(Diálogo en forma de plegaria con Jesús que regresa al Padre, con las palabras de un poema de Manuel Alonso Alcalde)
“A contraluz subías; lentamente
ibas subiendo a contraluz; subías
milímetro a milímetro como una
mazorca de maíz, doradamente,
y Tu corporeidad, al remontarse,
resbalaba su sombra por los rostros
de los que habían ido a despedirte.”
Nosotros, con las caras ensombrecidas de quienes te despedimos hoy, al celebrar la fiesta de tu gloriosa ascensión a la gloria. Nos dejas un poco perplejos, Señor Jesús. ¿Por qué te vas ahora cuando más te necesitamos? ¿Cómo podremos continuar tu obra, si nuestra fe es tan débil y los vientos tan contrarios?
“Eran las ocho en punto de la tarde,
justo empezando a anochecer.”
Repetimos lo que te dijeron los compañeros de Emaús: “Quédate junto a nosotros que la tarde está cayendo”. La Iglesia ha envejecido mucho. Se han perdido los obreros, los intelectuales, muchos jóvenes y ahora también muchas mujeres disgustadas, que eran sostén de las comunidades. Escasean las vocaciones comprometidas. Pocos los cristianos y las cristianas creíbles que anuncien tu evangelio. El pesimismo nos deja tocados.
“Subías
despacio, retrasando los adioses
últimos; ascendías gota a gota
lo mismo que la savia por las vides,
porque era triste abandonarlos ahora,
precisamente ahora, en que empezaban
a apagarse las luces de las fábricas
y a oler a humo triste en los suburbios.”
Estamos defraudados de los políticos. No le vemos salida a esta crisis económica, que es mundial. Aumenta el número de los indignados. Y tu Iglesia, tu Cuerpo en la tierra, parece que ya no apuesta tan fuertemente por los pobres. Los pobres a quienes declaraste los preferidos de tu Reino. Las bienaventuranzas, que eran tu programa.
“Tú hacia lo alto, colgado por los hombros
de la barquilla de Tu globo de oro,
y ellos, allí, en el suelo, los que habían
compartido contigo su tartera.
Eran los mismos, los de siempre. Y tristes:
jornaleros, mineros, pescadores,
peones, emigrantes —los de siempre—,
viendo tu remontar irremediable.”
También los campesinos de las lomas, los residentes en los barrios y arrabales, montón de mujeres doblemente pobres por mujeres y por pobres… Ah, y la gente de color y los indígenas…
“Los de siempre, los Tuyos, contemplando
Tus alpargatas, Tu mahón gastado
de carpintero.”
Contemplando Tus chancletas y Tu cachucha, Tus botas y Tu overol.
“Que te ibas, y ellos
se quedaban allí sin comprenderlo,
con miedo, como niños, de la vida.”
¿Por qué nos dejas, Señor? ¿Acaso piensas que ya nos hicimos bastante mayores para llevar tu Causa? ¿No ves que nos faltan más pastores como Óscar Romero? ¿No te das cuentas que son pocos los sacerdotes jóvenes? ¿No aprecias que faltan relevos para los puestos de misión en las fronteras? ¿Qué haremos con unas comunidades más carismáticas que evangelizadoras, más conservadoras que comprometidas?
“Y dicen: ¡vuelve!, y sigues; y repiten:
¡vuelve!, y, como una piedra en un estanque,
la tarde, en ondas, por Tu frente abierta,
se cierra sin respuesta para siempre.”
Ilumina los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llamas, cuál la riqueza de gloria que reservas en herencia para tus fieles, y cuál la extraordinaria grandeza de tu poder para nosotros. Auméntanos la fe en la eficacia de la fuerza poderosa, que te resucitó de entre los muertos. Comunícanos el Espíritu que sea nuestro Abogado Defensor, el Maestro que nos explique tus palabras, el Viento que sacuda nuestras perplejidades. Te repetimos: ¡Vuelve, Señor Jesús, que te esperamos!
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