lunes, 28 de enero de 2013

MATEO, la vocación de él y la nuestra (1)



(El viernes pasado, entre las “novedades” de la biblioteca pública, me llamaron la atención unos libros de Francisco Pino (Valladolid, 1910 -2002), un autor que no había oído mencionar, y, además,  de versos que no es lo que más acostumbro a leer. Mario Hernández lo define  como «poeta que ha asumido con voluntaria decisión las contradicciones históricas que marcan a los miembros de la llamada generación del 36, haciéndose él mismo depositario conflictivo de unas herencias y de su repudio o superación por una vía irónica o experimental».- Seguramente me tocó una cierta familiaridad con J. L. Martín Descalzo (otro Pájaro Solitario de la meseta castellana) y porque hablaba de amigos comunes muy personalizados: Mateo, Marcos y José el carpintero… Les confieso que he pasado un buen fin de semana con Pino y mi amigo Mateo. Hoy selecciono algunos versos que recrean, con ojos nuevos, su vocación de primer discípulo. Se los dedico a quienes también han sentido en la nuca la mirada de Jesús de Nazaret o, más protocolario, a los alumnos y alumnas que han seguido mis clases en algún curso de los Sinópticos)

“Pasando Jesús de allí, vio a un hombre sentado al telonio de nombre Mateo y le dijo: Sígueme” (Mt 9,9)

¿Cómo te impresionó tanto, Mateo, 
el hambre de Jesús en aquel alba 
de Betania, al llegar 
donde había una higuera…? 
¿Qué de anotar venías con cuidado 
meticuloso pero sin deseo 
cuando el Desconocido 
sus ojos clavó en ti? 
¿Acaso el precio de unos bueyes, de unas 
orzas de aceite, de unos cuantos rollos 
de caoba o de cedro? ¿Qué, Leví,
cuando el Desconocido te miró?...

Dejaste de anotar y le miraste. 

¡Qué bien, en tal instante, comprendiste 
que, en realidad, no deseaste nunca 
ni levantar más fuentes en tus patios 
ni tu cuerpo adornar con nuevas túnicas! 
Dejaste de anotar y le miraste. 
Aquel Desconocido 
se convirtió en lo más 
conocido de ti… 

Y viste cómo, todas 
tus distracciones, tus desganas, tus 
preguntas, convergían en Sus ojos. 
Sus mansísimos ojos fascinantes… 

¡Cómo te separó 
y cuánto del telonio 
la azul solicitud de Su mirada!... 
Cavadores Sus ojos te miraba 
aún. Tú, los sentías 
como azadas celestes, más pesadas 
que el hierro y más ligeras que la brisa, 
sobre tu corazón. 
El hijo, tú, de Alfeo, el distraído.

Voz que en tu oído se posó, ¿de dónde? 
¿De quién?, ¿de qué hermosura?, ¿de qué aura?, 
¿con qué grato contacto de sedoso 
tejido te envolvía?... 
¡Sobre lo hermoso la voz suya! 
Tú la oíste, la viste y la sentiste 
como quien oye, ve y siente un misterio. 
Y aquella voz tan sólo dijo: -Sígueme.

Fotos: Vocación de Mateo de Niccolo Tornioli y El hombre alado, símbolo del primer evangelista, de una vidriera ánglica.

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