Lc 2,21-35 “Mira, este niño será signo de contradicción…
y a ti una espada te atravesará el corazón”
Los padres de Jesús
suben a la capital para presentar su niño al Padre y al mundo como el Siervo
anunciado por Isaías: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo
Israel”. Veamos, en este Año de la Fe, cómo reaccionan dos ancianos piadosos:
Simeón y Ana; cómo cumple María, su madre, la profecía; cómo es que Jesucristo
fue signo de contradicción y qué significa para nosotros creer en Jesucristo,
el Hijo de Dios y Salvador nuestro.
Hoy
nos podemos identificar con dos personas de la tercera edad que juegan un papel
importante en esta escena evangélica: Simeón,
“hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por
el Espíritu Santo”. Hace más de 40 años leí a un autor que observaba que Lc no
dice que Simeón fuera anciano y que a él le gustaba imaginarlo joven. Cada uno
se lo imagine como quiera. Pero un hombre preocupado por no morirse antes de haber
visto al Mesías del Señor, parece un hombre maduro en años y en dolores.
También es verdad que Simeón tenía un espíritu joven puesto que mantuvo la
esperanza, y supo interpretar aquel “signo de los tiempos” con el mejor
espíritu profético, reconoció en un niño al Salvador, y en una joven pareja campesina
el cumplimiento de las promesas. Habló con espíritu crítico del juicio de Dios
y del signo apocalíptico: Este niño entra para juzgar, ante él todo el mundo
tiene que definirse. Será una “bandera discutida”, “signo de contradicción”
para que sean descubiertas las aspiraciones más profundas de los corazones (cf.
Lc. 2,21-35).
El
otro personaje es Ana, hija de
Fanuel, y de ésta sí que dice que era de edad avanzada, casada 7 años con su
marido en la juventud, y luego viuda de 84 años. “No se apartaba del templo,
sirviendo día y noche con oraciones y ayunos”. Y Lc la alaba llamándola
“profetisa”, no una vieja beatica, sino crítica ante la situación del pueblo y
comprometida “con cuantos esperaban la liberación de Jerusalén”. Qué lindas
estas dos figuras para los que ya somos avanzados en años y nos cuesta
situarnos en el pueblo de Dios.
Pero pasemos al otro personaje que conocemos bien: María, la del cuarto misterio de gozo,
la Dolorosa de las 7 espadas clavadas en el corazón, que personifica a Israel y
a todos los creyentes. “Y dijo a María, su madre: ‘Mientras que a ti una espada
te traspasará el corazón’”.- La espada de la duda: ¿Y cómo será esto si mi hijo
es el Hijo del Altísimo? María adivina una maternidad “oscura y dolorosa’. Una
peregrinación en la fe “con una particular fatiga del corazón” (cf. Redemptoris Mater 16 y
33).- La espada del escándalo en la cruz: ‘Jesús en el Gólgota, a través de la
Cruz ha confirmado definitivamente ser el “signo de la contradicción” predicho
por Simeón (RM 18).- La espada de su clara definición
por el Reino: “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc. 1,45). Hay que aceptar plenamente la Palabra de Dios, “que
es viva y enérgica, más cortante que una espada de dos filos, penetra hasta la unión
de alma y espíritu, de órganos y médula, juzga sentimientos y pensamientos” (Heb. 4,12). Por medio de la fe María se convertía así, en. cierto sentido, en la primera discípula de su Hijo, la primera a la cual parecía decir: Sígueme antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a
cualquier otra persona”.- “La Escritura no nos da noticia de una aparición de
Jesús resucitado a su madre… Ella había aprendido a recorrer su itinerario de
fe pascual ya desde el día en que Simeón le había preanunciado el destino
doliente de su Hijo. Desde el “tercer día” del encuentro en el templo, hasta el
“tercer día” de la resurrección, la Virgen iba cumpliendo su pascua” Por eso
ella es Señora del sábado, y desde el siglo X el sábado le está destinado (A. Serra).
Pongamos, finalmente, “los ojos fijos en Jesucristo”. ¿Cómo era su corazón, “la persona en su totalidad, el
centro de la personalidad y su dinámica corporal y espiritual” (N. Strotmann)”.
¿Qué fue lo que le movió a actuar, a predicar, a dar la vida? ¿Qué fue lo que
le hizo “bandera discutida” y “signo de contradicción”? No tenemos parámetro
humano para medirlo. “Al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo
el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” (Mt. 11,27). Jesús actuó
de tal manera porque así es el Corazón del Padre... Es lo que respondió a los
que llamó “niños malcriados que juegan en la plaza”. La sabiduría de Dios no
necesita justificaciones, se justifica por sus obras. ¡Así es Dios! (cf. Mt.
11, 16-19). Su Dios es siempre mayor, porque su realidad es amor. Pero, al
mismo tiempo y escandalosamente, Dios es siempre menor, porque se esconde en
los pequeños. Predicó que lo absoluto del amor de Dios se da en el amor al
hombre. Se abajó hasta hacerse hombre, uno del pueblo, anonadado como un
esclavo… para que los hombres pudieran ser elevados a la dignidad de hijos de
Dios.
---/ Preguntémonos en este Año de
la Fe qué significa para nosotros creer en Jesucristo. Si nos gusta el estilo de Jesús de Nazaret que no es como el del mundo.
Si estamos animados por la pasión de Dios. “En el doble sentido
del término pasión: en primer lugar, en el sentido de búsqueda de lo que se
ama, de lo que atrae, como el mercader busca bellas perlas. Y además, en el
sentido de sufrir, de hacer esfuerzos, de querer renunciar a su egocentrismo
para ir al encuentro del otro y permitirle venir hacia si. No hay comunicación
sin cruz, lo mismo que no hay amor sin sufrimiento, ya que no podría haber
verdadero diálogo sin un corazón traspasado, abierto al otro”.
¿Estamos comprometidos a trabajar
por la causa del Reino del Padre, como Jesús? ¿Qué hacemos por nuestra
comunidad cristiana, qué aportamos por la causa de la evangelización, qué
solidaridad tenemos con los pobres, qué lucha por la justicia?
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