sábado, 13 de agosto de 2011

Consagración de los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús


El fin de esta catequesis es ayudar a los jóvenes a preparar la Consagración de la Juventud del Mundo al Sagrado Corazón de Jesús que realizará el Santo Padre Benedicto XVI en la próxima Jornada Mundial de la Juventud.

Consta de tres partes. La primera: Nos acercamos al Mensaje del Papa para la JMJ desde la perspectiva del Corazón de Jesús. La segunda: Hacemos un breve recorrido sobre la historia de la devoción al Corazón de Jesús. Y por último explicamos el sentido de la Consagración de la Juventud del Mundo al Corazón de Jesús.

I.- “Del corazón del hombre al Corazón de Dios”

1.- Si nos adentramos en las profundidades de nuestro corazón, todos encontramos el mismo deseo: queremos ser felices. Pero, ¿dónde y cómo puedo encontrar la felicidad?, nos preguntamos. La experiencia nos dice que la felicidad del hombre sólo se encuentra en la medida en la que su ansia de infinito es saciada. Dice el Papa en su mensaje: “El hombre está creado para lo que es grande, para el infinito”(Benedicto XVI, Mensaje para la JMJ 2011 Madrid)

Debemos dar un paso más. Ese deseo de infinito para el hombre se identifica con el deseo de ser amado por un Amor que no tiene límites. La respuesta a este interrogante nos la da la misma revelación de Dios: “Dios es Amor”. Dios se nos ha manifestado precisamente como el Amor infinito, eterno, personal y misericordioso que responde de un modo pleno a las ansias de felicidad que hay en el corazón de todo hombre. Por esta razón nos dice el Papa: “Dios es la fuente de la vida, eliminarlo equivale a separarse de esta fuente, e inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: «sin el Creador la criatura se diluye» (Con. Ecum. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 36 )” (Mensaje JMJ). Esto podemos verlo en las múltiples experiencias e intentos que han habido y hay en nuestra sociedad de construir un “paraíso en la tierra” al margen de Dios.

2.- El problema del corazón del hombre se resuelve sólo definitivamente en el encuentro con el Corazón de Dios. Al respecto, dice S. Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. La inquietud de la que habla el santo de Hipona se refiere a la dificultad para “alcanzar” el Amor como consecuencia de nuestra condición de criaturas; somos finitos y, más aún, somos pecadores. Una y otra vez tropezamos con la piedra de nuestro egoísmo, del desorden de nuestras pasiones que nos impiden alcanzar ese Amor. El corazón del hombre “necesitaba” de un Corazón que estuviera a su “nivel” y que por otro lado fuera omnipotente para sacarlo de su finitud y de su pecado. En Jesucristo Dios ha salido al encuentro del hombre y nos ha amado “con corazón humano”. En el encuentro del corazón del hombre con el Corazón de Jesús se ha realizado el misterio de la Redención: "Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno" (Benedicto XVI, Ángelus 1 de Junio de 2008).

3.- La revelación definitiva de ese Amor se nos ha dado en la Cruz. El amor que Dios nos tiene ha llegado al “limite” en la entrega de su vida. El Corazón abierto de Jesús en la Cruz como consecuencia de la lanzada del soldado es la mayor expresión de cuánto y cómo nos ama Dios. Dice el Papa en su mensaje: “Del Corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina” (Mensaje JMJ). Así, en la Cruz, Jesús transforma nuestro “corazón de piedra” herido por el pecado, en un “corazón de carne”, como el suyo: nos da su amor y a su vez nos hace capaces de amar con su mismo amor.

4.- Del Corazón de Jesús, vivo y resucitado, brota la fuente en la que el hombre debe beber para saciar su sed infinita de amar y ser amado. Es, por tanto, en este encuentro personal «de corazón a Corazón» donde el hombre vive “arraigado y edificado en Cristo, firme en la fe” (Col. 2, 7). La santidad consiste en entrar de lleno en esta corriente de amor que brota del Corazón de Jesús. “El lema del Cardenal Newman: «de corazón a Corazón» nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios” (Benedicto XVI , Homilía en la Beatificación del Cardenal Newman).

II.- “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres”.

La Iglesia a lo largo de los siglos ha ido profundizando en el significado del culto al Sagrado Corazón de Jesús. Muchos hombres y mujeres han encontrado en la contemplación de esta imagen del traspasado un camino muy válido para identificarse plenamente con Cristo y alcanzar la meta de la santidad.

Entre estos santos tenemos que destacar a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), religiosa de la Orden de la Visitación en Paray-le-Monial, a quien Jesús se le manifiesta en la Eucaristía, revelándole el misterio de su Corazón: "He aquí el Corazón que ha amado tanto a los hombres y que no recibe más que ingratitudes y afrentas”. A lo largo de su vida, Santa Margarita enseñó a amar al Corazón de Jesús, acompañándole en la Eucaristía por medio de la Hora Santa, a consagrarse a Él y a ofrecer pequeños actos de amor en reparación de los pecados. También difundió la práctica de los primeros viernes de mes: confesión y comunión en reparación de los pecados. Fue beatificada en 1864 por el Beato Pío IX y canonizada en 1920 por Benedicto XV. Su fiesta se celebra el 16 de octubre.

Junto a esta santa tenemos que destacar a San Claudio de la Colombiere S.J. (1641-1682). Fue el director espiritual de Sta Margarita Mª. Será el encargado de propagar el mensaje del amor del Corazón de Cristo por los lugares más lejanos. Gracias a él, la orden religiosa de los jesuitas acometió la tarea de la propagación de la devoción al Corazón de Jesús.

El eco de estas revelaciones en la vida de la Iglesia fue tan grande que el Beato Pío IX el año 1856 proclamó para toda la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y el año 1899 el Papa León XIII consagró al Género Humano al Sagrado Corazón. Centenares de congregaciones religiosas dedicadas a la educación de los jóvenes, la asistencia a los ancianos y enfermos, las misiones, nacieron en este tiempo inspiradas en la espiritualidad del Corazón de Jesús. A lo largo del siglo XX los Pontífices han invitado continuamente a acudir al Sagrado Corazón como “el principal indicador y símbolo del amor con el que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres” (Pío XII, Enc. “Haurietis Aquas”).

La contemplación del Corazón de Jesús hoy fecunda la Iglesia con nuevos caminos de santidad y se presenta para los hombres de nuestro tiempo, necesitados de la misericordia divina, como un anuncio de esperanza para que “sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se establezca la civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo” (Juan Pablo II, Mensaje al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Peter Hans Kolvenbach, 5 de Octubre de 1986).

III.- Consagrarse al Corazón de Jesús para permanecer “Arraigados y edificados en Cristo y firmes en la fe”(Col. 2, 7)

La Consagración al Corazón de Jesús es un acto con el que los Jóvenes del Mundo presididos por el Santo Padre queremos dirigir nuestra mirada confiada a Jesucristo, para ayudarnos a vivir “arraigados y edificados en Cristo y firmes en la fe” (Col. 2, 7).

Se trata de revivir en nosotros la experiencia del discípulo amado que contemplando el Corazón abierto de Jesús en la Cruz, cree en su amor y se convierte en su testigo. “El que lo vio da testimonio” (Jn. 19, 35).

Es, por tanto, un acto de fe. Al consagrarnos al Corazón de Jesús el Santo Padre nos invita a confesar nuestra fe: “Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión soportó nuestro sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con el Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna” (Mensaje JMJ). Esta confesión la hacemos no sólo desde el conocimiento de las verdades que profesamos, sino como fruto de una relación personal con Cristo que se establece desde la confianza en el Amor de su Corazón. Además, esta confesión de fe, la realizamos unidos al Papa, a los obispos y pastores de la Iglesia, significando que nuestra “fe personal en Cristo, está vinculada a la fe de la Iglesia” (Mensaje JMJ). Es en el “corazón de la Iglesia” donde podemos experimentar el latido del Corazón de Cristo.

Es en segundo lugar un acto de esperanza. No sólo nos consagramos cada uno a su Corazón, sino que el Papa nos confía a “todos los jóvenes del mundo” al Sagrado Corazón de Jesús. En los jóvenes del presente se encuentra la esperanza del futuro de la Iglesia y de la humanidad. Con esta consagración, los jóvenes, expresamos con el Papa que “sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Que sólo Él puede liberar el mundo del mal y hacer crecer el Reino de la Justicia, la paz y el Amor al que todos aspiramos” (Mensaje JMJ). Unidos en un “sólo Corazón”, pedimos con toda la Iglesia, “Ven Señor Jesús”, ayúdanos a los jóvenes del Tercer Milenio a ser artífices de la Civilización del Amor que se construye “cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz” (Mensaje JMJ).

Por último la consagración es un acto de amor. Los jóvenes del tercer Milenio como el apóstol Tomás queremos “tocar a Jesús, metiendo la mano en las señales de su Pasión, las señales de su Amor” (Mensaje JMJ). Al consagrarnos “tocamos a Jesús”, renovando la gracia de nuestro bautismo con la que fuimos introducidos de lleno en ese Amor. Se afianza en nosotros el deseo de beber constantemente en las fuentes de donde brota la vida divina que son los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y el Sacramento del Perdón. Y por último nos introducimos en su mirada misericordiosa para poder estar siempre cerca de los más pobres y enfermos, siendo para ellos manifestación palpable del Amor de Dios.

A imitación del discípulo amado nosotros también somos invitados a “acoger a María en nuestra casa”. La consagración al Corazón de Jesús la realizamos teniendo a la Virgen como especial intercesora y medianera. Ella que “acogió con fe la palabra de Dios” nos enseña a creer en el Amor, a confiarnos a Él y a ser sus testigos entre nuestros hermanos los hombres.

Foto: Segorbe - Castelló (de la web oficial)

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