“Llegó con tres heridas:/ la del amor,/ la de la muerte, /la de la vida.
Con tres heridas viene:/ la de la vida/, la del amor,/ la de la muerte.
Con tres heridas yo:/ la de la vida,/ la de la muerte,/ la del amor”.
A Javier a veces le cogía desprevenido y murmuraba: “hace tiempo que no canto esta canción”, hasta podía embrollarse con el orden de las estrofas… Pero siempre acababa proclamando todas las heridas, las nuestras, las mías, las de Cristo.
La de la vida: Con sus penas y sus alegrías, más grandes con el decurso del tiempo o más infectadas, pero también llevadas más serenamente. Las históricas, las familiares, las estrictamente personales, las vergonzantes… Las extraodinarias y las cotidianas.
La del amor: Las que proceden de la fuente de las relaciones, que a veces se convierten en Aguas Amargas como las fuentes de Meribá. El difícil equilibrio entre la libertad personal y la salida a pecho descubierto, el espacio reservado que nos permite ser nosotros mismos y el miedo a la soledad, la tensión entre separación y comunicación, el darse que supone vaciamiento, la soledad en compañía, la relación que pretende llegar a la comunión de los distintos, los celos, las incomprensiones, el difícil diálogo, las rupturas…
La de la muerte: La nuestra que se acerca con los años a paso de limitaciones y enfermedades, pero sobre todo la muerte de seres queridos que llenaban un espacio importante de nuestra biografía y la muerte de tantos inocentes sin explicación. “En las condiciones que definen a la posmodernidad quedan tan solo dos formas de vida plenamente humanas: en la esperanza de la creencia religiosa y en la desesperación lúcida” (Ignacio Sotelo). Y los que nos situamos en una fe con dudas y desesperanzas, no nos libramos de preguntas apremiantes: “Ante tantos expoliados injustamente, ante tanto inocente sacrificado o muerto, ante el Crucificado, esa pregunta suena así de cruda y sin matices: ¿Tiene futuro el Crucificado?; ¿lo tienen esos ajusticiados, esos muertos inocentes, la gente a quien amo, yo mismo? ¿Lo tienen o no?” (J.A. García).
Las otras heridas: Después de las tres básicas, las otras que provienen de “los laberintos diabólicos de la muerte” de que hablaba J. Moltmann: pobreza, violencia, extrañamiento racial y cultural, destrucción industrial de la naturaleza, absurdo y abandono de Dios.
En este blog titulado precisamente “las heridas del corazón”, me parece oportuna esta reflexión siempre que llega Semana Santa, provocado –además, este año- por la lectura de la revista Sal Terrae (marzo 2011).
Como dice también M. Hernández: “Ay de quien no está herido,/ de quien jamás se siente herido por la vida,/ ni en la vida reposa herido alegremente”. Parece que le faltara su ración alícuota de humanidad.
Gracias por el don de la fe, que nos invita a reconocer al Crucificado en el Resucitado. Se nos aparece Viviente, cuando estamos con todas las puertas cerradas, y nos muestra las manos y el costado, con las heridas de su pasión ahora luminosas (cfr. Jn 20, 20). “¿Por qué tuvo que cubrir su cuerpo de llagas? ¿Por solidaridad y adhesión a nuestra causa? ¿Y qué aporta un Dios vulnerable a un ser humano que lo que quiere, precisamente, es una salida para tantas heridas y tanto mal?” (Mª. D. López Guzmán).
Posiblemente sea el hombro donde apoyar nuestra fe porque “Él cargó con nuestros dolores y con sus cicatrices nos hemos sanado” (Isaías 53, 5). El perdón de nuestros pecados y de nuestros complejos de culpa: “Él sana los corazones destrozados y venda sus heridas” (Salm 147,3). La compasión profunda, la solidaridad hasta el extremo, la experiencia de que “no hay amor más grande…”, la convicción de que sólo el amor resucita para siempre…
Este año tendré el privilegio de vivir la Pascua en América Latina, con su permanente llaga abierta. Ya sé desde ahora que me aportará dolor y compasión, frustración ante la incapacidad de curar tantos dolores. Pero también consuelo, resistencia, valentía para las heridas propias. Espero que seo un don del Espíritu. ¡Que tengan todos y todas una buena Pascua!
Hay heridas que nunca se cierran, la de la confianza ultrajada, la de la mentira, la de la deslealtad por parte de quien más confias, amas, la de la "cosificación" e indignidad como ser humano, la dela manipulación, eldaño gratuito, la de :"no eres nada", la de la falta de respeto como ser humano. Pero Uno trata de seguir caminando, tratando de recomponer el alma lacerada, y en el camino, encuentra el Amor que le ofrece la Madre, y su propio espiritu, el cual, ayuda a encontrar esa fuerza de la que nos habla Jesús, el de Nazareth. Y aunque quien más creía que te amaba te abandone, hay Alguien que jamas lo hace: tu propio Ser, el espíritu. Gracias, padre Reynes, por esta reflexión. Yo estuve en LLuc, me llamaba desde hacia años, estuve con quien creía que era el compañero de mi vida, con quien sentía el lugar de LLuc como yo. LLuc obra milagros, toca el corazón, y todo aquello que no es verdadero, sale a la luz, y se va de tu vida. LLuc es un baño de Luz. Volveré y me dejaré bañar por ella, purificar y volver a "nacer" .Gracias padre, por cuidarlo y mantener su pureza. Un abrazo. María
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