Propongo que nos centremos hoy en la primera lectura del profeta Jeremías 20,7-9: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Si hablo, es a gritos, clamando “¡violencia, destrucción!”, la palabra del Señor se me volvió escarnio y burla constantes, y me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre. Pero la sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía”.
Lectura en clave erótica: La vocación como un enamoramiento
“Me sedujiste: o bien, me has engañado, has abusado de mi ingenuidad. Jeremías se lamenta de haber sido engañado por Dios, es decir, de haber sido enviado a cumplir la misión profética sin conocer de antemano todos los sufrimientos que le iba a producir la fidelidad a esa misión.- El verbo hebreo traducido por seducir se emplea en otros textos para hablar de la violación de una joven virgen (Ex 22.16), o de la mujer que se vale de sus encantos para seducir a un hombre (Jue 16.5). Cf. también Ez 14.9” (Reina-Valera 1995).
“Como si el Señor hubiera requerido de amores al profeta (en papel femenino) hasta seducirlo. Hay que recordar que el Señor había prohibido al profeta casarse. Jeremías, seducido por bellas promesas, ahora se encuentra abandonado y hecho la burla de la gente. El grito de Jeremías es bivalente: significa ¡Violencia! Y equivale al grito de socorro de la muchacha amenazada, Es él quien padece la violencia de Dios” (L. A. Schökel). Hasta el extremo de llegar a jurar: “¡Maldito el día en que nací!” (20,14).
Quien ha sufrido mal de amores comprenderá el lenguaje de Jeremías. ¿Lo puedes aplicar tú también a tu experiencia de fe? ¿Compararías tu fe en Jesús a un enamoramiento? ¿Te has alegrado o has sufrido en su Nombre, te has comprometido por él en alguna tarea de evangelización? ¿Has experimentado el fracaso y la burla por su Causa, has sentido deseos de abandonarlo todo y huir? Orar al Señor con el apasionamiento de Job o de Jeremías no es blasfemia, sino muestra de gran confianza.
“Vencidos por amor: Angustia, dolor, desprecio... Sin embargo, todos los males juntos no consiguen apagar el fuego de Dios que habita en él. El aplastamiento al que se ve sometido ha podido reducir la llama a unas minúsculas mechas cuyos latidos son casi imperceptibles… Nos lo imaginamos después de cada combate cuerpo a cuerpo con Dios, extrañamente ebrio y desfallecido por el contacto, y balbuciendo una y otra vez: "¡Me has seducido, Señor! Me has agarrado otra vez y me has podido. Me has vencido, lo cual es lógico ya que juegas con ventaja. Tienes la carta escondida de tu amor irresistible, no hay quien ame como tú, quien como tú estremezca cuerpo y alma, nadie que pinte mis entrañas con los colores con que tú las pintas, quien me haga agonizar de gozo y éxtasis. Nadie, en definitiva, que me seduzca como tú sabes hacerlo, por eso siempre sales vencedor”. “De una u otra forma, podríamos decir que todos los amigos de Dios que se nos presentan en la Escritura han vivido una experiencia semejante a la de Jeremías".
El salmo responsorial 63(62) nos presenta de un modo plenamente sensual la de David, que ha conocido también la seducción de Dios. "Todo su ser, hambriento y sediento de Él, hace que su vida errante sea un terrible tormento; en esta postración se abre a Dios por medio de este bellísimo clamor: «Dios, tú mi Dios, yo te busco, mi alma tiene sed de ti, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua. Como cuando te veía en el Santuario contemplando tu fuerza y tu gloria, pues tu amor es mejor que la vida..." (63,2-4).
“Música en el alma: Al igual que Jeremías, David pasa de la tristeza al gozo, del deseo a la plenitud, del rocío al fuego. Y no estamos poetizando, simplemente es que, a lo largo de este mismo salmo, le oímos musitar: "Mi alma se aprieta contra ti, tu mano me sostiene" (63,9). (Es un versículo que, por su intensidad, encontramos traducido diversamente: “Mi alma se ha enamorado de vos” (BCI), “Mi alma está unida a ti” (Biblia del Peregrino).
Mi alma se aprieta contra ti, susurra David ante el "brutal" derroche de amor de Dios hacia él. Mi alma se aprieta contra ti, Dios mío. Palabras que han deslizado como un murmullo millones de personas cuando se han visto sorprendidas, visitadas y abrazadas amorosamente por Dios. Mi alma se aprieta contra ti, Dios mío, parece decimos el apóstol Pablo abriéndonos confidencialmente su intimidad: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí ..." (Gal 2,20). Oigamos a Pedro: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68). Volvemos a las mentes de los discípulos y nos hacemos eco de lo que está corriendo por ellas: ¡Tú, nadie más que tú, tiene palabras que nos den la vida eterna!, y, al contacto contigo, nuestro espíritu jadea por esta Vida. ¡Nos sedujiste, Señor, con tu Evangelio, y nos hemos dejado seducir! ¿Donde quién vamos a ir?” (P Antonio Pavía, Misionero Comboniano).
Lectura en clave política: La vocación en clave de compromiso
“Supongamos que Jeremías pronunció estas palabras cuando, entregado a la venganza de los ministros, se hundía en el barro del pozo, adelantado de la muerte (Lean el cap. 38,1-13). Le han podido sus rivales, el Señor lo ha abandonado, su misión ha sido un fracaso, su vocación un engaño o seducción; mas valía no haber nacido…” (L. A. Schökel).
“A Jeremías le tocó vivir el dramático período en que se consumó la destrucción del reino de Judá. Una progresiva “globalización” política y cultural: ocupaciones, guerras, destrucción, asesinatos, y finalmente, exilio. Para Jeremías no existen ya estereotipos ni religiosos ni políticos. Había pensado que la pasión (seducción) por el sueño divino-humano se podía reflejar en determinadas instituciones, así como en la autenticidad y fidelidad del pueblo. Sin embargo no fue así. Es precisamente en ese contexto que Jeremías descubre que el verdadero sueño divino-humano es algo distinto, algo alternativo, algo que no se acomoda tan fácilmente. Más bien es como un fuego, que permanece ardiendo, como la zarza de Moisés (Cfr. Ex 3, 2), posibilidad de vida, de futuro diferente que permanece a pesar de. Este PERMANECER A PESAR DE es lo que inquieta a Jeremías. ¿Por qué permanece la esperanza, por qué permanecen los sueños, por qué permanecen las ganas de vivir, la iniciativa de la gente?...
Hoy, Nabucodonosor se manifiesta en el imperio neoliberal y en aquellas organizaciones que proclaman con voz potente que quienes no sigan sus ordenanzas serán arrojadas al “horno de fuego”, a la miseria, a la exclusión, a la insignificancia. Como entonces, hoy sigue habiendo quienes resisten, quienes no se postran ante el dios –la estatua de oro- construida por el imperio. Como los tres jóvenes de los que habla Daniel, hay quienes prefieren ser echados al fuego. Ni siquiera las políticas más inhumanas pueden calcinar su sueño de un mundo alternativo, su esperanza en la solidaridad de la humanidad, su confianza en la resistencia de los empobrecidos.. A estos incansables creyentes en la vida y en las posibilidades de la humanidad los anima, con conciencia o no, el soplo del Espíritu... El Espíritu que hace posible que en medio de las llamas, del aparente sinsentido, de la exclusión más injusta y dolorosa… los pueblos se mantengan en pie y no pierdan su dignidad, porque en medio de las llamas camina el Dios de nuestros padres y madres en la fe y con Él nos acompaña una nube de testigos (Cfr. Heb 12, 1)” (Giselle Gómez, La Palabra y la Vida).
Mt 16,21-27, el evangelio de hoy, dice: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”.
Si te enamoras de Jesús, tendrás que pagar un precio. “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?”. Si te enamoras de la causa de los pobres, tendrás que cargar “la cruz de la injusticia, de la miseria y de la exclusión”. ¿Cómo se puede resistir en el compromiso cuando nos frustran todos los partidos políticos y estamos en una época de “sálvese quien pueda”? ¿Qué precio pagaremos cuando nos hacemos mayores y echamos la vista atrás por “rescatar la vida”, los sueños de nuestra juventud, las utopías que nos empujaron a comprometernos, las grandes causas que nos entusiasmaron? No apaguemos el fuego que todavía arde en nuestro interior porque puede ser el Fuego del Espíritu.