lunes, 21 de enero de 2013

Creo en el Espíritu Santo (3) en el Año de la Fe




 " La venida de Jesucristo quedó señalada con agua y sangre; no solo con agua, sino con agua y sangre. El Espíritu mismo es testigo de esto, y el Espíritu es la verdad.  Tres son los testigos: el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres concuerdan.  El que tiene al Hijo de Dios tiene también la vida, pero el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1Jn 2,18-27; 5,4-8.12)



1         Estamos en los últimos tiempos
Un año más que se acaba, podemos decir que ha habido gente preocupada por el fin del mundo (el cambio climático, las pretendidas profecías del calendario maya, la crisis mundial con el hundimiento del sistema capitalista, los recortes, la subida de impuestos, el paro, los desahucios como nunca antes, la persecución de nuestra cultura minoritaria…)


     Juan nos advierte que ésta es “la última hora, la hora definitiva”, y que tenemos que velar/vigilar porque han surgido muchos anticristos. Son falsos maestros que abandonan la Iglesia de Jesús para confundirnos con enseñanzas falsas. “No eran de los nuestros… Si hubieran sido de los nuestros, hubieran permanecido con nosotros”. Toca aquí un tema importante: “Sólo el que aguante/persevere/se mantenga hasta el fin se salvará” Mt 24,13. Nos duele que familiares y amigos abandonen la Iglesia… “¿a ti qué? tú sígueme” Jn 21,22. Fue la respuesta de Jesús a un Pedro preocupado por el destino de su amigo Juan. Cada uno lleva su camino y su responsabilidad. Vosotros, “manete in dilectione mea… permaneced en mi amor”.

      Nosotros hemos recibido la unción/el sello/el soplo del Espíritu que nos ayudará a discernir el camino verdadero. “¿Quién es el mentiroso? Quien niega que Jesús es el Cristo, el Enviado de Dios. Quien niega al Hijo no acepta al Padre, y (viceversa, porque son inseparables) quien confiesa al Hijo, acepta al Padre”. Permaneced fieles a lo que oísteis, a lo que os enseñaron desde el principio, desde pequeños, hasta el final.   


Los tres que dan testimonio
¿Y cómo sabremos si el Cristo que nos predican es el verdadero Jesús, Hijo del Hombre, Hijo de Dios? «El que vino con agua y sangre fue él, Jesús, el Mesías (no vino sólo con el agua y la sangre), y el que lo atestigua es el Espíritu, porque el Espíritu es la verdad. Por tanto, los que dan testimonio son tres: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres apuntan a lo mismo» (I Jn 5, 6-8).

En la cumbre de su evangelio, Jn 19 da testimonio de que vio brotar sangre y agua del costado traspasado de Jesús. La comunidad confirma que “su testimonio es verdadero”. Para la naciente Iglesia, que se reunía todos los domingos a celebrar la eucaristía en memoria de la resurrección del Señor, la sangre era el símbolo de la inmolación y muerte de Jesús.  Asimismo para la misma Iglesia, que bautizaba derramando agua: ésta significaba la vida.  

Esto se ajusta a la exégesis de san Agustín: «Aquella sangre fue derramada para la remisión de los pecados; aquella agua templa el cáliz de la salvación; el agua sirve para lavar y para beber» (Trat. Sobre Ev. Jn. 120,2). «Nadie entra en la Iglesia si no es por el sacramento de la remisión de los pecados; éste, sin embargo, brota del costado de Cristo» (Contra Faustum, 12, 16-17)… “No con agua sola, sino con agua y sangre».  Los verdaderos cristianos se reconocen pecadores, confiesan sus pecados, se sienten redimidos por Cristo, tienen sed de su Palabra, son impulsados por su Espíritu.

«Los que dan testimonio son tres: el Espíritu, el agua y la sangre». Tres realidades enlazadas; tres dones que bajan de arriba, del Padre; tres criterios para discernir  la pureza de nuestra fe.  Porque el agua, la sangre y el Espíritu no se refieren únicamente al pasado, sino al presente también.  

 Hay cristianos que aceptan bautizarse con agua como los discípulos de Juan Bautista (se declaran cristianos católicos, inscritos en la institución de la Iglesia), pero no saben que haya Espíritu (les molesta el dinamismo del cambio que trajo el Concilio, la formación que los mantiene siempre en camino, la formación permanente de los cristianos que se sienten discípulos, o sea, aprendiendo en la escuela de Cristo). Otros aceptan el Espíritu (se declaran carismáticos y espirituales) pero sólo en el corazón; no se identifican con la Iglesia, ni se preocupan de los pobres, su fe puede quedarse en espiritualista e individualista. También hay que aceptar la sangre (la de Cristo, en primer lugar, que nos redime por su gracia y no por nuestros méritos; la vida celebrada en la eucaristía dominical donde comemos el cuerpo y sangre de Cristo; y también nuestra sangre, entregada en el compromiso de dar la vida en la familia, la lucha por la justicia en la sociedad…).

Año Nuevo, Año dedicado a la Fe. Renovemos nuestra fe en Dios Padre, en Jesucristo su Hijo y nuestro Señor, en el Espíritu que nos une en la Iglesia y nos vivifica.

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