Acabamos el tiempo de Pascua
Quisiera coronar estos 50 días litúrgicos con un poema de Amado Nervo:
“Jesús no vino del mundo de «los cielos».
Vino del propio fondo de las almas;
de donde anida el yo: de las regiones
internas del Espíritu.
¿Por qué buscarle encima de las nubes?
Las nubes no son el trono de los dioses.
¿Por qué buscarle en los candentes astros?
Llamas son como el sol que nos alumbra, / orbes, de gases inflamados… Llamas
nomás. ¿Por qué buscarle en los planetas? / Globos son como el nuestro, iluminados
por una estrella en cuyo torno giran. / Jesús vino de donde
vienen los pensamientos más profundos / y el más remoto instinto.
No descendió: emergió del océano / sin fin del subconsciente;
volvió a él, y ahí está, sereno y puro. / Era y es un eón. El que se adentra
osado en el abismo / sin playas de sí mismo, / con la luz del amor, ese le encuentra”.
No significa que Jesús sea una mera creación del subconsciente, un fruto de nuestras fantasías. Pero podemos llamarlo en verdad “Deseo de los collados eternos” porque él encarna el Reino que todas las generaciones buscaban a tientas. Jesús no se fue, lo encuentran quienes lo buscan en lo más profundo de nuestra interioridad (un abismo llama a Otro Abismo, rezaba san Agustín de Hipona). Quienes lo reconocen Exaltado por el Padre y lo glorifican. Nos regaló su Espíritu para que no nos sintiéramos huérfanos, y este es el Misterio que celebramos en Pentecostés.
El misterio del Viento y del Fuego
Voy a copiar un fragmento del comentario de X. Pikaza a la lectura de los Hechos de los Apóstoles 2,1-11 de este domingo:
“Según ese relato, en el comienzo está el Espíritu de Dios, que alienta como viento huracanado y arde como lenguas de llama de fuego, que se posan sobre los discípulos, varones y mujeres (unos ciento veinte, dice el texto anterior Hch 1, 15), haciéndoles capaces de hablar en muchas lenguas, las lenguas de todos los pueblos reunidos en la “babel” de aquel momento.
El relato es conocido, no hace falta comentarlo por extenso, pero hay unos motivos que conviene recordar, conforme a la liturgia de este día, empezando por el tema intrigante y fecundo de la Plaza de todos los Pueblos, un lugar donde vinieron a juntarse gentes de muchas naciones y nacionalidades, de pueblos y autonomías, pero de manera que todos se entendieron.
La Iglesia es una plaza abierta al viento y al fuego de Dios: Ésta es la primera Plaza de la Iglesia, que Plaza del Sol, que alumbra a todos, como había dicho el Cristo, Plaza de todas las Lenguas, que son riqueza de vida, para dialogar y comprenderse. Juntarse en la plaza, recibir el fuego, levantar la mano, par comprometerse todos con la vida. Aquí esta Pentecostés, con sus varios motivos:
b) Segundo es el motivo de fuerte huracán y del fuego que debe sacudirnos por dentro, Espíritu del Cristo, mensajero del Reino de Dios, asesinado por sacerdotes y gobernadores, Espíritu que arranca y que descuaja, que enciende y transforma, convirtiéndose en palabra (lenguas de fuego). Cristo entra así en el babel de confusión y enfrentamiento, de manera que todos pueden entenderse.
c) Tercer motivo es la palabra que vincula. Hablan los galileos de Jesús, sorprendidos y recreados por su Espíritu. Hablan como saben, con el amor que Jesús les ha dejado, con el fuego de pasión que han recibido. Hablan de Dios y sus grandezas, de las maravillas de una vida que puede convertirse en comunión… y cada uno de los hombres y mujeres que han llegado a las fiestas confusas de la vieja Jerusalén (la gran Babel) les comprende en su propia lengua.
d) Así nace la Iglesia, una comunión de amor donde se juntan y comprenden gentes de lenguas diferentes: partos, medos, elamitas… A nadie se le fuerza, a nadie se le impone una lengua o cultura diferente. Cada uno escucha y atiende en su lengua, y todos en la Dios (el Dios de Jesús) que habla en muchas lenguas, para que todos se entiendan, cada uno en la suya, y aprendan todos a dialogar.
Éste es un tema de fondo de este domingo del Espíritu Santo, con la gente entusiasmada de la Plaza del Viento y del Fuego de Dios en Jerusalén, un lugar abierto a todas las dificultades y esperanzas de las gentes”.
María Pentecostés
El obispo del Mato Grosso Pere Casaldàliga tiene un famoso poema con este título. Los tiempos del Espíritu son la Edad de Oro de la Iglesia que buscamos: Pobre y libre, fogosa, fuerte por el testimonio, por el gozo de compartir y los milagros. Cuando todos vivimos (ya, pero todavía no) la plena Resurrección. Repitámoslo en nuestra oración hasta que nos lo aprendamos de memoria.
“María Pentecostés, / cuando la Iglesia aún era
pobre y libre / como el Viento del Espíritu.
María Pentecostés, / cuando el fuego del Espíritu / era la ley de la Iglesia.
María Pentecostés, / cuando los Doce exhibían / el poder del testimonio.
María Pentecostés, / cuando era toda la Iglesia / boca del Resucitado”
Ilustraciones tomadas de la red: El manga ha creado un arte juvenil que expresa los vientos huracanados con la cabellera desgreñada y los poderes con los grandes cuernos...
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