El pintor e historiador dominicano Danilo de los Santos “Danicel” (Puerto Plata, 1943) me obsequió este cuadro de los Sagrados Corazones para la capilla del nuevo noviciado. Yo puse la teología y él la técnica, los colores, la simbología de su cosmovisión caribeña. Cierto que la primera reacción es desconcertante, pues no sigue el tópico un tanto amanerado de Boticelli ni el naíf de la religiosidad popular, nisiquiera la relectura centro-americana de la madre dolorosa junto a los traspasados de Cerezo Barredo.
El centro lo ocupa un Jesús-Joven, un Jesús-Novicio, todavía imberbe y sin melena: "¿Quién es ese que viene con las ropas enrojecidas? ¿Por qué están rojos tus vestidos y la túnica. como quien pisa en el lagar?" (Is 63. 1-2).
Más moreno que indio, más haitiano que dominicano, mulato de nuestro sufrido Caribe. Viste un pantaloncito azul y un camisón crema con ribetes coloreados de sangre. Los brazos abiertos sobre el nimbo celeste en actitud de ofrecimiento al Padre y a la humanidad. Sustenta sus pies descalzos sobre una de esas cayenas que el pueblo llama Sangre de Cristo. Y que no se sabe si florece de la sangre chorreante del pecho ampliamente escotado o si es el proyecto del Padre que el Joven-Jesús, el Jesús-Novicio, se apresta a recorrer. A su paso firme brota el pistilo como una fuente viva para la salvación del mundo.
A la izquierda (y el marco le queda chiquito) aparece María también del Caribe (no de Fátima ni de Lourdes, ni siquiera de Nazaret). Una Virgen-Flor, una Virgen-Crisálida, una Virgen-Picaflor. Una Niña-Novia, que con modestia recoge las manos sobre el corazón donde guarda el secreto del rey. No piensen que ensimismada, sino puesta a volar muy femenina sobre una hoja verde, pletórica de clorofila, llena de Gracia-de-Dios y de gracia-mulata. Con el vestido estampado en los mismos colores, danza al aire de su Hijo Jesús, mientras lo contempla crecer, orgullosamente, bajo su mirada materna.
Me vienen a la mente las palabras que escribía el P Joaquín, nuestro Fundador, a unas monjitas de clausura sobre el "alma sin estorbos, que no corre, sino que vuela ligera, cual blanca paloma, remontándose más allá de las nubes hasta llegar a su amado, quien cariñoso al verla tan desprendida de todo y tan pacífica, la descubre los secretos de su Corazón y aún la mete dentro de sus llagas" (Carta del 5.8.1890).
En mi última visita de este año, he vuelto a contemplar el cuadro en la pequeña capilla de la comunidad de La Islita. Ahora no hay novicios, y es como una jaula sin pájaros jóvenes. El cuadro tal vez resultó más haitiano que dominicano, y ya sabemos que esto se paga en un país donde todos “llevan al negro detrás de la oreja”. Y, además, la poca definición de los rostros puede ser que dificulte convertirlos en icono de culto. Pero es una expresión bien Inculturada de los Sagrados Corazones en el Caribe.
Se lo encomiendo muy especialmente a nuestros congregantes dominicanos, a los laicos misioneros, a los laicos jóvenes. Si no conocen el cuadro, les sugiero que visiten esta obra del arte religioso dominicano en nuestra comunidad de La Islita de Santiago de los Caballeros.
Foto de Julio C. Taveras
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