“Gavilán o Paloma”:
“Amiga, hay que ver cómo es el amor
que vuela a quien lo toma - gavilán o paloma.
¡Pobre tonto, ingenuo charlatán, - que fui paloma por querer ser gavilán!”
En el comienzo del año, cuando hacemos los buenos proyectos, la liturgia nos pregunta: Y tú ¿qué quieres ser: Gavilán o paloma, tigre o cordero?
Jesús, el espejo en que nos miramos, hubiera podido encarnar cualquiera de los diversos tipos de mesianismo que había en Israel: El León de Judá (El Más Fuerte, el Liberador), por ejemplo; pero escogió “el Cordero de Dios que quita/que carga sobre sus espaldas el pecado del mundo”. Así lo señala Juan, otro león rugiente que acabará inclinando su cabeza a la espada antes de negar la verdad.
Tampoco se presentó como el Dios de los Ejércitos (Yavé Sebaot) o la Fuerza desmelenada de Sansón (Ruah Yahvé), sino en el vuelo de una paloma.
“Jesús vio que el Espíritu bajaba como una paloma (y permanecía) sobre él. Ese signo puede aludir a la paloma “sagrada” de diversas tradiciones religiosas, como ave mensajera del Dios (o de la Diosa) que desciende de forma protectora, cobijando bajo sus alas a unos hombres y mujeres que corrían el riesgo de perderse. De esa forma planea y desciende suavemente el Espíritu de Dios, sin la violencia militar del águila romana, sin el arrebato destructor de los poderes satánicos que irá mostrando el evangelio (cf. especialmente 5, 1-19; 9, 14-27). Según eso, Jesús no es un “poseso” dominado por un “ruah” o pneuma que le saca de sí (como a los guerreros y profetas extáticos del antiguo Israel), sino un hombre habitado por el Espíritu creador y salvador de Dios. Eso significa que su signo no será la guerra, ni el trance estático, sino el Espíritu de la creación y de la recreación del mundo” (X. Pikaza).
Bajó sobre él el ave del principio de la creación (Gen 1, 1-2), que planeaba sobre las aguas incubando el gran caos como un huevo fértil. El Espíritu de Dios desciende ahora sobre Jesús y lo convierte en mesías, creador de un mundo nuevo. Como el ave del diluvio que lleva en el pico una ramita de olivo, símbolo de paz y reconciliación (cf. Gen 8, 8-11).
Ahora te toca a ti elegir cuál será tu tótem, tu símbolo, este año: ¿Instrumento de paz o de violencia? ¿Agente de reconciliación o de saqueo y enfrentamiento? ¿Cordero o un tigre/tigresa malos?
Recuerdo aquellas catequesis campesinas, en las lomas de Jacagua, cuando entrábamos en calor con un canto de nuestro cancionero del Ejido que se popularizó en todo el país. Se llamaba precisamente Las Palomas, y el arzobispo de Santiago aseguraba que la tonada procedía de Los Yayales, una comunidad de Higüey:
“Las palomas están poniendo en los yayales,
cuando fuímos a buscar huevos, - huevos cuáles.
Las palomas están poniendo en los cayucos,
y los pobres están sufriendo - mucho, mucho”.
Jugábamos con una décima que dice: “La palomita del diluvio es un ave muy liviana, anda el mundo en una noche y le sobra la mañana”. Queríamos averiguar dónde pone su nido la palomita de Cristo, “la paloma, que es la Iglesia” (San Agustín). Cuesta buscarlo entre los tocones y los cayucos, con fe y perseverancia. Cuando aparece es mejor que el huevo de dos yemas.
Y luego me suben a la memoria aquellos talleres del Año del Jubileo (2000), en la Casa de Espiritualidad de La Islita (Santiago), cuando Luis Quesada hacía cantar a toda la asamblea:
“Ven, paloma, paloma mía, - ven, paloma, vuelo de amor,
ven, paloma, que vuelas alto, - ven, paloma, soplo de Dios.
Tú que vuelas con tus dos alas, - a nosotros enséñanos
a volar sobre nuestro mundo - para hacerlo mucho mejor.
Oración es una de ellas - y la otra, liberación;
las dos alas de ser cristiano - para hacer un mundo mejor.
Si tú quieres seguir el vuelo, - del Espíritu paloma ser,
ten dos alas toda la vida - y que seas como ella es”.
Escuchemos el testimonio de Juan: Yo no lo conocía, pero he visto el Espíritu como una Paloma sobre su hombro. He visto sus espaldas cargadas con el pecado del mundo, y el Cordero tatuado en sus brazos. Seguidle. Dad testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
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