(El viernes pasado, entre las “novedades” de la
biblioteca pública, me llamaron la atención unos libros de Francisco Pino (Valladolid, 1910 -2002), un autor que no había oído mencionar, y, además, de versos que no es lo que más acostumbro a leer. Mario
Hernández lo define como «poeta que ha
asumido con voluntaria decisión las contradicciones históricas que marcan a los
miembros de la llamada generación del 36, haciéndose él
mismo depositario conflictivo de unas herencias y de su repudio o superación
por una vía irónica o experimental».- Seguramente
me tocó una cierta familiaridad con J. L. Martín Descalzo (otro Pájaro
Solitario de la meseta castellana) y porque hablaba de amigos comunes muy
personalizados: Mateo, Marcos y José el carpintero… Les confieso que he pasado un buen fin de semana con Pino y mi amigo Mateo. Hoy selecciono algunos versos que recrean, con ojos nuevos, su vocación de primer discípulo. Se los dedico a quienes también han sentido en la nuca la mirada de Jesús de Nazaret o, más protocolario, a los alumnos y alumnas que han seguido mis clases en algún curso de los Sinópticos)
“Pasando Jesús de allí, vio a
un hombre sentado al telonio de nombre Mateo y le dijo: Sígueme” (Mt 9,9)
¿Cómo te impresionó tanto,
Mateo,
el hambre de Jesús en aquel alba
de Betania, al llegar
donde había una
higuera…?
¿Qué de anotar venías con cuidado
meticuloso pero sin deseo
cuando el
Desconocido
sus ojos clavó en ti?
¿Acaso el precio de unos bueyes, de unas
orzas de aceite, de unos cuantos rollos
de caoba o de cedro? ¿Qué, Leví,
cuando
el Desconocido te miró?...
Dejaste de anotar y le miraste.
¡Qué bien, en tal instante, comprendiste
que, en realidad, no deseaste nunca
ni
levantar más fuentes en tus patios
ni tu cuerpo adornar con nuevas túnicas!
Dejaste
de anotar y le miraste.
Aquel Desconocido
se convirtió en lo más
conocido de
ti…
Y viste cómo, todas
tus distracciones, tus desganas, tus
preguntas, convergían
en Sus ojos.
Sus mansísimos ojos fascinantes…
¡Cómo te separó
y cuánto del
telonio
la azul solicitud de Su mirada!...
Cavadores Sus ojos te miraba
aún.
Tú, los sentías
como azadas celestes, más pesadas
que el hierro y más ligeras
que la brisa,
sobre tu corazón.
El hijo, tú, de Alfeo, el distraído.
Voz que en tu oído se posó, ¿de
dónde?
¿De quién?, ¿de qué hermosura?, ¿de qué aura?,
¿con qué grato contacto
de sedoso
tejido te envolvía?...
¡Sobre lo hermoso la voz suya!
Tú la oíste, la
viste y la sentiste
como quien oye, ve y siente un misterio.
Y aquella voz tan
sólo dijo: -Sígueme.
Fotos: Vocación de Mateo de Niccolo Tornioli y El hombre alado, símbolo del primer evangelista, de una vidriera ánglica.
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