P. Pedro Mª. Aznárez Marco, msscc
Valcheta (Río Negro, Argentina)
Mi querido Pedro Mari:
No puedo dejar pasar los días si no quiero llegar tarde a tus bodas de oro sacerdotales. El estar convalesciente, como tú sabes, y unos ciertos gramos de pereza y de respeto ante el papel en blanco, me empujarían a dejarlo para más adelante. Pero no, bien te mereces que te envíe una felicitación amigable y fraternal.
Porque siempre te sentí como un amigo y un hermano mayor desde aquel año 1951, cuando yo no era más que un pajarito de 9 años desarraigado del nido, y te encontré en la escolanía de Lluc, en el quinto de bachillerato.
Amigo y hermano en los años de Escolasticado, sobre todo en aquella memorable Academia mariana de la que tú eras presidente perpetuo y querías que yo fuera secretario también perenne. Te traicioné y cambié a otros aires más abiertos, pero no dejamos de ser amigos en los largos años en que la vida nos separó, cuando tú te enterraste en Argentina y yo en el Caribe.
Te agradecí de corazón, cuando dejaste tu retiro para aceptar el cargo de superior general, y reconozco que yo fui uno de los que te presionaron aunque te iba tan a contra gusto. Siempre recordaré las palabras de tu aceptación: “¿Y cómo voy a decir que no… si ustedes me han elegido?”
Tuve oportunidad, en aquel sexenio, de volver a compartir contigo el amor por la Palabra de Dios, la espiritualidad de los Sagrados Corazones, aquellos primeros cursos de formación para Misioneros Laicos que inventamos con tanta ilusión.
Luego volviste a ese rincón del mundo, del que no querías haber salido nunca… y ahí sigues, a tus cincuenta de sacerdocio, en la provincia de Río Negro, pastoreando el pueblo, predicando desde la emisora, elaborando miel, cosechando vino… Siempre en pequeñas cantidades, pero con mucho amor. Hemos discutido bastante, pero nos hemos apreciado y respetado más.
Hoy me impresiona dar este testimonio de lo que he visto y contemplado en ti, en el mismo día en que nos ha dejado nuestro hermano rwandés Jean B. Nyandekwe. ¡Qué misterio insondable! Acabado de ordenar, cuando tantas esperanzas depositábamos en él, sufre un tumor cerebral que lo crucifica en una silla de ruedas, fajado como el niño del pesebre y callado como los santos inocentes… ¡Qué modo de vivir el sacerdocio, después de tantos cursos de preparación y cuando hacía tanta falta!
Y lo pienso en estos días en que acabo de pasar por cuarta vez por el quirófano, y los lentes se enturbian. No hay más que un único Sacerdote, el Señor Jesús. Un único predicador, y nosotros siervos que hacemos lo que nos toca.
Gracias, Pedro Mari, porque a tu lado y a una distancia de 12 h de vuelo, me he sentido siempre acompañado por ti. Espero que seas feliz en esta comunidad de tres, que constituyó unas de las ilusiones de tu vida. Que el Señor te bendiga y nos bendiga en los años que nos restan para servirle.
Un abrazo.
El P. Jean B. en su silla de ruedas entre los estudiantes filósofos de Yaoundé, Camerún.
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