jueves, 11 de junio de 2015

EL REINO SE PARECE A LOS SAGRADOS CORAZONES (FIESTA DE LOS SAGRADOS CORAZONES, 14 Junio 2015)

(Homilía del Domingo XI del Tiempo Ordinario, basada en Mc 4,26-34; Ef 3,8-19; Lc 2,51-52)

Después de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y de la memoria obligatoria del Inmaculado Corazón de María, los MSSCC tenemos, además, la tradición de celebrarlos unidos en una fiesta de los Sagrados Corazones. Comentaremos el evangelio de este domingo desde la óptica de nuestra espiritualidad.

“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra” (Mc 4,26). En sentido propio, no es que el reino de Dios se parezca a un hombre, sino al poder del Dios del reino que hace crecer la semilla sembrada en tierra. Las palabras de Jesús nos remiten, pues, a las raicillas que crecen hacia el interior, y a la fuerza que la hace germinar desde el corazón que es la interioridad de cada persona. Cuando hablamos de “Sagrados Corazones”, también somos invitados a mirar “hacia adento y hacia arriba”.

“Él duerme…; la semilla va creciendo, sin que él sepa cómo” (4,27). M. Navarro hace notar que “la imagen recuerda de inmediato el vientre gestante de una mujer… En la mentalidad semítica la potencialidad se encuentra en la semilla, propia del principio masculino”[1]. En esta fiesta de “la Alianza del Corazón de Jesús en el Corazón de su Madre”, me parece oportuno remitirnos a lo que es “Primero”, según san Juan, y que nuestras Reglas llaman el “Principio Dinámico”[2]. Marcos recoge “la parábola de la semilla que crece por sí sola” (lo importante es el Amor de Dios que actúa, incluso cuando dormimos o nos ocupamos en otras tareas). Subraya lo que probablemente era la lección de la parábola del sembrador en boca de Jesús (“¡No dejen de sembrar, que siempre se recoge algún fruto!” Mc 4,8) y que luego la  catequesis de la comunidad alegorizó insistiendo en nuestra respuesta (“¿Cómo está preparado tu terreno?” cfr Mc 4,14-20). Marcos apela de tal manera a la confianza en Dios (“¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!”) que los otros evangelistas prefirieron omitir esta parábola por miedo al exceso.

“Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? Con un grano de mostaza… la semilla más pequeña, pero después echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden cobijarse y anidar en ellas” (4, 30-32). Parábola que nos recuerda aquella otra sentencia que se ha relacionado con el Sagrado Corazón:  “Aprended de mí que soy manso/tolerante y humilde de corazón y encontrarán descanso para su vida” (Mt 11,29). El maestro nos invita a la “humildad” (del latín “humilitas” y ésta de “humus”, la capa más fértil de la tierra) para crecer y encontrar reposo. A una total confianza que se basa en la aceptación de nuestra pequeñez y en la experiencia de su Amor que nos da refugio.

“La gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo” (Efesios 3,8 otra de las lecturas características de esta fiesta, y la relaciono como decía el P. Joaquim Rosselló, nuestro fundador: la espiritualidad del Corazón de Jesús es “el tesoro escondido en el campo de la Iglesia”). Este es el “Evangelio” para la escuela paulina: La manifestación del “misterio escondido, el designio eterno”. “De los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de vuestro ser, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento”. Volvemos al principio: El Reino de Dios se parece a los Corazones de Jesús y su Madre, estamos enraizados y cimentados en el amor. El amor cristiano (que trasciende toda filosofía) sin exclusiones, para todos los pueblos y todas las personas y que puede llevarnos a “la plenitud total”.  El Papa Francisco ha resumido “la riqueza insondable” del Corazón de Cristo en el Jubileo (Año de júbilo, de gracia y perdón) de la Misericordia, que empezaremos el 8 de Diciembre, 50 aniversario de la conclusión del concilio Vaticano II:

“En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene” (Misericordiae Vultus, 25).

“Todo se lo exponía (Jesús a la gente) con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado” (Mc 4,34). El deseo del papa de actualizar esta Buena Noticia ha provocado tensiones en la Iglesia porque remueve posiciones que se daban por inamovibles. Como “María conservaba y meditaba en su corazón” lo que no entendía. Así la espiritualidad del corazón –que es un “carisma”, “gracia o don concedido a algunos para ejercer un servicio a la comunidad”- puede ayudarnos a entender las dimensiones insospechadas del Amor de Dios.



[1] Cfr. Marcos (EVD, Estella, 2006, p. 160).
[2] “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y envió a su Hijo” (1Jn 4,10).





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