Francisco Pino define a Mateo, el hijo de Alfeo (y nos define a cada uno/a
de nosotros), como un distraído. A
veces melancólico y “añorante de no sabías qué”, siempre dejando escapar la
ocasión de responder a sus desganas y preguntas.
Así como el rabbí de Juan conoció a Natanael “debajo de la higuera” (Jn
1,48), nuestro poeta se fija en otra higuera del paisaje mateano, como una
parábola en acción: “De mañana, cuando caminaba a la ciudad, (Jesús) sintió
hambre, al ver una higuera junto al camino, se acercó, pero no encontró más que
hojas” (Mt 21,18-19).
“¿Cómo te habrías de olvidar, Mateo,
del caso de la higuera en tu Evangelio,
tú, que sentiste al
Manso-Hambriento-Hermoso
acercarse hasta ti, para pedirte
el fruto que
ignorabas poseer,
la razón de tu ser?”
Mateo es “el distraído” y Jesús “el Hambriento”. Hambrea nuestros frutos
dulces, y nosotros ocupados con la savia que nos corre por el tronco, (“llena
de ansia de abril, casi granate la corteza”)… “Todo el árbol, a esperar la
primavera, se entregaba tranquilo”… “con un trazo de fría indiferencia”.
La higuera pregunta: “¿Quién eres tú
que tanto te asemejas
a mí? Madera seca en forma de hombre”.
El mismo Judas Iscariote, que se
colgó de un árbol, responde con pena, cuando ya no hay remedio:
“¡Ay!, como tú madera seca. ¡Seca
madera
como tú!”
al nacer de la aurora? ¿Qué pedías
sino lo que desea aquél que sabe
que va a ofrecerse entero al hambre
de otros,
que va a volverse por amor manjar?
¿Es todo el orbe acaso algo distinto
a una respuesta hermosa de Tu hambre?...
¡Ay del que estéril
a tu deseo
permanece, del
que el hambre
tuya, que es caridad, no satisfaga!”
“Cuando sintamos hambre;
en el amanecer; allá en la noche;
alarguemos la
mano;
comamos de Mateo,
del árbol de Mateo;
en cualquier estación con fruto
vivo…
En esta noche; en este amanecer;
cuando nos acostamos;
cuando nos
levantamos; me levanto
con esa hambre; ésa
que, en nuestro aburrimiento,
no deseamos;
no deseo nunca
satisfacer. Un hambre”.
La vocación es satisfacer el hambre de Jesús y de la gente, dejarse comer y
convertirse en alimento. Tener una fe firme, capaz de mover montañas.“Venid, mirad: La fe tiene en sus ramas siempre un fruto".
Oración pidiendo fe: "¡Llénanos de ella
en este siglo, Cristo!
Llénanos de ella en el templo que quede a cada uno,
oh
Mansohambrientohermoso, oh Cristo”.