Cada primer
domingo de Junio tenemos el encuentro de las familias de los MSSCC de Mallorca
en Lluc. Hoy, avanzando dos hojas el calendario, hemos celebrado los 50 años de
sacerdocio que recibimos en el mismo Santuario el 10 de Agosto de 1965. Fuímos
nueve los que nos ordenamos: 3 escogieron otro camino y formaron familia (Juan
Sanz, Jesús Ullate, Pelayo Otazu), 1 pasó al clero dioceano (Francisco Muñoz) y
quedamos 5 MSSCC: 3 ya nos precedieron en el camino del cielo (Jesús Alegría,
Andreu Amengual y Guillem Celià), y otros dos (Ramon Ballester y Jaume Reynés)
que los seguimos de a poco, renqueando.
Cada cual
tiene su historia, pero es sabido que Ramon y yo nos hemos mantenido unidos con
un estrecho vínculo de amistad. Los dos sintonizamos ante las variadas
manifestaciones del arte. Ilusionados por un proyecto posconciliar de Iglesia y
de Congregación, dedicamos muchas energías a la formación de jóvenes y al
Santuario de la Moreneta, pasamos nuestros mejores años cerca de los pobres, y
otros -cuando nos ha tocado-, en funciones de gobierno de la Congregación que
no deseábamos. Ahora hablaré en primera persona, seguro que también Ramon
podría contar un itinerario parecido .
CÓMO RESUMIR 50 AÑOS: “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”(Jn 3,17). Este fue el
lema que escogí para mi ordenación, y estoy convencido que no ha pasado de
moda, antes al contrario, en el credo de los MSSCC y en la Iglesia del papa
Francisco. Pero hoy me atrevo a confesar que en mi primera misa de Alaró,
cuando desfilaba todo el pueblo para besarme las manos, me vino a la mente otra
consigna que me pareció mejor. Pensaba en mi padre panadero, y en su disgusto
porque ninguno de los hijos quiso continuar con el oficio que había salvado la
familia, emigrada, del hambre. Querría haber expresado mi intención de
continuar, a mi manera, lo que aprendí en mi casa: Me hago sacerdote para repartir
“el verdadero pan del cielo. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida
al mundo” (Jn 6, 32-33).
EL PAN DE LA
PALABRA DE DIOS: “La Escritura dice: No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Por eso me enviaron a Roma,
durante 5 años, a cursar Sagrada Escritura, y toda la vida me he dedicado a este
menester: Compartir con los hambrientos el pan de la Palabra de Dios. Durante
25 años en parroquias marginadas de Santo Domingo, 11 años en el Santuario de
Lluc, en las clases de biblia a novicios y seminaristas, a Presidentes de
Asamblea, catequistas, laicado misionero, a todo el Pueblo de Dios, he querido
hacer rebanadas y levadura del Pan de la Palabra. De esto tratan los libros y
libritos que he escrito.
EL PAN DE La EUCARISTÍA: “Si no coméis
la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros” (Jn 6,53). Sé que fui ordenado sacerdote para celebrar la eucaristía.
¿Cuántas misas habré celebrado? A mí no me interesa tanto el número, sino los
lugares donde las he celebrado. Recuerdo especialmente las misas en barrios
pobres dominicanos del Ejido y la Gallera, en la loma del Chivo a donde no
había llegado ningún misionero, las que tenía que subir a pie o en mulo, yo que
nunca fui particularmente ágil… Las capillitas humildes que ayudé a construir, los
días en que pudimos dejar una lamparita prendida en rincones abandonados donde
nunca antes hubo reserva del Santísimo. Tantas comuniones repartidas, a veces
con pereza, pero siempre gratificantes: Cuando volvía de las barracas insalubres,
de un enfermo de sida, de una anciana ciega, de un enfermo con cáncer de boca,
del hospital de los pobres!
EL PAN PARA LOS POBRES: También escuché
las palabras: “Dadles vosotros mismos de comer… Señor, pero ¿no ves que son una
multitud que no se acaba nunca?”. Ya no recuerdo tantos proyectos que me quitaron
el sueño buscando como proveer las necesidades de los pobres. Los dispensarios
médicos, las cooperativas de campesinos, los cursos de costura y de cocina por
las mujeres, la canalización del agua, la electricidad que subimos con un hilo
de alambre a lugares sumidos en la oscuridad, sin teléfono ni televisión… Los
caminos sin asfaltar, las capillas cedidas como aulas, el “Liceo Juan Antonio
Alix” que levantamos entre sudores y lágrimas, y en donde impartía formación,
las becas para estudiantes pobres, los minicréditos para campesinos sin
recursos, las reparaciones después de los ciclones, los puercos y las vacas que
repartimos… La Iglesia me enseñó que la predicación y la eucaristía no se
pueden separar de la caridad.
Y AHORA QUE ME HE RETIRADO de mis 25 años en el Caribe y del Priorato de Lluc y
de la predicación más activa, ahora que cumplo 50 años de mi ordenación, comienzo
a encontrar el sentido de aquellas otras palabras de Jesús : “Yo soy el pan
vive bajado del cielo. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne”
(Jn 6,51). Cuando paso balance y veo que no he cambiado el mundo, ni he
mejorado la situación de los pobres, ni he formado discípulos que continuasen
la obra que no acabé… Entiendo que estoy llamado a vivir hasta el final lo que
aprendí de tanta gente buena y de mi anciana madre: Nunca podremos abandonar
los hijos que hemos parido, de una u otra manera, dejar de alimentarlos y de
ayudarlos a crecer. Ahora que resisto el embate de las enfermedades y siento el
peso de los años… comprendo cuál es mi vocación: Seguirme dando como un pan
partido, como una copa de vino derramado. Esto es mi cuerpo, esta es mi vida…
Esta es mi celebración del Corpus, y espero que sea también la de Ramon y la de
todos vosotros también. Gracias a la familia que tanto me amó, a los amigos y
amigas que me habéis acompañado en mi caminar.
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