" La
venida de Jesucristo quedó señalada con agua y sangre; no solo con agua,
sino con agua y sangre. El Espíritu mismo es testigo de esto, y el Espíritu es
la verdad. Tres son los
testigos: el Espíritu, el agua
y la sangre; y los tres concuerdan. El
que tiene al Hijo de Dios tiene también la vida, pero el que no tiene al Hijo
de Dios no tiene la vida" (1Jn 2,18-27; 5,4-8.12)
1 Estamos en los
últimos tiempos
Un año más que
se acaba, podemos decir que ha habido gente preocupada por el fin del mundo (el
cambio climático, las pretendidas profecías del calendario maya, la crisis
mundial con el hundimiento del sistema capitalista, los recortes, la subida de
impuestos, el paro, los desahucios como nunca antes, la persecución de nuestra
cultura minoritaria…)
Juan nos advierte que ésta es “la
última hora, la hora definitiva”, y que tenemos que velar/vigilar porque han
surgido muchos anticristos. Son falsos maestros que abandonan la Iglesia de
Jesús para confundirnos con enseñanzas falsas. “No eran de los nuestros… Si
hubieran sido de los nuestros, hubieran permanecido con nosotros”. Toca aquí un
tema importante: “Sólo el que aguante/persevere/se mantenga hasta el fin se
salvará” Mt 24,13. Nos duele que familiares y amigos abandonen la Iglesia… “¿a
ti qué? tú sígueme” Jn 21,22. Fue la respuesta de Jesús a un Pedro preocupado
por el destino de su amigo Juan. Cada uno lleva su camino y su responsabilidad.
Vosotros, “manete in dilectione mea… permaneced en mi amor”.
Nosotros hemos recibido la unción/el
sello/el soplo del Espíritu que nos ayudará a discernir el camino verdadero.
“¿Quién es el mentiroso? Quien niega que Jesús es el Cristo, el Enviado de
Dios. Quien niega al Hijo no acepta al Padre, y (viceversa, porque son
inseparables) quien confiesa al Hijo, acepta al Padre”. Permaneced fieles a lo
que oísteis, a lo que os enseñaron desde el principio, desde pequeños, hasta el
final.
Los tres que dan
testimonio
¿Y cómo sabremos
si el Cristo que nos predican es el verdadero Jesús, Hijo del Hombre, Hijo de
Dios? «El que vino con agua y sangre fue él, Jesús, el Mesías (no vino sólo con
el agua y la sangre), y el que lo atestigua es el Espíritu, porque el Espíritu
es la verdad. Por tanto, los que dan testimonio son tres: el Espíritu, el
agua y la sangre, y los tres apuntan a lo mismo» (I Jn 5, 6-8).
En la cumbre de su evangelio, Jn 19 da testimonio de que vio brotar sangre
y agua del costado traspasado de Jesús. La
comunidad confirma que “su testimonio es verdadero”. Para la naciente Iglesia,
que se reunía todos los domingos a celebrar la eucaristía en memoria de la
resurrección del Señor, la sangre era
el símbolo de la inmolación y muerte de Jesús. Asimismo para la
misma Iglesia, que bautizaba derramando agua:
ésta significaba la vida.
Esto se ajusta a
la exégesis de san Agustín: «Aquella sangre fue derramada para la remisión de
los pecados; aquella agua templa el cáliz de la salvación; el agua sirve para
lavar y para beber» (Trat. Sobre Ev. Jn. 120,2). «Nadie entra en la Iglesia si no es por el sacramento de la remisión de
los pecados; éste, sin embargo, brota del costado de Cristo» (Contra Faustum, 12, 16-17)… “No con agua
sola, sino con agua y sangre». Los verdaderos cristianos se reconocen pecadores,
confiesan sus pecados, se sienten redimidos por Cristo, tienen sed de su
Palabra, son impulsados por su Espíritu.
«Los que dan
testimonio son tres: el Espíritu, el agua y la sangre». Tres realidades
enlazadas; tres dones que bajan de arriba, del Padre; tres criterios para
discernir la pureza de nuestra fe. Porque el agua, la sangre y el Espíritu no se refieren
únicamente al pasado, sino al presente también.
Hay cristianos que aceptan bautizarse con agua como los discípulos
de Juan Bautista (se declaran cristianos católicos, inscritos en la institución
de la Iglesia), pero no saben que haya Espíritu (les molesta el dinamismo del
cambio que trajo el Concilio, la formación que los mantiene siempre en camino,
la formación permanente de los cristianos que se sienten discípulos, o sea,
aprendiendo en la escuela de Cristo). Otros aceptan el Espíritu (se declaran carismáticos y espirituales) pero sólo en
el corazón; no se identifican con la Iglesia, ni se preocupan de los pobres, su
fe puede quedarse en espiritualista e individualista. También hay que aceptar la sangre (la de Cristo, en primer
lugar, que nos redime por su gracia y no por nuestros méritos; la vida celebrada
en la eucaristía dominical donde comemos el cuerpo y sangre de Cristo; y
también nuestra sangre, entregada en el compromiso de dar la vida en la familia,
la lucha por la justicia en la sociedad…).
Año Nuevo, Año dedicado a la Fe. Renovemos nuestra fe en Dios Padre, en
Jesucristo su Hijo y nuestro Señor, en el Espíritu que nos une en la Iglesia y
nos vivifica.
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