La viña, la vid verdadera y el buen fruto
Viña de Dios es Israel, viña predilecta, escogida, plantada sobre una fértil
colina, en un lugar con tierra limpia, labrada, libre de piedras, custodiada,
cuidada, amada, extendida y que el mismo Dios la ha plantado (cfr Is 5,1s: Jer
2, 21). Es tan amada esta viña, que nunca ha dejado de resonar, para ella, el
cántico de amor de su amado; notas fuertes y dulces al mismo tiempo, notas
portadoras de vida verdadera, que han atravesado la antigua alianza y han
llegado, todavía más claras, a la nueva alianza. Primero cantaba el Padre,
ahora canta Jesús, pero en los dos es la voz del Espíritu la que se hace
sentir, como dice el Cantar de los Cantares: "La voz de la tórtola todavía
se oye…y las vides esparcen su aroma" (Cant 2, 12s). Es el Señor Jesús
quien nos atrae, quien nos lleva del antiguo al nuevo, de amor en amor, hacia
una comunión siempre más fuerte hasta la identificación: "Yo soy esta
viña, pero lo soy también vosotros en mi". Por tanto está claro: la viña
es Israel, es Jesús y somos nosotros. Siempre la misma, siempre nueva, siempre
más elegida y predilecta, amada, cuidada, custodiada, visitada: visitada con
las lluvias y visitada con la Palabra; enviada por los profetas día a día,
visitada con el envío del Hijo, el Amor, que espera amor, o sea, el fruto.
"El esperó que produjese uva, pero dio uvas agraces" (Is 5,2); la
desilusión está siempre al acecho, en el amor. Me detengo sobre esta realidad,
me miro dentro, intento buscar el lugar de cierre, de aridez, de muerte: ¿Por
qué la lluvia no ha llegado?. Me repito esta palabra, que resuena a menudo en
las páginas bíblicas: El Señor espera…" (ver Is 30, 18; Lc 13, 6-9).
Quiere el fruto de la conversión (cfr Mt 3,8), como nos manda a decir por boca
de Juan; los frutos de la palabra, que nacen de la escucha, de la acogida y de
su custodia, como nos dicen los sinópticos (cfr. Mt 13, 23; Mc 420 y Lc 8,15),
los frutos del Espíritu, como explica San Pablo (cfr Gál 5, 22). Quiere que "llevemos
frutos de toda clase de obra buena" (Col 1, 10), pero sobre todo, me
parece, el Señor espera y desea "el fruto del seno" (cfr Lc 1, 42), o
sea, Jesús, por el que somos verdaderamente benditos y dichosos. Jesús, en
efecto, es la semilla que, muriendo, lleva mucho fruto dentro de nosotros, en
nuestra vida (Jn 12, 24) y reta a toda soledad, cerrazón, lanzándonos a los
hermanos. Este es el fruto verdadero de la conversión, sembrado en la tierra de
nuestro seno; este convertirse en sus discípulos y, en fin, esta es la
verdadera gloria del Padre.
La poda como purificación que da gozo
En este pasaje evangélico, el Señor me ofrece otro camino que recorrer
detrás de Él y junto a Él: es un camino de purificación, de renovación, de
resurrección y vida nueva: está oculto por el vocablo "podar", pero
puedo descubrirlo mejor, de iluminarlo gracias a su misma Palabra, que es la
única maestra, la única guía segura. El texto griego usa el término
"purificar", para indicar esta acción del viñador con sus vides;
cierto, queda claro que Él poda, que corta con la espada afilada de su Palabra
(Heb 4, 12) y que nos hace sangrar, a veces; pero es más cierto todavía, que
permanece su amor, que solamente penetra, cada vez más y así nos purifica, nos
refina, Sí, el Señor se sienta como lavandero para purificar, o es como un
orífice para hacer más resplandeciente y luminoso el oro que tiene en sus manos
(cfr Mal 3, 3). Jesús trae consigo una purificación nueva, la prometida desde
hace tanto tiempo por las Escrituras y esperada para los tiempos mesiánicos; no
es una purificación que llega mediante el culto, mediante la observancia de la
ley o sacrificios, purificación sola provisional, incompleta, temporal y
figurada. Jesús realiza una purificación íntima, total, la del corazón y la conciencia,
que cantaba Ezequiel: "Os purificaré de todos vuestros ídolos; os daré un
corazón nuevo…Cuando yo os purifique de todas vuestras iniquidades, os haré
habitar en vuestras ciudades y vuestras ruinas serán reconstruidas…(Ez 36,
25ss.33).
Oración para esta semana
¡Señor, todavía tengo la luz de tu Palabra dentro de mí; toda
la fuerza sanadora de tu voz resuena dentro de mi todavía! ¡Gracias Viña mía,
mi savia; gracias mi morada en la cual puedo y deseo permanecer; gracias, mi
fuerza en el obrar, en el cumplir cada cosa; gracias maestro mío! Tú me has
llamado a ser sarmiento fecundo, a ser yo mismo fruto de tu amor por los
hombres, a ser vino que alegre el corazón; ¡Señor, ayúdame a realizar esta tu
Palabra bendita y verdadera! Solo así, seguro, viviré verdaderamente y seré como
tú eres y permaneces.
No permitas Señor, que yo me equivoque de tal modo, que quiera permanecer en Ti, como sarmiento en su vid, sin los otros sarmientos, mis hermanos y hermanas; sería el fruto más amargo, más desagradable de todos. ¡Señor, no sé rezar: enséñame Tú y haz que mi oración más bella sea mi vida, transformada en un grano de uva, para el hambre y para la sed, para el gozo y compañía del que venga a la Vid, que eres Tú. ¡Gracias, porque Tú eres el vino del Amor!
No permitas Señor, que yo me equivoque de tal modo, que quiera permanecer en Ti, como sarmiento en su vid, sin los otros sarmientos, mis hermanos y hermanas; sería el fruto más amargo, más desagradable de todos. ¡Señor, no sé rezar: enséñame Tú y haz que mi oración más bella sea mi vida, transformada en un grano de uva, para el hambre y para la sed, para el gozo y compañía del que venga a la Vid, que eres Tú. ¡Gracias, porque Tú eres el vino del Amor!
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