Una vocación como la de
Abraham: “Dejar hacer a Dios”
Así como Abraham salió “sin saber a dónde iba”[1],
pero “seguro de quien se había fiado”, Joaquim Rosselló busca siempre la
Voluntad de Dios y “deja hacer a Dios” (discernimiento permanente). Muy condicionado por la pobreza: Alumno
externo compaginando trabajo y estudio en el seminario. Beca y beneficio en la Parroquia de Santa Creu para ordenarse de presbítero. El cuidado de su madre vida no le permite retirarse a una Orden religiosa.
Viaja a Tierra Santa, más que para venerar los Santos Lugares, para
discernir el llamado divino. Regresado a Malloca, intenta conciliar las dos vidas
contemplativa y activa, para no dar la campanada. Pero “como el pensamiento de
vida más solitaria me perseguía por todas partes, no lo pude resistir, y tuve
al fin que resolverme. El sacrificio me fue muy costoso; pero por
sus resultados me convencí que resistir por más tiempo a la voluntad de Dios, hubiera sido poner
obstáculo a las disposiciones de la Divina
Providencia”[2].
“El hombre propone y Dios dispone... el hombre echa sus planes, sin saber a dónde va, ni a dónde le lleva
Dios...”[3] Él
pensaba fijar su residencia en el ermitorio de Sant Honorat, “mas Dios tenía otros planes”. Hay
que fiarse de Dios: “completamente desorientado, no hallé medio más seguro que
lanzarme en los brazos de la Divina
Providencia ( ) hasta que Dios me hiciese ver claro cuál era su divina
voluntad para seguirla”[4].
En el último momento hace otra tentativa: unirse a los Ligorinos, pero hubo
de “desistir de mi equivocado empeño”. “Con lo ocurrido, comprendí que era
oponerme a la voluntad de Dios el no
pasar adelante ( ) y me resolví a dejar
hacer a Dios”[5].
“No hay que hacer violencia a la voluntad de Dios, sino sujetarse a ella
con docilidad”.
Cuando sube a la ermita de Sant Honorat y cree haber alcanzado el Tabor,
Dios le pide por medio del obispo que pasen al Santuario de Lluc: “convenimos
en no resistir a la voluntad divina manifestada de un modo tan palpable”[6]. “Avanzaba repitiendo muchas veces: ¡al
sacrificio, al sacrificio!)[7].
Cuando ya han decidido reabrir la comunidad de Sant Honorat, les pide el obispo que
atiendan a la conflictiva parroquia de La Real, y lo aceptan a pesar de ser un
“lugar tan poco ventajoso para ellos”[8].
Al final de su vida, acepta sacrificar a su hija querida (la Congregación), al decirle que es voluntad de lo alto: “Le oí decir que el disgusto mayor que tendría sería
ver disuelta su Congregación y añadía lo de San Ignacio que le bastaría un
cuarto de oración para recobrar la paz”[9].
Cuando le invitan a prepararse par la unción de los enfermos y la eucaristía,
lo interpreta como llegar al final de su peregrinación: “¡Vamos a la casa del
Señor!”[10]. Resume su itinerario en esta frase: “Mientras vivimos en este mundo dice S. Pablo, peregrinamur a Domino; no
somos sino peregrinos, y en calidad de tales no hay que fijarse en nada,
sino en Dios”[11]
Aplicó la máxima “dejar hacer a Dios” y “buscar en primer lugar el Reino de
Dios”, de resonancias ignacianas (discernimiento contínuo) y filipense
(providencia). En aquellos
representantes de la
Iglesia, el P.
Joaquim reconoció a los
mediadores para discernir la voluntad de Dios y él practicó la fe abrahámica de
la obediencia heroica y la disponibilidad total.
Nuestras Reglas lo formulan de esta manera: “La obediencia nos pone en escucha continua de la Palabra de Dios”[12].
Cómo se actualiza esto: “Buscamos la
voluntad de Dios en la escucha de la Palabra, en la profundización del carisma
propio del Instituto, en el diálogo fraterno, en el discernimiento del superior
y en los signos de los tiempos”[13].
Compartimos en grupos y luego tenemos una puesta en común. Destacamos la coherencia de la lectura bíblica del Fundador, más que en los sermones y ejercicios piadosos, frutos de la exégesis decimonónica, cuando hace balance de su trayectoria. Las Notas Referentes a la Congregación son una lectura de la fe de Abraham completamente válida para hoy. Sabe conjugar distintas escuelas espirituales (ignaciana, filipense, la nueva espiritualidad del corazón, la presbiteral que desea vivir en comunidad y plenamente integrada en la Iglesia local...) para dar respuesta a las necesidades del mundo y de la Iglesia. Nuestros tiempos de incerteza, necesitan una lectura así, aunque a veces nos exija esperar contra toda esperanza.
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