1. Todos somos piedras vivas del templo y sacerdotes
Cuántos hay que han rechazado la Piedra viva, que es Cristo. Leemos en la Escritura: “Yo coloco una piedra angular, elegida, preciosa: quien se apoya en ella no fracasa”. Debería ser preciosa para nosotros, los creyentes. Sobre esta piedra angular deberíamos edificar toda nuestra vida y también la Iglesia, nuevo pueblo de Dios.
“Es probable que el creyente de hoy, que ya no está acostumbrado al lenguaje simbólico de la Biblia, no se tome muy en serio esta maravillosa descripción de la vida cristiana que hace la 1ª Pedro, ni que alcance a comprender la fuerza revolucionaria evangélica que lleva dentro… ¿Qué significa, pues, que todos y cada uno de los cristianos formemos un “sacerdocio santo”? En primer lugar, significa “ofrecer sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Con ello se refiere a la vida misma del cristiano, hombre o mujer, se encuentre donde se encuentre y cualquiera que sea su profesión, ofrecida a Dios como don de amor y portadora de la memoria de Jesús, tal y como nos la presentan los evangelios: su obediencia filial al Padre, su amor incondicional que no conoció barreras, su opción por los pobres, débiles y marginados, su lucha por la igualdad y la justicia hasta derramar su sangre en la cruz por todos nosotros. En esto consistió el sacerdocio de Cristo, y en esto consiste el sacerdocio del cristiano recibido en el bautismo. En segundo lugar…, la predicación y la proclamación del Evangelio no está reservada para unos cuantos expertos, como los obispos y presbíteros. Todo cristiano tiene el derecho y la obligación de anunciar a Jesús, el Salvador, con sus palabras y con el testimonio de su vida.” (Pueden leer el comentario más extenso de La Biblia de nuestro Pueblo a la carta de Pedro).
¿Seguimos el camino de Cristo, Verdad y Vida nuestra? ¿No nos avergonzamos de escoger su palabra como orientación de nuestra actuación?
2. ¿Creemos en la resurrección?
Mi amigo Javier me regaló recientemente el primer volumen de la Obra Poética de Víctor Manuel Arbeloa, uno de los poetas preferidos de mi juventud. Pienso aprovechar algunos de sus poemas pascuales para nuestro Evangelio Joven, con la fe de que sigan desarrollando su poder para despertarnos un poco.
Todos podríamos llamamos el Mellizo,
o Tomás, porque todos
somos unos buenos incrédulos.
Todos, todos decimos muchas veces:
«Si no veo, no creo».
Nadie ha visto, es verdad,
a Jesús en esta vida,
ni vivimos, como Pedro o Santiago,
unos años con él.
Pocos, seguramente, creemos ya en milagros.
Y, sin embargo, / después de tantos años, / de tanta misa de domingo, / de tantos desaciertos en la iglesia, / de tanto cura parlanchín, / estamos a estas horas reunidos / en torno a Jesús resucitado.
Sabemos de su vida y su martirio. / Creímos su palabra y su promesa. / Lo sentimos vivísimo / en la flor de la esperanza, que todos la llevamos en el pecho, / se vea o no se vea, / en el duro pero humano esfuerzo de los días, / en el pulso caliente del amor, / en la lucha devorante por el mundo del mañana.
Lo sentimos vivísimo, al partir / el pan de la amistad y el compromiso, / al caer de la tarde; / cuando escuchamos / -o nosotros mismos proclamamos sin miedo- / la palabra de la paz y de la dicha; / cuando vamos por ahí, / llevados por el cierzo de Jesús, / haciendo los pequeños / signos prodigiosos de nuestro siglo xx: / dando vista a los ciegos, / animando a los cojos, / resucitando muertos / que olían a carroña inhumana o a gusanos de muerte…
Las gentes que no creen / en Jesús de Nazaret, / en su amor extraordinario al Padre y a los hombres, / amor de hijo de Dios y hermano incomparable, / creerán, en todo caso, cuando un día nos vean / vivir resucitados, / sufrir resucitados, / morir resucitados, / esperando al mismo tiempo / la total y colectiva, / definitiva / resurrección”.
(Segundo Domingo de Pascua de Cantos de Fiesta y de Lucha)
No hay comentarios:
Publicar un comentario