratifica como pontífice en su visita a Ratisbona 2006, que el cristianismo antiguo “hizo una opción por el Logos contra cualquier clase de mito” (IAC 10) y así “se ha colocado decididamente del lado de la verdad” (IAC 113). Frente al Dios de los filósofos (puro ser, eterna matemática del universo: el puro pensar es divino), en Jesús descubrimos el Dios de la fe (que es inteligente y amante: el amor es divino): “Dios... es
agape, potencia del amor creador... zarza ardiente del que nace un hombre por el que entra al mundo de los hombres... (y) tiene un corazón, está ahí como amante, con todas las extravagancias de un amante... el pensar absoluto es un amor, no es una idea insensible, sino creadora, porque es amor” (IAC 115-118).
¿Dónde estriba la novedad de este planteamiento? En su primera encíclica DCE “Benedicto XVI… sitúa a Dios y al amor en el centro de la atención de la Iglesia y de la humanidad respondiendo a tres desafíos actuales. Cuando los fundamentalismos religiosos vinculan el nombre de Dios con el odio, la violencia, el terror y la guerra, él se anima a hablar del amor de Dios que nos colma (DCE 1). Cuando el lenguaje muestra un abanico de sentidos del término amor –
all you need is love cantaban los Beatles- y el hedonismo reduce su experiencia, e incluso degrada su concepto, se atreve a mostrar la verdad, novedad y unidad del amor (DEC 2, 12). Cuando el escepticismo nihilista postula que es imposible confiar y amar al otro, anuncia con alegría que Dios nos amó primero y que, por eso, el amor es posible y nosotros podemos ponerlo en práctica (DCE 39)”.
El papa parte de la experiencia de ser amados por Dios:
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él (1 Jn 4, 16). La fe afirma que Dios es Amor, sin artículo, porque “hace una descripción del ser y del obrar de Dios”, como si dijera “Dios se revela o manifiesta amando”. Dios se manifiesta en la entrega de su Hijo (Jn 3,16). Porque este
amó no es un gesto pasajero sino un acto eterno, san Juan llega al misterio del ser divino cuando no sólo relata que “Dios amó” sino que afirma: ”Dios es amor”.
“Dios es en absoluto la fuente originaria de cada ser; pero este principio creativo de todas las cosas —el Logos, la razón primordial— es al mismo tiempo un amante con toda la pasión de un verdadero amor. Así, el
eros es sumamente ennoblecido, pero también tan purificado que se funde con el
agapé. Por eso podemos comprender que la recepción del Cantar de los Cantares en el canon de la Sagrada Escritura se haya justificado muy pronto, porque el sentido de sus cantos de amor describen en el fondo la relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios” (DCE 10)
La “locura de Dios” (1 Cor 1,25) o “el amor loco de Dios” se manifiesta en la entrega pascual de Cristo. “En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar (DCE 12)”.
“En la Encíclica
Deus caritas est he tratado con detenimiento el tema del amor, destacando sus dos formas fundamentales: el
agapé y el
eros... El amor con el que Dios nos envuelve es sin duda
agapé... Todo lo que la criatura humana es y tiene es don divino: por tanto, es la criatura la que tiene necesidad de Dios en todo. Pero el amor de Dios es también
eros... Estos textos bíblicos indican que el
eros forma parte del corazón de Dios: el Todopoderoso espera el “sí” de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa... En el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irrefrenable de la misericordia del Padre celeste... En la Cruz se manifiesta el
eros de Dios por nosotros. Efectivamente,
eros es —como expresa Pseudo-Dionisio Areopagita— esa fuerza “que hace que los amantes no lo sean de sí mismos, sino de aquellos a los que aman” (
De divinis nominibus, IV, 13: PG 3, 712). ¿Qué mayor “eros loco” (N. Cabasilas, Vida en Cristo, 648) que el que trajo el Hijo de Dios al unirse a nosotros hasta tal punto que sufrió las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propios?... ¡Miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la revelación más impresionante del amor de Dios, un amor en el que
eros y
agapé, lejos de contraponerse, se iluminan mutuamente. En la Cruz Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él tiene sed del amor de cada uno de nosotros... En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros... Aceptar su amor, sin embargo, no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás” (
Mensaje cuaresmal 21 de noviembre de 2006).
“Fe, esperanza y caridad están unidas. La esperanza se relaciona prácticamente con la virtud de la paciencia, que no desfallece ni siquiera ante el fracaso aparente, y con la humildad, que reconoce el misterio de Dios y se fía de Él incluso en la oscuridad. La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor. De este modo transforma nuestra impaciencia y nuestras dudas en la esperanza segura de que el mundo está en manos de Dios y que, no obstante las oscuridades, al final vencerá Él, como luminosamente muestra el Apocalipsis mediante sus imágenes sobrecogedoras. La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta Encíclica” (DCE 39).
“El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (DCE 31) “La Iglesia,
comunidad de amor (DCE 19), alimentada por la comida del
Pan del Amor, debe contribuir, mediante su misión evangelizadora, a impulsar la
revolución del amor”. Benedicto XVI ha dedicado la segunda parte de DCE, pero sobre todo la tercera encíclica
Caritas in veritate a explicar cómo entiende él este cambio y revolución.