lunes, 14 de enero de 2013

CREO EN JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS, en el Año de la Fe (2)


Lc 2,21-35 “Mira, este niño será signo de contradicción… y a ti una espada te atravesará el corazón”



Los padres de Jesús suben a la capital para presentar su niño al Padre y al mundo como el Siervo anunciado por Isaías: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Veamos, en este Año de la Fe, cómo reaccionan dos ancianos piadosos: Simeón y Ana; cómo cumple María, su madre, la profecía; cómo es que Jesucristo fue signo de contradicción y qué significa para nosotros creer en Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador nuestro.

Hoy nos podemos identificar con dos personas de la tercera edad que juegan un papel importante en esta escena evangélica: Simeón, “hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo”. Hace más de 40 años leí a un autor que observaba que Lc no dice que Simeón fuera anciano y que a él le gustaba imaginarlo joven. Cada uno se lo imagine como quiera. Pero un hombre preocupado por no morirse antes de haber visto al Mesías del Señor, parece un hombre maduro en años y en dolores. También es verdad que Simeón tenía un espíritu joven puesto que mantuvo la esperanza, y supo interpretar aquel “signo de los tiempos” con el mejor espíritu profético, reconoció en un niño al Salvador, y en una joven pareja campesina el cumplimiento de las promesas. Habló con espíritu crítico del juicio de Dios y del signo apocalíptico: Este niño entra para juzgar, ante él todo el mundo tiene que definirse. Será una “bandera discutida”, “signo de contradicción” para que sean descubiertas las aspiraciones más profundas de los corazones (cf. Lc. 2,21-35).

El otro personaje es Ana, hija de Fanuel, y de ésta sí que dice que era de edad avanzada, casada 7 años con su marido en la juventud, y luego viuda de 84 años. “No se apartaba del templo, sirviendo día y noche con oraciones y ayunos”. Y Lc la alaba llamándola “profetisa”, no una vieja beatica, sino crítica ante la situación del pueblo y comprometida “con cuantos esperaban la liberación de Jerusalén”. Qué lindas estas dos figuras para los que ya somos avanzados en años y nos cuesta situarnos en el pueblo de Dios.

Pero pasemos al otro personaje que conocemos bien: María, la del cuarto misterio de gozo, la Dolorosa de las 7 espadas clavadas en el corazón, que personifica a Israel y a todos los creyentes. “Y dijo a María, su madre: ‘Mientras que a ti una espada te traspasará el corazón’”.- La espada de la duda: ¿Y cómo será esto si mi hijo es el Hijo del Altísimo? María adivina una maternidad “oscura y dolorosa’. Una peregrinación en la fe “con una particular fatiga del corazón” (cf. Redemptoris Mater 16 y 33).- La espada del escándalo en la cruz: ‘Jesús en el Gólgota, a través de la Cruz ha confirmado definitivamente ser el “signo de la contradicción” predicho por Simeón (RM 18).- La espada de su clara definición por el Reino: “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc. 1,45). Hay que aceptar plenamente la Palabra de Dios, “que es viva y enérgica, más cortante que una espada de dos filos, penetra hasta la unión de alma y espíritu, de órganos y médula, juzga sentimientos y  pensamientos” (Heb. 4,12). Por medio de la fe María se convertía así, en. cierto sentido, en la primera discípula de su Hijo, la primera a la cual parecía decir: Sígueme antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona”.- “La Escritura no nos da noticia de una aparición de Jesús resucitado a su madre… Ella había aprendido a recorrer su itinerario de fe pascual ya desde el día en que Simeón le había preanunciado el destino doliente de su Hijo. Desde el “tercer día” del encuentro en el templo, hasta el “tercer día” de la resurrección, la Virgen iba cumpliendo su pascua” Por eso ella es Señora del sábado, y desde el siglo X el sábado le está destinado  (A. Serra).

Pongamos, finalmente, “los ojos fijos en Jesucristo”. ¿Cómo era su corazón, “la persona en su totalidad, el centro de la personalidad y su dinámica corporal y espiritual” (N. Strotmann)”. ¿Qué fue lo que le movió a actuar, a predicar, a dar la vida? ¿Qué fue lo que le hizo “bandera discutida” y “signo de contradicción”? No tenemos parámetro humano para medirlo. “Al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” (Mt. 11,27). Jesús actuó de tal manera porque así es el Corazón del Padre... Es lo que respondió a los que llamó “niños malcriados que juegan en la plaza”. La sabiduría de Dios no necesita justificaciones, se justifica por sus obras. ¡Así es Dios! (cf. Mt. 11, 16-19). Su Dios es siempre mayor, porque su realidad es amor. Pero, al mismo tiempo y escandalosamente, Dios es siempre menor, porque se esconde en los pequeños. Predicó que lo absoluto del amor de Dios se da en el amor al hombre. Se abajó hasta hacerse hombre, uno del pueblo, anonadado como un esclavo… para que los hombres pudieran ser elevados a la dignidad de hijos de Dios.

---/ Preguntémonos en este Año de la Fe qué significa para nosotros creer en Jesucristo. Si nos gusta el estilo de Jesús de Nazaret que no es como el del mundo.

Si estamos animados por la pasión de Dios. “En el doble sentido del término pasión: en primer lugar, en el sentido de búsqueda de lo que se ama, de lo que atrae, como el mercader busca bellas perlas. Y además, en el sentido de sufrir, de hacer esfuerzos, de querer renunciar a su egocentrismo para ir al encuentro del otro y permitirle venir hacia si. No hay comunicación sin cruz, lo mismo que no hay amor sin sufrimiento, ya que no podría haber verdadero diálogo sin un corazón traspasado, abierto al otro”.

¿Estamos comprometidos a trabajar por la causa del Reino del Padre, como Jesús? ¿Qué hacemos por nuestra comunidad cristiana, qué aportamos por la causa de la evangelización, qué solidaridad tenemos con los pobres, qué lucha por la justicia?


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