jueves, 12 de mayo de 2011
EVANGELIO JOVEN: La puerta abierta (Domingo IV de Pascua 1Pe 2,20-25; Jn 10,1-10)
Mi sobrina María, que trabaja en una agencia de viajes, tiene el hobby de fotografiar toda clase de puertas. Puertas viejas, de colores vivos, puertas árabes o ibicencas, con trinitarias floridas o con el certificado de haber peregrinado a la Meca... Le gustan las puertas hasta el punto que le gustaría presentar una exposición de sus fotos dedicadas al tema. A veces me pregunto porqué le atraerán tanto. Será porque invitan a entrar en una cultura celosa de la intimidad. Son un espacio de libertad para entrar y salir. Puertas abiertas al desierto, al horizonte ilimitado, a un mundo inexplorado...
Lo relaciono también con una de las impresiones traídas de mi reciente viaje a Santo Domingo. Las casas, antes abiertas de par en par, enrejadas a causa de los frecuentes asaltos. La Casa de Espiritualidad de la Islita ahora cerrada con un gran portón, como un jardín de vegetación exuberante en medio de la basura y del asfalto. En su recinto he vivido momentos de intimidad, pero también el sobresalto de perseguir a un ladrón que saltó la tapia y la trinchera de alambre espinado. Puertas que brindan seguridad, pero que necesitan de un portero que responda presto a las llamadas, so pena de convertirse en una fortaleza aislada de los pobres y de su sufrimiento.
Detrás de la puerta seguimos buscando a un amigo que nos escuche, no por salario. No nos faltan jefes ni maestros, sino com-pañeros que compartan su pan y su cerveza con nosotros. Que estén a nuestro lado en los momentos dulces y cuando nos tragamos un cajón de sal. Alguien marcado por nuestras mismas enfermedades, pero que nos ayuda a cargar nuestra cruz. Como decía H. Nouwen, un pastor, también herido, que pueda curar nuestras heridas.
Ya les dije que en todo este tiempo me acompañaron los versos de M. Hernández: “Llegó con tres heridas”. En estos días de Pascua, reconozco este amigo en el pastorcico herido de los poemas amorosos de San Juan de la Cruz, cantado esta vez por Paco Ibáñez:
“Un pastorcico solo está penado
ageno de plazer y de contento
y en su pastora puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.
No llora por averle amor llagado
que no le pena verse así affligido
aunque en el coraçón está herido
mas llora por pensar que está olbidado.
Y a cavo de un gran rato se a encumbrado
sobre un árbol do abrió sus braços vellos
y muerto se a quedado asido dellos
el pecho del amor muy lastimado”.
El costado del pastor herido de amor, abierto como una puerta que nos invita a pasar a la otra orilla, a otra forma de vivir.
Fotos de Maria Perelló
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