jueves, 11 de marzo de 2010

La parábola del hijo pródigo, como un perro fiel, de Ch. Péguy (2)

Voy a dedicar un poco más de tiempo a repasar y a presentar a mis amigas/os, a los que hacen lectura comunitaria de la biblia conmigo, tres lecturas de la parábola del hijo pródigo. Las tres son modernas, pero podría sintetizarlas diciendo que las tres meditan la parábola desde un prisma diferente.

Centrada en el hijo pródigo: Charles Péguy, gran literato galo.- Centrada en los dos hermanos: Josef Ratzinguer, actualmente papa Benedicto XVI.- Recorriendo detenidamente los tres personajes (el padre y dos hermanos): Henri J. M. Nouwen, gran maestro de espiritualidad canadiense.

Tres lecturas de nuestro tiempo que debemos conocer para ser mejores.


1. La parábola del hijo pródigo, como un perro fiel, de Ch. Péguy

Charles Péguy (1873-1914) es un importante literato francés, cuya biografía puede leerse en http://www.biografiasyvidas.com. Más cristiano que muchos obispos y curas, pero cristiano incómodo para las jerarquías y para otros cristianos de base de su tiempo, a los que hizo sufrir y de los que sufrió una fe agónica. “Cristiano sin iglesia” por negarse a bautizar a su mujer e hijos. Excluido de los sacramentos que tanto amaba, hasta que dio el paso decisivo antes de morir. “Extraño catolicismo, religión poética sin sacramentos ni vínculos dogmáticos, y sin embargo de una humildad indudablemente sincera, aunque la religión se confunda a menudo con una "mística" del heroísmo y del mesianismo nacional francés... Péguy es escritor difícil, con un estilo que se desenvuelve en una serie interminable de repeticiones, con cadencias de letanía; un gran río lleno de riquezas, pero que cansa al fin al lector poco atento. Defecto, sin embargo, que no depende de una insuficiente pericia del escritor, y en el que el bergsoniano Péguy veía la prueba de su intransigente lealtad a la realidad: si su estilo es rebuscado, corregido y completado sin tregua, ello se debe simplemente a que el escritor ha aceptado una sola regla, aquella, caprichosa, que le imponía el ritmo mismo de la vida” .

El texto que nos ocupa se encuentra en un llibro titulado El pórtico del misterio de la segunda virtud. Famoso por su defensa de la frágil esperanza, la niña con coletas que camina cogida de la mano entre la fe y la caridad.

En mi juventud conocimos algunas páginas escogidas traducidas por J. L. Martín Descalzo en Palabras cristianas (Ed. Sígueme). Ed. Encuentro ha publicado el texto completo que puedes consultar aquí .

Te sugiero que recites en voz alta este fragmento, pausadamente, rítmicamente como una salmodia. Que te dejes envolver por sus ondas concéntricas, expansivas como el efecto de la piedra en el aljibe. Que te dejes llevar por su cadencia como si fuera una procesión. Delante va Lucas, el griego, con su toro amarrado por los cuernos. Le acompañan las parábolas de la misericordia de su capítulo quince. El pastor que regresa con su oveja, díscola, a hombros. La mujer que barre la casa buscando la moneda extraviada de sus arras de novia. Y, en medio, con los pies descalzos, “con tres heridas viene: la de la vida, la de la muerte, la del amor”, el hijo que está de vuelta… No repares más que en el muchacho pródigo, en la cicatriz de su corazón, en ese perro que le muerde la sandalia para que no deje de avanzar… Pon toda tu atención en el hijo que regresa a su casa hasta identificarte con él.


“Había una gran procesión

y en cabeza iban las tres semejanzas:

la parábola de la oveja perdida,

la parábola de la dracma perdida,

la parábola del hijo perdido.

Todas las parábolas son bellas, hijo mío,

todas son grandes y todas son queridas,

todas ellas son la Palabra y el Verbo,

todas ellas vienen del corazón y van al corazón.

Pero, entre todas, destacan las tres parábolas de la esperanza,

las más cercanas y las más queridas al corazón del hombre…

Y, desde que hay cristianos, estas tres parábolas

ocupan un lugar secreto en el corazón

y, en tanto que haya cristianos, es decir: eternamente,

por los siglos de los siglos, habrá para estas tres parábolas

un lugar secreto en el corazón…

Y las tres son las parábolas de le esperanza.

Juntas.

Igualmente jóvenes, igualmente queridas.

Pero entre todas; entre estas tres es la tercera parábola la que se adelanta.

Desde hace mil cuatrocientos,

Desde hace dos mil años

Es como si fuese la primera vez que la escuchara.

”Un hombre tenía dos hijos”. Es bella en Lucas.

Es bella en todas partes.

No está sino en Lucas, está en todas partes.

Es bella en la tierra y en el cielo. Es bella en todas partes.

De sólo pensar en ella, un sollozo os sube por la garganta.

Es la palabra de Jesús que ha tenido la mayor resonancia en el mundo.

Ha encontrado la resonancia más profunda

En el mundo y en el hombre.

En el corazón del hombre.


Qué punto sensible ha encontrado

Que nadie había encontrado antes de ella,

Que nadie ha encontrado, (igualmente), después.

Qué punto único,

Insospechado aún,

No obtenido después.

Punto de dolor, punto de angustia, punto de esperanza.

Punto doloroso, punto de inquietud.

Punto de magulladura en el corazón del hombre.

Punto en el que no se debe uno apoyar, punto de cicatriz,

Punto de costura y de cicatrización.

Donde no se debe uno apoyar.

Punto único, fortuna única, fuerza única de apego.

Atadura única, lazo del corazón fiel.

Y del corazón infiel.

Todas las parábolas son bellas, hija mía, todas las parábolas son grandes.

Y sobre todo las tres parábolas de la esperanza…

Pero hay una palabra de Dios que nunca arrojará.

Sobre la que todo hombre ha llorado tantas veces.

Sobre la que, por el poder de la que. Por la que

Y él es como los otros, ha llorado también…

Es un perro fiel

que muerde y que lame

y los dos retienen al corazón inconstante…

No hay que ocuparse de ella, y llevarla. Ella misma

Se ocupa de vosotros y de llevarse y de hacerse llevar…

Tiene agarrado al hombre por el corazón, por un punto

Que ella sabe, y no lo suelta”.


Como en la novela homónima de Bradbury, y que Truffaut filmó en la película Farenheit 451, si mandaran quemar todos los libros del mundo... Y se te diera la oportunidad de salvar uno solo, aprendiéndolo de memoria, comiéndotelo, convirtiéndolo en carne de tu vida, ¿no valdría la pena que fuera esta parábola del hijo pródigo?



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