Hay una relación de continuidad en el pensamiento y lenguaje de los dos últimos pontífices.
1. Benedicto XVI dice que Jesucristo es la encarnación del amor de Dios (DCE 12). Juan Pablo II que es la encarnación de la misericordia de Dios (DM 2).
“Dios es amor” en Juan Pablo II significa, sobre todo, el amor de Dios Padre misericordioso revelado en su Hijo: « A Dios nadie lo ha visto », escribe San Juan para dar mayor relieve a la verdad, según la cual « precisamente el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer »
(Jn 1,18). De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en su misericordia… No sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica. El mismo es, en cierto sentido, la misericordia. A quien la ve y la encuentra en él, Dios se hace concretamente « visible » como Padre « rico en misericordia » (DM 2).
En un mundo que relaciona a veces el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, nosotros estamos llamados a dar testimonio de que “Dios es amor”. Nuestras Reglas MSSCC lo llaman el
Principio Dinámico, la experiencia espiritual que dará unidad a nuestra vida (cfr. ns. 2, 7, 8). “A todos, religiosos y laicos, nos mueve el mismo
Principio dinámico: el Amor del Padre revelado en Cristo Jesús, que el Espíritu derrama continuamente en nosotros” (Estatutos LCSSCC, 6). “Hemos conocido el amor, hemos puesto en él nuestro ideal” se ha convertido en el himno que expresa nuestra identidad.
2. En el centro de la teología del papa Woijtila, encontramos siempre al hombre: “Cristo Redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad. .. El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo... debe... acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo” (RH, 10).
Sin embargo, el papa sabe que “la mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia... Los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica… parece no dejar espacio a la misericordia… (Como si no sufriéramos) también múltiples amenazas, que sobrepasan con mucho las hasta ahora conocidas” (DM 2).
Centrémonos, pues, en dos puntos particularmente amenazados: La familia y la clase pobre.
3. Matrimonio
Benedicto XVI recuerda la objeción de Nietzsche: “la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?” (DCE 3).
Y Juan Pablo II respondía que para situar de modo conveniente la intrínseca relación entre el amor divino y humano necesitamos acudir al “misterio del Principio”: “En el principio era el amor”.
En Dios funciona la lógica de la sobreabundancia, de la plenitud de vida hasta aquel punto que Pablo llama derroche-exceso-locura de Dios. Tanto en el Ser (el Padre es Principio y Acto Primero) como en el Hacer (el Primer Donador). En lenguaje trinitario, Dios Padre es Generador del Verbo y Espirador del Amor.
La vida trinitaria, en cuanto comunión de amor entre las Personas divinas, es fuente, modelo y meta de toda comunión humana: “Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor en la familia divina es el Espíritu Santo” (Homilía en el seminario de Puebla, 28.1.1979).
«El acto de amor conyugal acerca a la comprensión del misterio mismo de la Trinidad» (Juan Pablo II).
Benedicto XVI, reflexionando también en las narraciones del génesis y en los profetas, llega a exclamar maravillado: “El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano. Esta estrecha relación entre eros y matrimonio que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno en la literatura fuera de ella” (DCE 11).
Un tema muy rico para que los matrimonios “beban agua de su propio pozo”. O sea, que alimenten su espiritualidad de la riqueza de su propio sacramento. Como lo insinúan los Estatutos LMSSCC, 16: “El sacramento del matrimonio convierte a los esposos en otro signo expresivo del amor de Cristo a su Iglesia (cfr Ef 5). Los Sagrados Corazones, que son dos en uno, nos sirven de inspiración para hacer de la familia una Iglesia doméstica (cfr LG 35)”.
4. La humanidad amenazada
En este último apartado, quisiera tener presente lo que me dice un amigo en su comentario al blog anterior: “Sigo tus escritos en el Blog... Muy serio, muy documentado, y con las citas pertinentes... ¿Sabes lo que he echado de menos? El tema de los "traspasados"... A lo mejor es que para mí es el tema que más hondo me ha llegado. Ése y el del Reino, como ejes del mensaje de Jesús de Nazaret”.
Es verdad que nuestra Congregación se ha esforzado por “contemplar al Traspasado en los traspasados”. Me interesa de manera especial el contexto de sufrimiento desde donde Juan Pablo II re-leía el tema de la Misericordia: “Vivió bajo dos regímenes dictatoriales y, en contacto con la pobreza, la necesidad y la violencia, experimentó profundamente el poder de las tinieblas, que amenaza al mundo también en nuestro tiempo. Pero también experimentó, con la misma intensidad, la presencia de Dios, que se opone a todas estas fuerzas con su poder totalmente diverso y divino: con el poder de la misericordia. Es la misericordia la que pone un límite al mal” (Benedicto XVI, Homilía en el domingo de la Misericordia divina, 15.4.2007).
En esta línea subrayo algunos puntos de la encíclica: “Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como « Padre de la misericordia », nos permite verlo especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad” (DM 2). “El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia…” Creer en el Hijo crucificado significa
ver al Padre, entender que el amor es más fuerte que el pecado, que la muerte, que toda clase de mal. “Creer en ese amor significa creer en la misericordia»
(DM 7).Así lo comentaba él mismo en su último libro: “La Redención es el límite divino impuesto al mal por la simple razón de que en ella el mal es vencido radicalmente por el bien, el odio por el amor, la muerte por la Resurrección… Todo el siglo XX ha estado marcado por una intervención particular de Dios, que es Padre rico en misericordia (Ef 2,4)… Es como si Dios hubiera querido revelar que el límite impuesto al mal, cuyo causante y víctima resulta ser el hombre, es en definitiva la Misericordia de Dios” (Juan Pablo II, Memoria e identidad. Planeta. Bs Aires 2005, 36, 69, 74).
Galli, por su parte, hace una aplicación muy interesante de la Suma Teológica al mundo de los pobres. Del nexo entre la misericordia y la miseria, la espiritualidad del Corazón de Jesús y la opción por los que sufren: Como dice santo Tomás, alguien es miseri-cordioso cuando tiene “el corazón lleno de las miserias” del otro y quiere remediarlas (ST II-II, 30, 1). “Para santo Tomás la misericordia es la pasión o com-pasión de amor. Este dolor espiritual es efecto de la identidad afectiva del amante con el amado, por la que considera como propios sus bienes y males y “se duele del mal del amigo como de algo propio”… El amor de Dios es el núcleo de la pasión de Dios. La misericordia incluye la compasión afectiva de Dios y la pasión del amor del Padre vuelta compasión hacia su Unigénito y, en él, hacia nosotros… Esta paradoja de la pasión de su amor se concentra en la pasión de la miseria del Hijo encarnado y crucificado (DM 7). Él, “por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, puede ayudar a quienes están sometidos a la prueba” (Hb 2, 18). El que padece puede compadecer porque el corazón que ama va de la pasión a la compasión y de la miseria a la misericordia… La misericordia de Dios revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo. Así, el poder del amor transfigura el mal en bien y la muerte en vida” (Galli, 40).