sábado, 16 de enero de 2010

“¿Qué tenemos que ver tú y yo?” (Las bodas de Caná y el terremoto de Haití)


Acabamos de hacer la “Lectio Divina”, la lectura comunitaria del evangelio correspondiente al IIº Domingo del año.
Una lectura incómoda de “las bodas de Caná” (Jn 2, 1-12) porque las bodas en la Biblia son signo de la alianza de Dios con su pueblo (cfr. Os 2,21-22). Los escritos rabínicos del Antiguo Testamento dicen que la alianza se celebró en “el tercer día” del Sinaí: “Moisés salió por el campamento de Israel y fue despertándolos del sueño y diciéndoles: Despertad de vuestro sueño, que ya viene el novio buscando a la novia para llevarla a la alcoba y la está aguardando para darle la Ley. Moisés venía de padrino a sacar a la novia, como el que apadrina a un amigo ... Por su parte el novio salía a recibir a la novia y a entregarle la Ley, según está dicho: Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo (Sal 68,8)” (Pirqê Rabbî Elî’ezer, XLI, 4).
Juan Bautista ya había proclamado a qué bodas de Nueva Alianza estamos llamados: “Ustedes son testigos de que yo dije: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. Quien se lleva a la novia es el novio. El amigo del novio que está escuchando se alegra de oír la voz del novio. Por eso mi gozo es perfecto” (Jn 3, 28-29).

Pero ¿cómo podemos predicar la alegría en un momento en que estamos sobrecogidos por el terremoto de Haití, uno de los países más pobres de la tierra? ¿Cómo anunciar el amor de Dios, cuando la gente pregunta: Podemos creer en un Dios que consiente entre 50.000 a 200.000 víctimas?

Es la pregunta que le hicieron al obispo de San Sebastián, pregunta que Munilla contestó a su manera y que ha escandalizado –sincera o farisaicamente- a todos los medios de comunicación social. No pienso que sea “una nota falsa” esta pregunta, como tampoco aquella del Cant Espiritual de Joan Maragall que tanto apenaba a D. Joan Mascaró Pasàrius: “Ja ho sé que sou, Senyor, prô on sou qui ho sap?” (Ya sé que existes, Señor, pero quién sabe dónde estarás!).

Buscando “dar razón de mi esperanza”, me fijo en la respuesta de Jesús a su madre cuando le dice que no tienen vino. Jesús le responde: ti emoi kai soi (2,3-4). Según mi recordado profesor de griego M. Zerwick, frase frecuente que generalmente expresa repulsa: ¿Qué hay entre tú y yo, mujer? ¿Qué relación tenemos tú y yo? Pero que ahora también podría significar: ¿Qué me cuentas a mí de esta gente? ¡No es nuestro problema!

San Ireneo nos da el tono adecuado de interpretación: “Aún no ha llegado mi hora”. “Cuando María quería apresurar el maravilloso signo del vino y deseaba participar antes de tiempo de la copa del abreviado, el Señor rechazó su prisa intempestiva diciéndole: ¿Qué para mí y para ti, mujer? Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), porque debía esperar la hora preconocida del Padre”.

La “hora” concentra los dos aspectos: muerte y resurrección. Antes tiene que pasar por la cruz: “Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: Padre, líbrame de esta hora? ¡Si para esto he llegado a esta hora!” (Jn 12,27). Igualmente los discípulos debemos pasar primero por una “hora” de dolor, como la mujer cuando le llega la hora de parto, después no se acuerda de la angustia por la alegría que siente (Jn 16,21).

A la pregunta de cómo podemos seguir creyendo en un Dios que consiente la muerte de tantos inocentes, yo no veo otra respuesta que la de Jon Sobrino: Porque él se ha puesto primero de parte de las víctimas. Porque primero se ha hecho víctima inocente en su Hijo que moría en la cruz. Porque esperamos que un día hará justicia a las víctimas de todos los poderosos que provocan este desastre.
Pienso en mis amigos haitianos Jean-Clo, Fala, Madeleine y tantos otros, mientras rezamos la hora de sexta, cuando Jesús gritaba en el gólgota: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Los versículos del Salmo 34 “El Señor está cerca de los que sufren / y salva a los que están abatidos… / Cuida de todos sus huesos, / ni uno solo se romperá”.
No es voluntad de Dios que mueran tantos pobres. Es voluntad de los poderosos que han apoyado tantos años de dictadura en Haití, que han sofocado cualquier intento de alzar la cabeza, que lo han abandonado a su suerte porque no cuenta en la hora de la globalización.

“Ya no te llamarán la Abandonada ni a tu tierra la Devastada, a ti te llamarán mi Preferida y a tu tierra la Desposada”, dice Is 62,4 en la 1ª lectura de hoy. Es en este Dios de las víctimas que creemos. Más presente hoy en las víctimas del terremoto, que se arrastran como zombis entre las ruinas, que en los que celebramos en nuestros templos, perfumados de colonia e incienso. Desde allí el Abbá nos llama a la solidaridad y a la fraternidad para que el luto pueda convertirse -pronto- en fiesta.

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