miércoles, 10 de febrero de 2010

Domingo VI: Dichosas las víctimas del terremoto de Haití



El ciclo C proclama las bienaventuranzas según san Lucas 6, 17. 30-36, que parecen muy próximas a las proclamadas por Jesús de Nazaret (“vosotros”) con una insistencia en la situación presente (“ahora”) y contraponiendo las lamentaciones (“ay, qué pena”) anunciadoras de la misma inversión del magnificat:

“En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo (lit: les decía): -Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. -Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. -Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. -Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”.

1. “¿Cómo me voy a atrever yo, un exegeta bien acomodado, a interpretar las bienaventuranzas en un mundo pobre? En todo caso, no puedo imponerlas a los demás. El único lugar que me corresponde no está al lado de Jesús, sino entre sus oyentes. El único derecho que tengo es a escucharlas. Esta fue, al parecer, la actitud de Lucas, que ni siquiera se atreve quizás a identificar a los discípulos con los pobres. El vosotros de las bienaventuranzas y de las maldiciones planea por encima de los asistentes y describe de una forma casi apocalíptica a los verdaderos bienaventurados y a los verdaderos desdichados. Pero todos deben sentirse aludidos” (F. Bovon, El evangelio según san Lucas, I, 424).
Las de Mt se dirigen, en primer lugar, a los discípulos; las de Lc a todo el mundo, recordando que los pobres son los preferidos del Reino. “Crossan da un paso más cuando considera que las bienaventuranzas declaran benditos no a los pobres, sino a los súperpobres, que son los menesterosos indigentes..., para todos aquellos que se situaban fuera de la sociedad” (I. Gómez Acebo, Lucas, 172.). O sea, que en este año 2010 deberíamos traducir: “Dichosas las víctimas del terremoto de Haití, porque vuestro es el reino de Dios”

2. “Lucas su comunidad y sus lectores potenciales pertenecen a una clase acomodada; no son pobres y por eso les atormenta el problema de la propiedad. Lucas está influido teológicamente por una tradición apocalíptica sobre la suerte reservada en el último juicio a los ricos y a los pobres. Mientras que en el antiguo testamento la metáfora que traducía la ruptura de la relación entre los creyentes y Dios era la porneía (la “lujuria”), en Lucas es la ruptura de la relación de los hombres y de las mujeres con la propiedad lo que atestigua el compromiso de la fe” (Bovon, 425-426).
Magnífico modelo de identificación para nuestras comunidades: a) Empecemos por reconocer que no somos pobres como los haitianos, los inmigrantes sin papeles o ese porcentaje creciente de gente en paro. “Hay un gran abismo entre nosotros y vosotros, que no se puede cruzar” (Lc 16,26).- b) Demos gracias a Dios, si no hemos perdido aquel cierto sentido de culpabilidad del joven rico: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer?” (Lc 18,18-27).- c) Ojalá podamos seguir avanzando en el concepto postconciliar del pecado de una propiedad administrada sin ninguna hipoteca social.

3. “¿Cómo es posible llamar dichosos a los pobres? Jesús y Lucas están de acuerdo con el antiguo testamento en decir que la pobreza no es ni un estado envidiable ni un ideal. Pero, desde el fondo de su pobreza, los ptochoí (los pobres) pueden conocer la felicidad porque saben que el reino de Dios es para ellos. ¿Qué quiere decir esto? Que Dios va a reinar pronto y que instalará su justicia” (Bovon, 426-427). Lucas subraya el kerigma: “Para quienes quieran oír, makarioi (“dichosos”) suena a alegría, ya que esta dicha es inmerecida, inesperada. La voz del Hijo del hombre (élegen, “decía”, y no el aoristo eipen, “dijo”) puede seguir resonando en la Iglesia por labios y en la pluma de los cristianos. Así es como desde ahora, en una situación dramática, los hombres y las mujeres pueden tener parte, una parte anticipada, en la felicidad escatológica” (l.c. 434).

¿Cómo nos vamos a atrever hoy, cristianos bienestantes, a proclamar que los haitianos son dichosos? A) Lc nos llama a salvar la memoria del kerigma de Jesús: El Reino es, primeramente, para ellos. Alabemos el movimiento de solidaridad que se ha suscitado, pero vayamos más allá: ayudemos a tomar conciencia de dónde viene “el desastre del pueblo” y denunciemos nuestras complicidades.- a) En cuanto ricos, cuestionémonos humildemente: “Maestro, ¿qué debo hacer?” con el propósito de avanzar en la koinonía (el compartir los bienes indisolublemente ligado al compartir la fe y la eucaristía). Como nos recuerda Hechos 4,34 no ha de haber necesitados entre los cristianos.- c) Si llegamos a pasar privaciones, aprendamos a mirar lo invisible y a valorar la felicidad escatológica.

Es el camino para proclamar con honestidad la Palabra que nos acusa y nos salva. El modo de que llegue a ser Evangelio (Buena Noticia) para los pobres, tentados de perder la esperanza. Para que nuestro cristianismo instalado se convierta con la salvación que nos llega de los pobres.

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