HOMILIA PRONUNCIADA EN LA CATEDRAL PRIMADA CON OCASIÓN
DEL 167º ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA DOMINICANA
Mons. Víctor Masalles - 27 de Febrero 2011
(Me resistía a dedicar otro post a los Obispos Dominicanos, pero viendo la aceptación que tuvo la Carta Pastoral sobre el Sermón de Montesinos, no me puedo resistir a añadir este complemento. Las hermanas dominicas Dioselyn y Estíbaliz me hacen llegar la valiente intervención de este obispo, catalán de nacimiento, nombrado recientemente auxiliar de Santo Domingo. Dicen: "LEANLO, NO tiene desperdicio, por esta vez la Iglesia habló claro y nos dejó muy bien a las religiosas y religiosos, como quienes estamos al lado del Pueblo y de las situaciones de miseria en que vive..... y ante quienes derrama lágrimas por su desesperación")
La Iglesia Dominicana invita a su feligresía dos veces al año al canto del Te Deum como una expresión de gracias al Señor por los beneficios concedidos a nuestro amado pueblo dominicano. Una de ellas es el 27 de febrero, fecha en la que recordamos la Independencia de nuestra amada República.
Hoy se cumplen 167 años de aquel glorioso 27 de Febrero en el que un grupo de patriotas tomó la decisión de liberar nuestro territorio del dominio haitiano. Cada vez que celebramos ese día lo hacemos con respeto y veneración a esos hombres que soñaron una Patria libre y soberana, e idearon una nación que comenzó a gestarse a través de una Sociedad Secreta llamada La Trinitaria.
Los fundadores de la dominicanidad eran hombres de fe, que la confesaban en el juramento de sus miembros: “En nombre de la Santísima, Augustísima e Indivisible Trinidad de Dios Omnipotente…”. Es una confesión cristiana que revela un reconocimiento de la existencia del Dios Uno y Trino. Ese juramento llama sacramentales a las palabras: Dios, Patria y Libertad, entendiendo a Dios como el norte de la Repúbli-ca Dominicana. Estos hombres meritorios tuvieron a bien colocar el símbolo cristiano de la Cruz en el centro de la bandera, y en el escudo colocaron una Biblia abierta en el capítulo 8 versículo 32 del Evangelio de Juan: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Sobre esas bases tuvo nacimiento una nación erigida constitucionalmente.
Hace ya un tiempo nuestra nación se comprometió arduamente en los trabajos de una Cumbre que pasó largo tiempo elaborando una Reforma Constitucional en donde fueron representados gran parte de los diferentes sectores del país. Después de este monumental esfuerzo, el Excelentísimo Señor Presidente calificó el trabajo final como “La Constitución del siglo XXI” y garante de la democracia. Incluso en la Reunión Plenaria de los Obispos de julio del año pasado nos visitaron los senadores electos de la Republica Dominicana y nos regalaron un hermoso volumen de esta Nueva Constitución. Con ello nos daban a entender el valor sagrado que tiene y el compromiso que tenían con que el espíritu de la misma fuese implementada.
Nosotros los Obispos hemos reiterado en diversas ocasiones que tenemos que hacer realidad el ejercicio de la misma. Es preciso que todos y cada uno de estos principios los hagamos valer si realmente tenemos respeto por nuestro país y deseamos una nación digna que se sabe dar a respetar y que protege los derechos fundamentales del ser humano, como son la vida, la libertad, la seguridad, alimentación, vivienda, salud y educación, entre otros. Se impone construir un estado de derecho en donde se pongan en práctica estos principios y sean respetadas las leyes dominicanas.
La tarea de la Iglesia en el país ha sido bien recogida en la Carta Pastoral del 21 de Enero del presente año. En ella reconoce con humildad y valentía que ha cometido errores y ha confesado no siempre haber esta-do a la altura de la fe y de su compromiso. Pocas cosas engrandecen más al ser humano y a las instituciones que el reconocimiento de sus propios errores. Es algo que sería muy sano ver más frecuentemente en la vida nacional.
Nuestro pueblo ha sido tradicionalmente religioso, con una fe sincera en Dios y un profundo amor a María Santísima. Es indudable que la base de la dominicanidad descansa en valores cristianos, en los que la Iglesia ha sido un valioso instrumento para la implantación de los mismos. La fe cristiana ha sido el apoyo para que muchos de nuestros ciudadanos hayan podido mostrar lo mejor de sí en la historia.
La Iglesia tiene un rol social y político innegable en la vida dominicana. Estoy convencido que es de las que conoce mejor el alma dominicana y puede detectar cuándo los intereses políticos y económicos buscan corromperla. El rol de denunciar las decisiones y acciones injustas, es una tarea absolutamente imprescindible. Es necesaria esa retroalimentación que la Iglesia le ofrece a la nación para poder tomarle el pulso social. Por esta razón es bueno no querer ni acallarla, ni comprarla, ni silenciarla, ni manipularla, ni difamarla, intentando convertir el foro nacional en un monólogo.
Seamos sinceros, ¿Qué sería de la historia de nuestra isla sin el Sermón de Montesino o sin la Carta Pastoral de 1960? Sólo quien aspira a una dictadura, aunque sea democrática, desearía que esa voz se callara. Por esta razón es necesario un apoyo irrestricto a tantos religiosos y religio-sas que han gastado y siguen gastando sus vidas entregados al servicio del pueblo desde los barrios marginados y los campos más recónditos del territorio dominicano. Ellos se dedican a recoger el sentir del pueblo. Ellos son muchas veces el principal pañuelo en donde nuestros domini-canos mas sufridos secan sus lagrimas manifestando su experiencia de abandono.
El profeta Isaías nos presenta un tierno pasaje de un pueblo que se siente abandonado, y Dios le dice: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”: La Iglesia, en su rol de Mater et Magistra, tiene como tarea el velar por todos sus hijos, tanto por los más cercanos como por los más lejanos de ella.
La Iglesia ha tenido y tendrá la misión de evangelizar y de defender la dignidad humana, y con ello colabora con un adecuado desenvolvimiento de la vida nacional. Ni a los gobernantes ni a los gobernados les conviene verse privados de esa voz que ayuda a medir más la situación de un país en el que las frías cifras muestran sólo un crecimiento global, pero no justicia distributiva o desarrollo humano. El pueblo no vive de números.
Por esto, es necesario un auténtico servicio a un país al que todos nos comprometimos servir, pues sólo el bienestar de la mayoría podrá ser el juez definitivo de los esfuerzos que cada uno habrá puesto en el desarrollo nacional. No se le puede ofrecer al pueblo un cheque sin fondos. Me niego a pensar que las arcas nacionales devuelvan ese cheque por falta de fondos en una nación que se precia de haber tenido un creci-miento del PBI de más de 5% desde la caída del Tirano en 1961 hasta la fecha, cuando la media en América Latina ha sido de un 3.4% en ese mismo período.
Me niego a pensar que ante semejante crecimiento de la riqueza en la República Dominicana le devolvamos al país cifras con menos de la mitad de la región en la salud y la educación, y aparezcamos como de los peores a nivel mundial de competitividad en educación, energía eléctrica, desvío de fondos públicos y favoritismos en las decisiones gubernamentales, según el reporte del Foro Mundial de competitividad del 2010-2011.
En el mensaje de los Obispos dominicanos de este día se ha hecho una lectura de la realidad a la luz del sermón de Fray Antón de Montesino. Hemos podido constatar que el mensaje ha recibido acogida incluso en muchos ambientes y personas habitualmente hostiles a la Iglesia. El Sermón de Montesino al final sentencia con vehemencia: “En ese estado de cosas no podéis salvaros”. Esta expresión causó un gran revuelo entre los encomenderos de la época, porque, con todo y la barbarie de entonces, la salvación era algo que al menos les preocupaba.
Pero yo me pregunto ¿Qué efecto puede causar ese discurso en personas a las que la salvación no les dice nada? ¿Qué efecto puede producir esto en personas que no creen que deben dar cuentas a Dios de sus actos? ¿Qué efecto puede producir en personas que no creen que después de la muerte hay un Juicio Divino? Quizás muchos encomenderos de hoy se habrían reído de Montesino si hubiesen estado sentados presentes en aquella época escuchando aquél amenazante sermón.
Pero yo me pregunto ¿cómo podemos pensar que a un narcotraficante de hoy día, a un funcionario corrupto, a un empresario que explota de manera inmisericorde a sus hermanos, a un policía o militar al servicio de intereses abyectos, a un juez que sentencia contra la verdad o a cual-quier otra lacra parecida de nuestro país le pueda llegar a la conciencia este majestuoso mensaje? Definitivamente no podemos pedirle peras al olmo.
Nuestra juventud ve a diario maleantes como modelos y héroes que gozan de impunidad, celebridades que muestran los peores antivalores de cualquier código moral, deportistas rompiendo reglas éticas para lograr metas ilícitas a cualquier costo. Nuestro país se ha educado sistemáticamente en este tipo de cosas. De esta manera educamos a nuestros jóvenes a emular ejemplos contrarios a los valores patrios.
Dicen que la historia de aquí abajo está escrita siempre por lo que dominan, pero el juicio de la historia se hace sobre la verdad que permanece muchas veces velada ante los hombres. Por esta razón, el lema de Dios, Patria y Libertad son el único marco jurídico para que la dignidad humana sea defendida, entendiendo al hombre como ser creado a imagen y semejanza de Dios, pues en eso radica su mayor dignidad.
El Evangelio de hoy es radical cuando presenta al Dinero como el com-petidor de Dios en el corazón del hombre. San Pablo nos advierte que el afán de riquezas y el amor al Dinero es el principio de todos los males. Muchos jóvenes de nuestra generación han sido educados para el despilfarro, en un proceso educativo incapaz de valorar el trabajo honesto para el debido sostenimiento. Dinero sin trabajo es una de las tragedias más patéticas en la que puede caer el ser humano.
El dinero trae consigo la preocupación por defenderlo, por hacerlo crecer, por preocuparse por el mañana incierto. Jesús nos dice que nos quiere ver libres de estas cosas: “No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?” La vida humana y la calidad de la misma no se miden por el dinero, antes bien, muchas veces puede entorpecerlas. A fin de cuentas Dios será el juez definitivo de cuál ha sido el verdadero señor de nuestras vidas.
En las manos del Excelentísimo Señor Presidente, han sido depositados el destino inmediato de la nación. Por esto oramos por él y por su gabinete de gobierno, para que, a la luz de los principios cristianos de los valores patrios, Dios les conduzca por sendas edificantes que construyan el sueño de nuestros fundadores de la Patria y de los de su partido, pues en realidad, los ideales de todos los partidos políticos tienen de fondo la construcción de una Patria digna al unísono de los ideales patrios. No secuestremos los ideales ni los de los partidos y mucho menos los patrios, pues en ello se traiciona la misión de la construcción de una auténtica dominicanidad.
El pueblo lo escogió como aquel que ha tomado el relevo del proyecto de la nación, que es un proyecto nunca acabado, nunca concluido, sino en proceso de realización. El mandatario es el que encabeza este proyecto y ponemos la confianza en sus manos. Le reiteramos a él nuestra oración y apoyo a todo lo que sea constitucional y responda a las expetativas de un pueblo que espera decisiones certeras. Que Dios lo ilumi-ne, y le ayude a corresponder dignamente a la confianza que el pueblo ha depositado en él.
Con estos sentimientos patrios y con los deseos nacionales de una Patria resplandeciente nos disponemos a cantar esta acción de gracias en el Te Deum que resume todos los beneficios recibidos del señor y nos une como dominicanos en una nación que, aunque sabe reconocer sus debilidades, le da gracias a Dios por todo lo conseguido hasta el día de hoy y todo lo que podemos realizar de ahora en adelante.