miércoles, 4 de mayo de 2011

Con los de Emaús en Santo Domingo (Domingo III de Pascua)



Va dedicado muy especialmente a los amigos/as que encontré en mi breve visita a Dominicana y que me hacen revivir mi Camino de Emaús: A toda la familia de Tinto y Otilia con sus tres generaciones; a la familia Durán, que no lo busquen debajo de la losa; a los Espinales, con sus flores y espinas (especialmente a Yayo y Fede, con sus muchachas); a Jaime Vinicio y a Raysa (con su bebé ya en camino); a Andrés y Lourdes; a la familia de Vale y Mery: los que nos reunimos apretadamente en torno a la mesa gurabera y a los que estaban en Barcelona; a la familia de Javier y Miguelina, ocupados en preparar las bodas de Penélope; a las hermanas Aya y Chela; a Jaime Abreu, que sigue subiendo a las alturas; a la familia de Papo Peña, con Jeremy, mi corresponsal; a las dominicas que pude saludar; a Yvette Ramírez, que sigue mis escritos; a Emilio y a Edwin, con quienes he sesionado preparando el Capítulo y a los JLmsscc a quienes dedico mis comentarios; a Ana E., que conocí por celular; a Joebeth y la antigua PJ de Fátima; a los amigos/as de Jacagua (los viejos, nuevos y nuevitos); a los que llamé o me llamaron o no encontramos tiempo de vernos.

“Permítanme que les hable con franqueza”: Me parece que muchos andamos de huída. Como la pareja del evangelio de este domingo, de la que se discute si serían amigos o mejor un matrimonio; pero está claro que huían.”Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (Salmo 15). Huída de la muerte y de la corrupción de que habla san Pedro en la lectura de Hechos de los Apóstoles: Corrupción de valores, de costumbres, de los vicios, de la política. Del cuerpo, en resumen, que es cada uno/a en su circunstancia concreta… Un echarse hacia delante, a veces sin pensar, y que puede llegar al paroxismo de tirarse del puente con el propio hijito… Como fue el caso extremo de un amigo, del que me acabo de enterar, y que todavía me tiene engranojado.

Es lo que deduzco de las conversaciones con quienes me cruzo en mi caminar por Santo Domingo: ¿Cómo están y qué les preocupa? Percibo el desencanto de “nosotros esperábamos que él fuera el liberador…” “Algunos exaltados oyeron voces o tuvieron visiones; cosa de mujeres, pero nada…” “Nosotros trancamos puertas y ventanas”. “Yo estoy aislado, fuera de los grupos”…

¡Qué necios somos!, ¿es que no reconocemos los signos del Viviente? ¿No entendemos que necesitamos pasar esta crisis para purificar el aire que huele a cementerio? ¿Que tenemos que sufrir mucho para engendrar al hombre nuevo y no caer en los errores viejos? Huimos de la lectura y su comentario masticado de la Palabra de Dios, cuando ella es luz para el camino incierto. “¿No hemos experimentado que ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”

Desertamos de las asambleas donde se reúnen los discípulos, cuando los primeros cristianos decían a sus verdugos: “Nosotros no podemos vivir sin celebrar la eucaristía de domingo”. Él nos dijo que está presente en quienes caminan con nosotros, que lo reconoceremos en sus llagas transfiguradas, en el gesto característico de la gente que comparte de su pobreza. Ya conocemos su ritual: “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Ellos lo reconocieron al partir el pan”.

Amigos y amigas, ¿por qué no volvemos a los orígenes, a la fórmula sencilla de que nos habla el evangelio de hoy? En tiempos tan duros como los nuestros, ¿vamos de huída o vamos de vuelta? Camino de Emaús o regreso a Jerusalén, donde se reúnen los que dan testimonio del Viviente. En la respuesta que demos nos jugamos encontrar “el sendero de la vida” o el laberinto que conduce a la muerte.

1 comentario:

  1. Jaime, felicitaciones por tus recorridos con tu teologia biografica.

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